Si todo viaje supone aprendizaje, las historias de formación implican picardía, sobrevivencia y enfrentamiento de los miedos, acaso (seguro) la pérdida de la inocencia. En 1820 el filólogo Johann Morgrnstern usó el término Bildunsroman para referirse a las novelas de aprendizaje o transición de la infancia a la madurez. Moll Flanders (Daniel Defoe, 1722), Cándido o el optimismo (Voltaire, 1759), Bajo las ruedas (Hermann Hesse, 1906) y Retrato de un artista adolescente (James Joyce, 1914) retrataron esta transformación que supone la comprensión del cambio interno y la continuidad. Algo hay de esto también en El guardián entre el centeno (Salinger,1951) y El señor de las moscas (William Golding, 1954). 

En cine, aparte de las adaptaciones, recuerdo desde Cuenta conmigo (Rob Reiner, 1986) hasta Undertow (David Gordon, 2004), pasando por historias como la estupenda Juncos Salvajes (André Téchine, 1994) o la perturbadora Inocencia ( Lucile Hadzihalilovic, 2004), al menos es una de sus lecturas, basada en la novela de Frank Wedekin, Mine-Haha o la educación corporal de las niñas, 1903). Recientemente, tal vez el mejor ejemplo resulta Las ventajas de ser invisible (Stephen Chbosky, 2012)

Porque establecer similitudes suele ser un acto malicioso, hoy recordé tres videos musicales que comparten los elementos de la  Bildunsroman: juventud y peripecia, pero que adolecen de transición. Puede no haber cambio, algo que suponemos en el arco dramático de una buena historia, pero qué bonita la cachondería de escaparnos, tantear el deseo en el terreno de una amistad prometida para siempre. El primer video es "Crazy", una balada de Aerosmith dirigida por Marty Callner en 1994. Alicia Silverstone y Liv Tyler  como dos lolitas recorriendo los caminos, el pool dance y los moteles: la sexualidad en el necesario convertible que tanto luce en el desierto. Uno de los videos más rotados en la historia de MTV, con la ambigüedad lésbica necesaria para la época.


Pero dos adolescentes hipersexuadas nunca son suficientes. En 2000, el video "Lady (Hear Me Tonight)" del dúo  Modjo suponía la escapada, colarse a las fiestas y dormir en un motel de contrabando, pero también la probabilidad del escarceo oscilante entre dos chicos y una chica: una pareja y el mejor amigo inseparable al que se le quiere demasiado, hasta la sospecha. Cómoda en el chill-out de cambio de siglo, la música house en los protagonistas arrojaba cierta inocencia del viaje sin rumbo en un auto destartalado. 



Una producción house del DJ Avicii de 2010, a partir de una versión vocal de  "Bromance" de Tim Berg (el mismo Avicii) mezclada con "Love U Seek" del DJ Samuele Sartini, "Seek Romance" también rescata esta idea de musical road short entre dos chicos, mejores amigos, y una chica, al final compartida. Hay que sumar cierta connotación de bisexualidad entre amigos. Pero en este momento de música electrónica son el porro, la ácido, el after hour y el threesome los que actualiza la narrativa del video, a lo que abríamos de sumar la broma pesada y el imprescindible auto descapotado azul.



Porque aquí, en los tres, el viaje es travesura, una pinta, evasión de fin de semana. Luego prosigue la cotidianidad. Porque este periplo supone sólo un escape momentáneo del hábito de la escuela,el regaño paterno, el fastidio de todos los días: no hay evolución, no hay consecuencia, no hay transformación: el viaje es un capricho, un berrinche. Pero así es la naturaleza del videoclip: retrata instantes condensados en la imagen construida  de cada momento histórico. Que no relato necesariamente: ejemplo de modelos de interacciones, a veces aspiracionales. 

Luego, por supuesto, es casualidad que lea tanta aventura fatua en los guiones de mis alumnos. 





