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Déjenme contarles un secreto escandaloso, señora y señor que marchan normales. En realidad, antes del permiso legal, México ya estaba repleto de matrimonios bien avenidos de padres homosexuales, los dos, o uno de ellos, protegidos en un modelo aceptado y apelando a la seguridad, las ventajas, las buenas costumbres o a las estrategias de la vida.  

Invisibles en las estadísticas y en las reuniones escolares de padres, dos amigos cercanos, lesbiana y gay, decidieron su matrimonio, emprendieron un proyecto compartido, tuvieron hijos y continuaron, “con discreción”, con sus respectivas parejas sexuales. Algunos recurrieron a la inseminación artificial, otros apelaron a la copa de vino, la amistad y la risa nerviosa para fecundar una expectativa de realización. Recuerdo la fantástica boda de Gabriel y Ana, los padres satisfechos, el sacerdote muy distraído, el velo, el ramo, la cargada en hombros, la pareja de Ana en una mesa hablando con el novio de Gabriel. ¿Los niños? Muy bien, gracias.

El otro tipo de matrimonio siempre me ha resultado un tanto triste: uno de los cónyuges no es heterosexual pero encuentra remanso en apelar a su comodidad como estereotipo aparente de este género: “porque no se me nota, estoy seguro”. Señora mía católica conservadora, déjeme contarle que su esposo consigue más que una ducha en las saunas, se arrodilla salivante en los cines porno, da vueltas y vueltas en el parque hasta subir a un adolescente en las glorias de la prostitución masculina.

Su esposo, con frecuencia homosexual homófobo machista, que es posible, suele buscar “hombres de verdad” en todos lados, porque si quisiera una mujer, pues usted ya está en casa para atenderlo. Posiblemente tenga cierto apetito por algunas mujeres, que por coincidencia empatan con un travesti que, no es raro, termina asumiendo un rol activo dentro de su querido y normal esposo. Luego, en la sobrecama y entre la culpa su marido termina explicando por qué se casó con usted y cuánto ama a sus hijos.

Entonces su esposo chulo y proveedor regresa a casa, los besa a todos, es atento con usted porque el remordimiento deviene en ganancia afectiva. Usted está tan perdida en su rol de madre perfecta que no lo nota, usted está tan interesada en el simulacro social de familia que finge no darse cuenta. Aunque le cumpla, señora mía, su marido es un imbécil, no por su putería, sino por darle atole con el dedo, por cobarde o miedoso, porque son sus circunstancias y fue su escape. Porque alguien le metió en la cabeza que eso era un buen hombre. Porque está atrapado en su decisión de no aceptar y asumir, porque adora a sus hijos, porque ama a SU familia, porque es el mejor de los padres: lo trágico como la imposibilidad de evitar el dolor. ¿Los niños? Algunos estarán marchando, junto a usted, señora orgullosa del brazo de su marido.


Pero, como signo de los tiempos, cada vez son más frecuentes los  hombres homosexuales que, después de los cuarenta, deciden “recuperar” su orientación erótica después de optar por una “preferencia” heteronormativa en un matrimonio gastado en el simulacro. Para algunos, vueltos “chavorrucos”, es una oportunidad penosa de recuperar el “tiempo perdido” en bares, sexo duro y drogas fuertes. Otros se obsesionan con transformarse en vampiros energéticos chupando, entre otras cosas, la energía de la carne joven que los prefiere añejos. Otros más reconocen la presencia del amigo cercano como la pareja de años. Unos protegen y otros resbalan. Unos sufren decepciones ya vaticinadas y otros duermen tranquilos finalmente. Tantos posibilidades después del divorcio, tantos escenarios después de la viudez.  

La crisis que experimenta el modelo patriarcal judeocristiano heteronormativo, en numerosos países, se debe en parte a su colisión con el clima intelectual y cultural después del desgaste de las narrativas tradicionales y modernas. Para qué el imaginario del infierno y el castigo cuando nos hemos encargado de replicarlo en formas caprichosas en esta versión de realidad que habitamos. Progreso y bienestar se disocian de la fe y la esperanza. ¿Qué significa la salvación prometida desde una institución que se escuda en un discurso-pastiche construido desde el poder y la conveniencia del hombre mismo?