  • JUAN PEDRO DELGADO estudió literatura con cierto desgano, pero se encontró con dos o tres obsesiones y en un puñado rubik de teorías. Mantiene una relación un tanto enferma con la cocina, la semiótica, las narrativas transmediáticas y las mitologías emergentes. Dice que no cree en nada, pero todos saben que vive en una constante negación. Hubiera deseado ser íntimo de Bataille, Foucault y Papini, pero se conforma con las amistades locales que, por lo demás, suelen ser una delicia




El patriotismo es la virtud de los depravados
Oscar Wilde 

¿Qué nos define como miembros dignos de nuestra sociedad, de nuestra herencia cultural? ¿Nuestro sentido patriótico, un fetiche por las tradiciones y costumbres del país donde vivimos? En The Americans, la nueva serie de la cadena FX, dos agentes rusos encubiertos como una pareja casada en los Estados Unidos durante la guerra fría, se debaten entre el estilo de vida y la carga del deber.

Comparaciones pueden abundar sobre la trama de esta serie: Homeland, por supuesto, es el referente inmediato. Sin embargo, el personaje interpretado por Matthew Rhys, Phillip Jennings, es un hombre completamente diferente al de Nicholas Brody.  Phillip vive una vida ordinaria, con hijos y las diferentes actividades que conforman ser un padre de familia en Estados Unidos. No obstante, él y su esposa son agentes de la KGB y su trabajo de 9 a 5 es luchar contra la amenaza capitalista americana.  ¿Cuánto tiempo podrá mantener esta farsa norteamericana, separado de sus creencias socialistas? Philip es un hombre seducido por las promesas del American Dream, una ideología que promete seguridad para él, su esposa y sus hijos.

Mientras se prueba un par de botas vaqueras en una tienda departamental, vemos cómo Philip baila unos pasos de squaredance, una alusión a uno de los estereotipos norteamericanos más reconocidos en nuestra cultura. “Nadie usa zapatos de vaquero, papa” le dice su hija (quien al igual que su hermano menor, es ignorante de las verdaderas identidades de sus padres). ¿Podemos interpretar la compra como un capricho? ¿Phillip comienza a encontrar comodidad dentro del sistema capitalista norteamericano, un sistema que ante sus ojos presenta una alta gama de oportunidades para sus hijos?

Otro momento significativo es cuando Philip, tras llevar a su hijo a su escuela primaria, se ve obligado a recitar el himno nacional de USA: mientras le canta su lealtad a la bandera de franjas y rayas, observa un dibujo de un satélite ruso, su mirada fija en la estrella roja, símbolo del país al que debe su lealtad.

Podríamos argumentar que la serie tiene una agenda secreta de vendernos el estilo de vida norteamericano como el estilo de vida ideal. Pero más allá de dicho percepción superficial, encontramos un thriller psicológico donde dos padres deberán realizar sacrificios para mantener a ellos y a su familia (un par de chicuelos inocentes) a salvo. Como dice la canción de Phil Collins que se escucha durante uno de los momentos claves de la serie: “I can feel it coming in the air tonight”.
The Americans promete una serie donde el enemigo se encuentra “en casa”, como le expresarlo a muchos de los paranoicos; sin embargo, esto no es lo único que nos ofrece. El show nos permite observar cómo dicho “enemigo” se ve seducido por las costumbres y tradiciones de las cuales se ve obligado a participar para vender su farsa. Traición, sexo y engaño son algunas de las herramientas que Phillip y su esposa utilizan para llevar a cabo su misión: ¿hasta dónde podrán ellos engañarse antes de que comiencen a aceptar las delicias de una mentira que tanto promete?






No. Es lo primero que debo escribir y, para ser honesto, preferiría que fuera lo único; sin embargo, en contradicción con mis caprichos, esto no será lo único. Si estoy aquí es porque creo que he encontrado una necesidad: mía, pero también, nuestra. Mía, porque necesito compartir lo que pienso, expresar mi rechazo, curar mis fobias y matizar mis filias. Nuestra, porque las nuevas tecnologías y los nuevos medios nos sitúan como sociedad en una coyuntura histórica con grandes posibilidades de transformación y mejora, así como de deterioro y asolación. Hemos llegado a un punto en el que es importante llevar la contraria. Oponer una sana rebeldía.
No se trata de adoptar una actitud destructiva y atacar sin piedad o cuartel, sino de promover el diálogo, de confrontar con la finalidad de solidificar. Si escribo es porque en el horizonte se vislumbran nuevos dogmas y la actitud prudente, a estas alturas, tiene que ser la de la resistencia. Reaccionar ante las odas a la interactividad, recelar de los multi-formatos y la “novedad” del storytelling, repudiar el corporativsmo transmediático; en definitva, adoptar una posición crítica frente a los siguientes aspectos:

  • Todo aquello que promete novedad o progreso. Estos aspectos no generan transformaciones significativas, ya que estos atributos no se encuentran en los medios  o las herramientas, la técnica, sino en los procesos cognoscitivos que producen y, en consecuencia, en las acciones humanas que motivan.

  • Las tendencias a la singularización y la subjetivización de las experiencias humanas. La convergencia mediática es un acontecimiento social.

  • Las perspectivas de las  sociedades futuras. Los problemas que habrán de afrontar estas sociedades son esencialmente los mismos: el hambre, la desigualdad, la soledad humana, el racismo, etc.

  • La interactividad. Ya que ésta no significa socialización; la socialización no asegura la significación; la significación no implica válidez y la válidez no es necesariamente pertinente. 

  • El corporativismo mediático. Los nuevos medios son una construcción formal, un mero molde que puede operar bajo la subordinación de intereses económicos y de ideologías de los grupos de poder.

  • El fetichismo hacia las nuevas tecnologías; el furor y el fanatismo por los gadgets, por la novedad y la espectacularidad… la superficialidad. Un nuevo tipo de religiosidad en ciernes.

  • La instantaneidad de las herramientas, el contacto inmediata, la mentira de la cercanía. Hay un ruptura importante que se está generando en nuestras concepciones de espacio y tiempo.  


Como verán, amenazo con estar aquí bastante tiempo. 





SOBRE LUIS TOXTLI. Chilango de pueblo con ideas apocalípticas y envejecimiento prematuro. Reacio a definirse por su actual profesión, trabaja para cumplir su vocación de profesor y estudiante perpetuo. Romántico empedernido y socrático atormentado, suele encontrar placer en las cosas simples y éxtasis en las cosas complejas. Hombre de familia y aspirante a mal músico que escribe para compartir y lee para escuchar.



Las bandas sonoras también forman parte de la historia de un filme, sobre todo cuando la música se convierte en una herramienta narrativa, cuando las canciones se funden con la trama: una convergencia entre sonido, estética y storytelling.
Un breve relato: A finales de 1984, el productor y compositor británico Keith Forsey (ganador del Óscar en 1983 por el tema “Flashdance…What a Feeling) se dio a la tarea de componer un sencillo que ayudara a promocionar el nuevo filme del Brat Pack: The Breakfast Club (1985).

El resultado fue el tema “Don’t you (Forget About me)”, concebido para ser un éxito pop en manos de la estrella indicada. ¿Las opciones obvias para la época? Billy Idol y Bryan Ferry. Ante la negativa de ambos, la interpretación de la canción fue ofrecida a la banda más popular en el otro lado del Atlántico: el grupo escocés Simple Minds.

Paréntesis: Cuenta la leyenda que, por las mismas fechas, Brian Eno -productor responsable del éxito comercial de Bowie y los Talking Heads- estaba buscando ser el padre putativo de una nueva agrupación. Mientras Simple Minds rechazaba el contacto de Eno por sus compromisos de grabación para la película, el productor decidió explorar otras alternativas.

El nuevo grupo elegido por Eno no sólo era talentoso, sino que la imagen de sus miembros tenía mucho potencial para ser explotada comercialmente. Después de todo representaban el sueño de la clase trabajadora europea y eran irlandeses. Su vocalista ni siquiera tenía un nombre compuesto. Sólo le llamaban “Bono”. El resto es historia.
Retomando: “Don’t you (Forget About Me)” elevó a Simple Minds al número 1 de las listas de popularidad en los EE.UU de la noche a la mañana y la película se convirtió en un clásico adolescente.


Fórmulas similares se han repetido a lo largo de la historia contemporánea de Hollywood. Desde grandes clásicos como el tema “Stayin’ Alive” de los Bee Gees -compuesta para Saturday Night Fever de 1977- hasta temas casi ridículos como “Ghostbuster”s de Ray Parker Jr., confeccionada para el filme homónimo de 1984.