Si TODA la Biblia es “Palabra de Dios” y es igualmente importante una parte que otra, su ejercicio es un juego constante de anulación, selección y obsesiones que proyectan qué está compensando, señora, que me cuentan a qué y por qué  se aferra. ¿Cuál es su ganancia, señor mío, en alienarse y pelear por una parte mínima de Romanos (1:26, 27) y Levítico (18:22) como si fuera la totalidad de “La Palabra? ¿Qué les amenaza REALMENTE en el concepto de familias diversas? ¿Porque vuelve visible que ustedes forman parte de una, imperfecta y singular? ¿Por qué les CONVIENE empecinarse con un collage discursivo que los atrinchera en una esfera de sexualidad vainilla y parálisis perceptual?  

Y ya los vi en la marcha "por los niños": Madres-gente-bien que viven atrapadas en los juegos de casino y esperanzadas con las lecturas del Tarot; padres-gente-bien que sueñan con ser parte de una cofradía secreta de empresarios tenaces y juergas de infieles; señoritas-gente-bien que se la pasan enredadas por gusto en chismes de envidia y celos entre amigas; hombrecitos-gente-bien que suplican por un viernes de borrachera y desmanes lascivos: “En cuanto a estas cosas, les aviso de antemano, de la misma manera como ya les avisé, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios (Gálatas 5:19-21).

Yo no quiero salvarme bajo sus términos, señor y señora que marchan “por los niños”. Yo no quiero heredar “el Reino de Dios” prometido bajo las circunstancias hipócritas que hacen buena parte de sus seguidores. No quiero “ejerce[r] fe en él” (Juan 3:16) si eso se contrapone con la prioridad de la congruencia hacia los demás (Mateo 7:12) y el respeto por el prójimo (Pedro 2:17) que al final es parte de mí mismo. Me gustaría que dejaran su cólera atrás (Salmo 37:8) y que aprendieran de su amargura maliciosa y habla injuriosa (Efesios 4:31). Pero ya sabemos con qué parte se quedan de su literalidad selectiva. Ya sabemos que ustedes son jueces y que encuentran cierto placer lúbrico en ser los verdugos de aquellos que no reflejan su mundo pequeñito de mímica y acusaciones.  

Ya sabemos, señora que marcha normal, que a usted le conviene ejercer la etimología de familia relacionada con famulus (esclavo o sirviente). Usted es un famulus Dei, según entiendo, y supongo que a mucha honra, me lo deja claro caminando victimizada bajo el sol y la lluvia. A mí me gusta más, frívolo que soy, ya sabe usted, la posibilidad de que el origen parta de fames (hambre), y que MI familia es un conjunto de personas que se alimentan juntas en una casa. Es que me gusta cocinar para los que quiero. Me quedo con una idea de familia como un constructo social para la pertenencia y las identidades, cualesquiera que sean, alimentada por un imaginario y expectativas sabrosas que no suelen coincidir con nuestras circunstancias, deseos y vanidades.

No se esfuerce, respetable señor, muchas gracias pero no gracias, en luchar por mi alma, que me gusta pensar que es más confortable y divertida que la suya. Qué pena de fe miope y cuanta carga sobre sus dulces hombros. Imagine su decepción cuando nos encontremos en el cielo, o cuando nos guiñemos un ojo a punto de diluirnos en la nada. Le agradezco su conmiseración petulante por el sufrimiento posible que usted augura y posiblemente desea en mi futuro, pero no gracias. Su obediencia canónica a medias no se parece a mi conciencia humanista: creo que la suya no protege la integridad ni la autoestima del otro.

El dogma católico habla que la soberbia es arrogancia espiritual y amor excesivo de la propia excelencia, significa vanagloriarse de más méritos de los que detentamos, estimarse por encima de lo que es justo y válido: una trampa del amor propio donde la lucidez y la humildad se avergüenzan de ti. Marcha, pequeño católico normal, marcha.

Bajo sus condiciones, señora y señor que caminan soberbios, quiero ser un apóstata. ¿No saben acaso que es mi opción católica condenarme bajo su tierna mirada?





En ciertos escenarios disfruto la palabra “puto”. En lo privado y entre los amigos. Porque hay un resquicio de regocijo en ser un puto o una puta, aunque les duela en su moral, o les arda, y es divertido, porque en determinados contextos, los personales y bajo el placer, suena y sabe a cabronería de la chingona, huele a sexo arrogante, a empoderamiento. “No mames, wey, soy un puto” suena a “machín” jarioso en una falsa escena de humildad.