Había olvidado que la historia del cine y el rock está ligada por este tipo de anécdotas. Hace un par de semanas The Perks of Being a Wallflower (2012) me hizo redescubrir las fibras de mi poca sensibilidad visual y auditiva.

Aunque no existe ningún sencillo creado especialmente para la película, cada canción del OST parece estar confeccionada para encajar -casi como personaje- en la historia narrada. Incluso la escena más memorable del filme está centrada en una reflexión musical: la eterna búsqueda individual por la canción perfecta. Aquella que nos hace sentir “infinitos”.


Los personajes encuentran su propia respuesta mientras nosotros sólo vemos y escuchamos. Al dar un paseo en automóvil, el cabello de Emma Watson cobra vida con el viento mientras “Heroes “ (1977) de David Bowie -coescrita por el propio Eno por cierto- suena en el fondo.

Para el espectador la moraleja es clara: existe una banda sonora asociada a cada momento significativo de nuestras vidas: los sentimientos  también se reproducen a 24 cuadros por segundo.







EDUARDO PÉREZ RÍOS es tapatío por orgullo y nacimiento. Es Licenciado en Relaciones Internacionales pero siempre ha dicho que “Internacionalista” suena mejor. A pesar de su formación humanista, estudió un MBA sólo para demostrar que nada en este mundo está peleado. De profesión es insomne y escritor frustrado. Guarda en su cabeza datos inútiles sobre la historia de la cultura pop mientras se apasiona por el jazz, la Juve, el mezcal y la literatura.En la actualidad, a pesar de estar entrando a sus treintas, “Lalo” es ya demasiado viejo para Hamlet y demasiado joven para Lear.










Salvatore Iaconesi es un ingeniero, artista y diseñador que forma parte del muy creativo equipo que mantiene el sitio y el movimiento Art is open Source. Por medio de la creación de herramientas de software abierto, Iaconesi y compañía han creado uno de los sitios de convergencia de comunidades inspiradas en la fuente abierta más creativos del mundo. Piensan que la tecnología y la convergencia mediática, la ubicuidad de internet y la facilidad para compartir intereses, ensanchan nuestra capacidad para estar con el otro y con nosotros mismos. Existe un interés centrado en la forma en la que las personas crean comunidades, cuáles son las herramientas que utilizan y cómo es el discurso que los une.

En septiembre de 2012, Salvatore salía de una alberca y se desmayó. Cuando despertó en un hospital de Roma le dieron la noticia: Salvatore tiene cáncer. Un tumor fue localizado en su cerebro. Salvatore cree que la tecnología nos hermana y acerca. Cuando comenzó sus citas con el médico, los estudios y análisis para tratar su cáncer sintió que desaparecía poco a poco. “Me transformé en un expediente y todos decidían por mí”. Entonces Salvatore decidió tomar su diagnóstico, los estudios, y abrir un sitio llamado: La Cura.

Salvatore Iaconesi anunció por medio de este sitio: “Tengo cáncer. Sugiéreme una cura”. El objetivo: recibir toda clase de estrategias para tratar su cáncer. Menjurges, comentarios, experiencias, historias, testimonios, piezas de arte, ejercicios, disciplinas, dietas, hierbas, meditaciones, canciones, videos, poemas. Todo con un solo objetivo: curar.

Desde septiembre de 2012 a la fecha, Iaconesi ha recibido 600 mil sugerencias que han sido puestas en La Cura. Así mismo, el artista puso a disposición de cualquier persona las imágenes de resonancia magnética que se han sacado de su cerebro y su expediente médico. Hoy, están las imágenes de sus últimos estudios realizados en enero de 2013. Salvatore, además, abrió un programa descargable por si alguna otra persona que está siendo tratada desea enviar sus imágenes para que la comunidad de La Cura también opine y sugiera, o que el usuario pueda hacer con ese software lo que crea necesario.

En el sitio podemos encontrar clasificadas por palabras clave todas las sugerencias y comunicados. Así, por ejemplo, está el apartado dedicado al aloe, y en él, varias personas del mundo escriben recetas para disminuir los tamaños de los tumores por medio de esta planta. O también están las secciones de poemas o videos que los usuarios han creado inspirados en compartir una cura para Iaconesi. Un colectivo de artistas  hizo una pieza de arte urbano que se proyectó en un edificio.  