Por la polisemia, claro, “puto” designa múltiples categorías —y manipula ontológicamente: designa tanto orientación como tratamiento, saludo afectuoso pesado y señalamiento punitivo. Opuesto a “macho”, el “puto” es también dicotomía con el aficionado futbolero febril, tan varonil y tan alfa, tan dado al agarrón de nalgas, al lucimiento del “paquete” increpador ante otros hombres, al grito histérico como de “vieja argüendera”. Es decir, diferentes, pero se rozan.

El “¡puto!” masivo de Brasil es, de hecho, agresión lúdica heteronormatizada disfrazada de “folklor” mexicano, esencia “pícara” e inevitabilidad de la “raza”: porque dicen las malas lenguas que así somos al gusto. Es “costumbre” de lo visible vendida como tradición y sentido de fiesta, resonancia límbica parapetada en la colectividad. Es “naturalidad” discursiva que no se asume homofóbica, porque el relajo y el disfrute del momento diluyen el derecho a la dignidad de “los otros”, los sopla almohadas, los muerde nucas, los otros que no entienden la vacilada. Justifican que la picardía es ingenuidad candorosa, cuando en realidad tiene bastante de cinismo, insidia y desvergüenza. Es que así somos, señora FIFA, tan buenos con el consuelo este nacionalista del "des-madre" y el albur. Es que mis tacos sin chile no me saben.

Para aquellos que matan al mensajero apelando a la conducta reprobable de la FIFA se nublan ante el mensaje. Falacia ad hominem que sirve como un distractor del acontecimiento real: la conducta localizada de un grupo de mexicanos en un evento internacional con cobertura mediática mundial.

Que la FIFA pueda ser una organización corrupta puede quitarle la autoridad ética para criticar el asunto, pero aún detenta la autoridad normativa para aplicar una sanción justificada por comportamiento reprobable y violencia simbólica en uno de sus partidos. Yo no argumento sobre los vicios de carácter de un juez misógino para que deje de castigar a un agresor de mujeres. El organismo tiene facultades reguladoras, más allá de su liviandad en aplicarlas, que transforman el hecho en un asunto político entre naciones. Si somos maliciosos, para la FIFA el caso es más un tema de diplomacia salvada que de preocupación humanista, una estrategia de relaciones públicas que sentará un precedente. En este sentido tiene el derecho, pero también la obligación, sobre todo en un contexto intercultural que no tiene por qué disculpar los “folklorismos” de nuestro país. Pueden interpretarlo como que el organismo “se curó en salud”, o que está tomando medidas precautorias y aleccionadoras, y que México es el ejemplo: “mala suerte, putos”.

Para aquellos que no consideran el matiz invisible del suceso, que justifican con expresiones similares con “es mi naturaleza”, “nomás fue tantito”, “no fue a propósito” o “qué nena eres”, tal vez encuentren significativa su coincidencia con la defensa usual del racista, el golpeador y el agresor sexual: una disculpa basada en el desconocimiento de los límites y la falta de respeto a la integridad y la autoestima del otro. Para los que hablen del concepto de la euforia irracional de la afición, golpear a un “puto” en un callejón  también tiene mucho de espectáculo, señores, y más de miles se regocijan en ello. Para aquel que ha sido agredido, expulsado, denigrado o despreciado por ser “puto”, miles de personas vociferando la palabra con desprecio “divertido”, evoca escenarios de duelo, dolor y angustia. El derecho a gritar “¡puto!” con “fines de distracción” (que no de ofensa, por supuesto) no es una libertad merecida, si parafraseo a Mircea Eliade, porque no estás dispuesto a aceptar las responsabilidades de las consecuencias de esa libertad gratuita, diluida ventajosamente en la multitud.

Como a muchos les (nos) enseñaron desde niños lo justificable y “normal” de la agresión verbal en el espectáculo deportivo, es natural que apelen a la pasión por el juego y la euforia del momento, los ánimos enardecidos, para justificar la mala patada de ofender “no queriendo” a un sector de la población —que no escucha precisamente un neutro “¡orientación sexual!” cuando miles gritan “¡puto!” hacia una cancha. Es el patrón que aprenden tus hijos, viéndote arrojar saliva, maldiciendo, pendejeando, utilizando un término despectivo “tan mexicano” en un contexto de enojo o acoso hacia una persona.