Iaconesi, gracias a las miles de sugerencias que recibió, decidió su propio proyecto de cura: “es una estrategia que viene de todas partes del mundo” que incluye oncología, cirugía, homeopatía oncológica, medicina china tradicional, esoterismo hebráico y un cambio radical en la dieta y en el estilo de vida.
“Quiero invitar a todos a que participen en mi cura”

En el transcurso de este proyecto, Iaconesi recibió: 

600  poemas.

50 mil testimonios de personas que tuvieron o tienen la misma enfermedad que él.

60 doctores se acercaron ofreciendo consejos científicos. De ellos, 40 recibieron las sugerencias de otros pacientes por medio del sitio. 

50 mil estrategias diferentes para curar el cáncer, desde medicina y ciencia oficial, hasta terapias alternativas, magia, esoterismo o vacaciones.

200 personas lo ayudaron a clasificar la información.

Salvatore Iaconesi puso a disposición La Cura porque cree que cada uno de nosotros forma parte de la sociedad humana. Todos podemos acercarnos y decidir para nosotros como comunidad si compartimos, dialogamos, reflexionamos, nos abrimos a los otros. Para él “Éste es un uso bueno de la tecnología”

Hoy que escribo estas líneas, leo lo que Iaconesi ha escrito en su post más reciente: “Estoy progresando. Y lo más importante: están ocurriendo cosas. Cosas que son sobre mí, pero también sobre todos ustedes. Hemos platicado y presentado toda esta historia por todo el mundo: periódicos, televisión, radio, sitios web grandes o pequeños. Miles de personas han escuchado que existen posibilidades. Volverse humanos, otra vez para escapar de mecanismos que nos tienen atascados y trabajar juntos: con nosotros mismos, la naturaleza,  la ciencia, la cultura, las tradiciones y lo más importante, nuestros seres más cercanos”.

En el sitio de La Cura está disponible el parte médico del reporte post quirúrgico al que se sometió Salvatore Iaconesi.


GABRIELA BAUTISTA es productora y conductora de radio, escribe cuentos y poemas para niños, hace diseño sonoro y es profesora. Desde el 2011 comenzó a leer sobre el cáncer. Ha encontrado toda clase de relatos. Pronto escribirá el propio.








El estreno de The Following el 21 de enero anuncia la entrada formal de Kevin Bacon a las series televisivas. Con eso de que la narrativa en TV ya no sufre del desprecio característico de hace una treintena de años, Bacon se suma a la importante lista de valoración (o rescate) de actores de cine ochenteros que tratan nuevos formatos.


¿Podrá Kevin Bacon construir un personaje tan reconocido como Jack Bauer, Derek “McDreamy” Shepherd y Charlie Harper?  Icónico en su silueta de paso de baile en Footloose (1984) y uno de los mejores actores de su generación, Bacon se estableció sólido en el cine con una diversidad extensa de papeles. Numerosos filmes derivaron en un ya viejo juego: concatena secuencias de nombres de actores de Hollywood y en cinco movimientos llegarás a Kevin.

El primer capítulo de The Following es estupendo, planteado para el lucimiento de Bacon y James Purefoy, quienes deben construir en un primer capítulo la tensión narrativa de una dicotomía moral y varias obsesiones en turno. Bacon es Ryan Hardy, un ex agente del FBI atormentado y alcohólico, famoso por capturar a Joe Carroll (Purefoy), un asesino serial, profesor de literatura inglesa, admirador de Allan Poe y, por demás, maestro guía de una red de seguidores asesinos  en potencia. Carroll escapa con ayuda de su culto y reta a Hardy, quien regresa como un consultor experto en el perseguido.

¿Carroll es una alusión de Lewis y su país de maravillas? El primer capítulo de The Following anuncia la privación y la motivación del héroe, la entrada a la madriguera y el venidero paseo por las delicias retorcidas de los asesinos seriales devotos. También es un capítulo de presentación para observar el alcance de ambos bandos: Hardy tiene de su lado a una distante especialista en cultos y un entusiasta agente admirador del trabajo de Ryan; Carroll cuenta con admiradores comprometidos por doquier. Pero sobre todo, es un capítulo que establece la fragilidad de Hardy (una ironía, por supuesto), herido en la captura inicial de Carroll y que ahora puede morir ante cualquier impresión intensa. Vulnerable al extremo, Hardy es arrastrado a un mundo que recuerda los crímenes planteados por Allan Poe y el horror de la muerte como arte. Aquí el corazón es el delator.
Las referencias a la literatura de horror estadounidense podría ser parte del ritmo de la serie. Desarrolladas en este episodio, falta por corroborar si se jugarán esta estupenda carta intertextual. Al menos el elemento meta narrativo sí estuvo presente, sobre todo en la enseñanza de Carroll a Hardy al final de la emisión (no olvidemos que es profesor de literatura): para que la historia valga la pena, es necesario modelar al héroe, construir su motivación, destruir a quien haga falta para generar la iniciativa, ja justificación, la intención de emprender el viaje. Hardy, quebradizo y caído en desgracia, necesita de ello. Recuerda un poco a la propuesta de M. Night Shyamalan en The Unbreakable (2000), donde el personaje siniestro de Samuel L. Jackson alimenta las necesidades narrativa épicas de David Dunn (Bruce Willis): el héroe debe surgir para que continúe el viaje.

Aún tengo dudas sobre el potencial actoral de James Purefoy para construir una sombra suficiente que genere una veneración creíble en el culto de asesinos (aunque sólo es el primer capítulo). Pero el tocino sí parece frito con ganas.





Juan Pedro Delgado estudió literatura con cierto desgano, pero se encontró al paso con dos o tres obsesiones y en un puñado rubik de teorías. Mantiene una relación un tanto enferma con la cocina, la semiótica, las narrativas transmediáticas y las mitologías emergentes. Dice que no cree en nada, pero todos saben que vive en una constante negación. Hubiera deseado ser íntimo de Bataille, Foucault y Papini, pero se conforma con las amistades locales que, por lo demás, suelen ser una delicia. 














Marvel Comics aprovechó su megacrossover de 2012, la batalla entre los Avengers y los X-Men, para pilotear una nueva encarnación de narrativa gráfica digital: Infinite Comics. Los números 1, 6 y 10 del serial Avengers Vs. X-Men incluyen un código para descargar el correspondiente Avengers Vs. X-Men Infinite, también disponible en la tienda virtual de Marvel por 99 centavos de dólar. Las tres ediciones especiales llenan pequeños huecos en la gran totalidad del proyecto, que totaliza aproximadamente con 75 números involucrados.
El cambio de soporte permite y provoca diferencias, aunque la esencia de la narrativa gráfica permanece. En esta ocasión no hay elementos multimedia agregados, las mismas secuencias de imágenes, cuadros de texto y onomatopeyas pasan del papel a la pantalla, aunque las transiciones –opcionales– entre una página y otra dan cierta ilusión de movimiento. La división por paneles casi desaparece, es un recurso expresivo más que una necesidad: la mayoría de las páginas están totalmente abarcadas por una sola ilustración trabajada en capas. El formato más alto que ancho de la hoja del comic se transforma para acomodarse al widescreen de los monitores, pero especialmente para las tabletas. El número de páginas, constreñimiento férreo del cómic impreso, se vuelve poco importante. Un cómic hecho para verse en pantalla resulta en algo como un PowerPoint con superpoderes.
La industria del comic necesitará adaptarse a la creciente digitalización mediática si ha de conservar su viabilidad económica, los Infinite Comics son más bien un segundo paso que una solución (recordemos la euforia por los motion comics hace unos pocos años), ¿cómo cambiará –o no– la narrativa gráfica en los años venideros?




Saúl Zuno nació en Guadalajara pero es de rancho. Se licenció en comunicación porque su mamá no lo dejó estudiar letras. Al instante se metió a la maestría en lo mismo porque le gustó la investigación y no le gusta trabajar. Es entusiasta del anime, el café, los trannies, los comics, la cerveza, el pop electrónico, la ginebra y el cyberpunk -y de disfrazarse para salir de su casa. Padece de tabaquismo y de sus facultades mentales. Escribe porque no sabe hacer nada.