El sujeto que no asume el poder de las palabras, acostumbrado a ver estos “inofensivos” acosos colectivos vueltos convención social, es usual que represente la queja como hipersensibilidad y no un derecho. Es lógico que maximice el peso de la sanción posible y minimice el acontecimiento. Están atrapados en la “ficción dominante”, de la que habla Silverman, aquello que vale como realidad “real” para una sociedad determinada. Algo parecido expresó algún White Anglo-Saxon Protestant, frente a su televisión de los años setenta: “qué negros tan sensibles, ¿qué tiene de malo que les digamos monkeys?”

En la pertenencia a un sistema de signos volcado en contexto, la denotación de “negro” también conecta culturalmente con otros sentidos. El vocablo puede sonar a “virilidad”, “fortaleza” y “resistencia”, con frecuencia capitalizados, o evocar fantasías sexuales en las plantaciones de algodón, Mandingos a la carta, también acaso rentables. El problema descansa, sujeto racista en turno, cuando la palabra forma una isotopía natural con representaciones usualmente denigrantes relacionadas con lo “negro”: “sucio”, “tonto”, “inculto”, “animal”. 

Todos sabemos en México en qué contexto se utilizan las expresiones “No seas cora” y “qué indio eres”, más allá del uso étnico “real” del término. Conviviendo con la definición simplona de diccionario, el habla lleva a cuestas los complejos y bondades de su cultura, pero también el poder de cargar las palabras con la precisión de lo paralingüístico: la sospecha en la voz, el tono de desprecio, el énfasis sarcástico. La lengua es también creencia corporeizada.

Con “joto”, “puto” y “marica”, expresiones usualmente vejatorias para designar la homosexualidad, es común que en la charla cotidiana —y en el grito masivo— tengan una resonancia con “cobarde”, “quejumbroso”, “llorón”, “débil” y “chismoso”, pero también con “pendejo”, “imbécil” e “inútil”. Elija usted, que lo educaron “como deben-ser los machos”, que no llora jamás como “niña”, que no se “raja” como las “viejas”. Usted que se regodea en decir lo que es un “hombre”: “poder”, “valentía”, “fortaleza” y “gallardía”. No es tu culpa, machín, pero tampoco te disculpa. Modeladas en el mismo escenario, es común que ciertas mujeres utilicen la palabra “puto” para todo lo anterior, pero también como estrategia emasculante, un cuestionamiento al deber-ser de la masculinidad, un sinónimo de “poca hombría”. Y aparte está el grito en el estadio que, claro está, no tiene NADA que ver con este párrafo.

 En la liguilla de la escuela de tu hijo, ¿te sentirás ofendido si en las gradas le gritan “puto” porque falla un penalti? ¿Dirás que es parte del juego, que no lo hacen con mala intención, que así es el deporte? ¿Te sentirás abochornado porque la palabra te significará que clasifican a tu hijo como “jotito”, es decir, “menos hombre”, o porque la interpretarás como que para ellos tu chamaco es un “pendejo”?

Si afirmas que expresiones de este tipo son inofensivas y parte esencial de “nuestro” México”, repíteselo al niño al que, indefenso y llorando, una treintena le gritan “puto” en el salón de clases. Dale ánimo, cabrón machito, date gusto: “qué exagerado”, “lloras como niña”, “no sea joto y aguántese”.

El caso del “¡puto!” en Brasil resulta incómodo para muchos porque vuelve visible el efecto colateral de nuestra crianza. A nadie le gusta escuchar que lo que tanto ha disfrutado manifiesta desprecio y desconsideración hacia ciertos grupos. Que es un sujeto entrenado culturalmente con patrones mentales patriarcales, judeocristianos y heteronormativos, donde lo masculino encontró su confort y acomodo.