Con un billón de “amigos” activos, una ominosa cifra que redefine los vericuetos públicos de la vida privada a nivel global, Facebook representa para algunos el Leviatán convergente donde la cotidianidad se registra, comparte y disuelve, comentarios más, “me gusta” menos. Una especie de Logos digital que alimenta el fastidio, el consumo, la ansiedad y el aburrimiento, pero también la cercanía ilusoria, la conexión con el pasado, el registro de vida y el activismo per click. Los problemas de la empresa con Wall Street, el uso ambiguo de nuestra información personal y sus actualizaciones incómodas parecen no afectar su expansión desde 2004. ¿En qué momento un servicio de social networking deviene hábito y dependencia, nodo vivencial? 
     Nutrido desde la ansiedad por exhibir y contar lo que hacemos, lo que observamos y cómo nos vemos, para muchos Facebook reitera con ahínco la construcción de una imagen pública enredada: estridente e impertinente: en el deseo de validación de la frase ingeniosa, en la imagen ocurrente que me hace el día festivo en el muro, en la necesidad de validarme en el recuento de los pormenores personales que a nadie fuera de mí importan: euforia o aburrimiento por hacer relatoría de mi vida, desde el recuento de lo que hago al paso hasta  las nimiedades de por qué existo. 
     Si algo me ha enseñado Facebook en estos años es reiterarme la naturaleza de lo privado frente al ámbito de lo compartible, fantástico repositorio virtual de mi memoria. Me recuerda constantemente que lo secreto implica reserva y sigilo ante las imprudencias y reclamo constante de la autogestión identitaria de algunos y muchos otros.
     Cuando lo privado se vuelve público lo íntimo baja de peso y languidece, y para ello gritamos constantemente “INBOX!”, declaratoria que es apelación de respuesta pero también enunciación de los límites personales y precautorios: lo demás es fisgoneo y exhibicionismo. Y un enorme vacío bajo la red que nos atrapa.









No hay que olvidar que el cine es coetáneo del corsé y el carro de caballos
 
Jean Renoir 

Después del festejo por el Día Internacional Sin Autos (22 de septiembre), evento que reunió a miles de ciclistas y peatones en las calles de Guadalajara; y de ver el People´s Car Project de Volkswagen China, esbozo estas breves notas a modo de reflexión sobre la relación del cine y las máquinas del movimiento.
 
El emparejo del cine y el tren
Los hermanos Lumière lograron, con su tomavista de la llegada del tren a la estación, vincular dos aparatos a una misma idea: la representación del progreso. Esta unión perdura hasta la fecha, fusionando el concepto de movilidad con el de visión. La obsesión de Edison, Muybridge,  Marey y los precursores del cine por captar el movimiento ha vuelto a los medios de transporte una metáfora ineludible de la relación entre sociedad, progreso y modernidad.
 
El automóvil y el “apocalypse cool”
John Orr asociaría al automóvil con la modernidad del siglo XX americano. El vehículo funcionaría como una metáfora que agruparía desde los mafiosos del “noir” americano hasta el melodrama social familiar, espacios donde el automóvil, era un símbolo de pujanza económica. Esta imagen duraría incluso después de la Segunda Guerra Mundial, cuando el coche, antes que desaparecer como síntoma de una época previa, se volvería el símbolo de movilidad y libertad posterior al miedo atómico. El auto, cómplice de la fuga en las road movies nos alejaba del pánico del fin del mundo.
 
La motocicleta (homenaje a Dennis Hopper)
Nada como Easy Rider para mostrar la fractura de las generaciones. La rebeldía, la intensificación de la identidad generada por el vehículo. Otro grande: Francis Ford Coppola con Rumble Fish. El viento en el rostro, la carretera pasando frente a nuestros ojos. Mark Seltzer diría que nada tipifica más la sensación de identidad americana que el amor por la naturaleza (nación natural) salvo, tal vez, el amor por la tecnología, por supuesto, hecha en Estados Unidos.
 
Dos híbridos globales
Después de las sinfonías urbanas de la primera mitad del siglo XX (pienso en Ruttmann, Vertov o Strand), llegarían las odas ecológicas (la trilogía de Koyaanisqatsi, Baraka o los atípicos trabajos de Werner Herzog, como White Diamond, para derivar en mecanismos acordes con los tiempos que corren: el de la creación participativa de contenidos (en este caso, soluciones de movilidad para el futuro), o el de la recuperación nostálgica de la tecnología antigua como futuro superado (una mirada desde la ciencia ficción al fin de la era del ferrocarril en México, Ecuador y lo que siga).
     El primer mecanismo contemporáneo es el resultado del concurso People´sCar Project, lanzado por Volkswagen China para crear conceptos de autos del futuro a partir de ideas del público. La plataforma tuvo 33 millones de visitas. Un auto ecológico fue uno de los tres proyectos finalistas.
     El segundo caso sintomático de la época es el proyecto de la Sonda Espacial Ferroviaria Tripulada, mejor conocida como SEFT-1, creada por los artistas mexicanos Iván Puig y Andrés Padilla Domene. Esta nave espacial elaborada a partir de una camioneta ha recorrido varias rutas de vías de ferrocarril abandonadas, reencontrando pueblos que vivían a la orilla del paso del tren y que, ante la bancarrota de la empresa Ferromex, han perdido casi todo contacto con el resto del país. Los tripulantes de la sonda han hecho diario, fotografía, videos y recogido muestras de este territorio olvidado, de este camino mil veces andado y ahora abandonado a su suerte. Luego fueron invitados a Ecuador y acaban de terminar la ruta por ese país.
     Primitivismo e innovación parecen ser dos componentes de la movilidad contemporánea. Lo que se alcanza a percibir es esta lucha aún no resuelta por decidir si el proyecto moderno fracasó y debemos volver a los orígenes, a formas más simples de organización, de desplazamiento, de estructura social; o si, por el contrario, podemos seguir soñando con que la tecnología algún día será respetuosa con el planeta y el medio ambiente, donde la participación ciudadana será fundamental para la consolidación de la esperanza en el futuro.
 





A ratos sí soy internacionalista: veo teorías de conspiración dónde sólo deberían existir fórmulas de entretenimiento. Por más frustrante que resulte, desde la comodidad de un sofá me doy cuenta que la política es el punto de apoyo que mueve al mundo.
     La irreverencia se ha apoderado de la pantalla chica en los hogares norteamericanos. Hace un par de semanas, la primera temporada de Homeland (2011), producida por Showtime, arrasó con la última entrega de los premios Emmy. No se trata de una comedia sobre una familia moderna. Tampoco un melodrama sobre el complejo mundo publicitario neoyorquino. Se trata de una thriller que abre heridas y remueve cicatrices: una serie sobre la paranoia del terrorismo.
     Contraria a otras producciones multipremiadas como Boardwalk Empire de HBO, Homeland no sorprende por su estética: nos desconcierta por su trama. El Sargento Nicholas Brody (Damian Lewis) es un sobreviviente de la invasión estadounidense a Afganistán (2001). Un marine capturado en combate que después de ocho años de ser prisionero de Al-Qaeda regresa como héroe de guerra a su hogar. Lejos de exaltar el nacionalismo a través del papel del ejército, la serie evidencia sus fallas con espeluznantes cuestionamientos: ¿y qué si el Sargento Brody fue torturado hasta perder todo contacto con la realidad? ¿Es el enemigo lo suficientemente fuerte para lavarle el cerebro a un patriota? ¿Puede el estereotipo del súper-hombre americano convertirse en un traidor?



     Poco a poco, lo políticamente incorrecto invade las formas de entretenimiento y las redes sociales. Las series televisivas más exitosas en la actualidad no sólo están ideadas para hacernos soñar con mundos fantásticos, como ocurre con Game of Thrones (HBO, 2011), el público también demanda crudeza y realidad: queremos ser espectadores de nuestras peores pesadillas y de la sumatoria de nuestros miedos.
     La realidad golpea a través del televisor en horario estelar. La crítica alaba lo que en política no se puede controlar. Reflejado en una pantalla, el gobierno puede ser gestor de su propio destino, las agencias de inteligencia se pueden dar el lujo de dudar del héroe y los ciudadanos comunes y corrientes pueden soñar nuevamente con la seguridad en casa. Como espectadores, a través de las imágenes en un televisor, esperamos evitar que el 11 de septiembre de 2001 se repita todas las semanas en la noche de primetime