Este “¡puto!” nos habla de lo invisible de nuestra cultura y las posibilidades de madurez y confrontación. Un organismo deportivo tenía que venir a decirnos lo que décadas de literatura y estudios han reiterado. Ir al sur para darnos el norte: que no basta con escudarnos como “cabrones”, tirar la piedra y defendernos con la torpeza del esencialismo lépero nacional: “si así somos, para qué nos invitan” reza un meme. Es un tema de replicación cultural basada en nuestras broncas de autoestima patriotera. Nos enseña que la cotidianidad no necesariamente implica permisión. En este estadio, fuimos otra vez los “salvajes”. Es un asunto intercultural y de reconocimiento de identidades. Sobre todo, resulta un caso táctico para explicar la relevancia de la educación para la paz y la comunicación con perspectiva de género.
JUAN PEDRO DELGADO estudió literatura con cierto desgano, pero se encontró con dos o tres obsesiones y en un puñado rubik de teorías. Mantiene una relación un tanto enferma con la cocina, la semiótica, las narrativas transmediáticas y las mitologías emergentes. Dice que no cree en nada, pero todos saben que vive en una constante negación. Hubiera deseado ser íntimo de Bataille, Foucault y Papini, pero se conforma con las amistades locales que, por lo demás, suelen ser una delicia

According to Larry Grossberg (2005), “The media have become an inseparable part of people’s lives, of their sense of who they are, and of their sense of history”. We use the media as a sort of looking glass through which our real life is filtered and served to us in easy to digest pieces. It turns the greyish tones of reality into blacks and whites. Media is a cultural creation and therefore reflects the social context of the times its content was produced. It is through a process called cultivation by which audiences are conditioned to view the world the way it is represented in the media.

Mad Men premiered on July 19th 2007 and is currently on its sixth season. The show is broadcasted on AMC home of another other critically well received show, Breaking Bad. Created by Matthew Weiner, the show explores the lives of a successful New York advertising agency Sterling Cooper and its creative director Donald Draper, played by John Hamm during the 1960s. The show displays Mr. Draper’s personal and professional life during the ever changing times America faced in the 60s. Mad Men can be enjoyed through several different media platforms besides the regular cable network, for it is readily available on iTunes and other media outlets.  The show has received a total of fifteen Emmys and four Golden Globes as well as ranking 6th on TV Guides, The 60 Greatest Dramas of All Time. It is through this text that we will implement deconstructive critical theory in order to understand Mad Men’s view on The American Dream and the way it represents it as an exclusively white ideology and an ideal representation of U.S Culture.

One doesn’t have to look further than the opening credits of the show to understand the main ideology that goes on throughout the series. The title sequence portrays the silhouette of a man (possibly Don Draper) falling amidst a sea of 60s advertisements and posters. The show, much like the main characters, indulges itself on American consumerism. According to Saussure these images that are shown to us during the opening credits symbolize American culture’s obsession for consumer products.



In fact, during the pilot episode of the show titled "Smoke Gets in Your Eyes", Don meets up with Sally Menken, the owner of a department store. The sole purpose of this meeting is to help her boost her sales and improve her image to equal that of Chanel. Like a church serves as a symbol for religious beliefs (be it Christian, catholic, etc.), the department store can be seen as the modern church of consumerism. A large building that holds that beliefs of American societies within its walls. Accompanied by the echoes of cash registers one can almost hear the choir sing “Spend more, be more. Buying is what defines you”.

It is through the constant client meetings that are shown throughout the series that we begin to understand the importance that American Consumerism has not only on the American industry, but on the lives of the men working for Sterling Cooper. Don Draper and his colleagues would not be able to enjoy their fine suits and their well-aged whisky without them. The different companies that walk into the Sterling Cooper meeting room to hear Don Draper’s sales pitches serve as signifiers for American consumerism (the signified). However, consumerism has its roots firmly planted on a much larger ideological system that permeates American culture: The American Dream.

Donald Draper is the main character of our show; he is a successful white male in his 40s however, he was not born into a world of privilege. Draper represents the American Dream, a western ideology that states that “if you work hard enough, you will succeed”. Mad Men uses the character of Don Draper to promote and cultivate the previous ideology into the audience. Gerbner calls this process Mainstreaming by which “heavy viewing may absorb or override differences in perspectives and behavior” (Bryant, 2012, Pg.112). One way it presents this is by contrasting Draper with another character from the show, Pete Campbell. Campbell is an account executive for Sterling Cooper who comes from a privileged background. In contrast, Draper is simply an assumed identity; his real name is Richard Whitman. His mother a 22 year old prostitute died while giving birth to him. He later on lived in a farm with his father (whom he hated) and fought during the Korean War. Donald Draper as a symbol serves to represent the ideal American, grown from humble roots and a patriot. The executive Superman (who was also a farm boy that later moved to the city).

We can use Levi-Strauss’ Mythemes in order to classify Drapers life story as the following, “boy goes from rags to riches”. Campbell was born into his position and role in society, Draper had to earn it. In the viewer’s mind Campbell is less deserving of being a part of Sterling Cooper (and in the process our sympathy) because he did not have to work to attain his current social status. However, through cultivation and mainstreaming audiences begin to sympathize with Donald Draper, as a man who has “suffered” enough and has therefore been labeled worthy of his current social status by that very audience.

We must also understand that the men working as ad men at Sterling Cooper are all white (or have some sort of European descent), there are no African American characters (Unless one counts the sandwich guy) on the show. Trying to make the show as historically accurate while being set in the 60s is one thing, but the lack of an African American  character in the shows main cast can be seen as stereotyping, which helps to support “the audience’s collective consciousness a character’s preconceived value systems and behavioral expectations” (Wilson, 2003 pg.) Therefore Mad Men reinforces the idea that The American Dream is an exclusive to hard working white men. Does the same apply to women?

Let us deconstruct Don Draper’s wife, Betty. She is a typical 1960’s housewife. She stays at home and takes care of her kids; all while smoking and gossiping with the other housewives that live around the neighborhood. She lacks ambition (aside from hosting house parties) and is clueless of her husband’s affairs with other women (Women that are smarter and more independent than her). Just like we previously talked about the stereotypical portrayal of black characters on the show, we can tell that Betty is also a stereotype. She is there to act as a symbol for the ideal woman. Betty Draper represents the collection of desired characteristics that the patriarchal U.S Culture seeks to promote amongst its women.

Stephanie Coontz (2010) states that “She is a woman who thinks a redecorated living room, a brief affair or a new husband might fill the emptiness inside her, and her attempts to appear the perfect wife render her incapable of fully knowing her children or even her successive husbands”. The writers even go as far as to introduce us to a single mother, Helen Bishop as a symbol for the “modern woman”. Betty and the other women critique her as if she were some kind of freak. There is no sense of independence on Betty behalf, her happiness fully dependent on her marriage and her husband’s professional life. We therefore can understand the shows portrayal of women in the U.S as being favorable towards married women. “Women are nothing without their man” is what the show is trying to teach us. Betty even suffers from psychosomatic numbness in her hands when thinking of her husband’s affairs with other women. Now, is this is a reaction to her crumbling marriage? Or are these constant periods of numbness a reaction towards the fear of losing social and economic security by losing Don?
Using Marxist Critical Theory one can define the role of women in U.S Culture as being valuable for their Sign-Exchange Value, which means “the social status it confers on its owner” (Tyson, 2006, Pg. 62). To put it simply, Betty is Don’s arm candy. There is nothing she can offer him intellectually, but because of her youthful looks (even after giving birth to two children) she has become some sort of medal to wear on his chest for the world to see. She is his trophy wife. Just like his job Don has earned her. However, Donald Draper is also being used by Betty. He is her passage to a better life, a respectable life as a mother and wife. Don and Betty are in a process that Marxist theory calls commodification which is when “the act of relating to objects or persons in terms of their exchange value or sign-exchange value” (Tyson, 2006, Pg.62). Marriage is no longer seen as institution (as some churches would say), in the world of Mad Men marriage is seen as an investment.
Mad Men not only showcase the exploits and pitfalls of 1960s advertising, but at its very core help to exemplify and promote the ideal American life. A world in which through hard work a man can achieve anything, the only requirements needed are to be white, have a beautiful wife and are willing to showcase their wealth. The Drapers might be a typical American family, but they are a symbol of times past, and a constant remainder of Americas desire to return to the good old days. Where white men and women could thrive economically without being threatened by alternative styles of life in their office and their homes, a place where all that was needed to be happy was spend some money. For Don Draper it’s all about selling the dream, the dream of a better rest, a better shave, a better traveling experience. For the show it’s all about the American Dream.


ARMANDO GARCÍA. Adicto anónimo a la televisión, cual James Woods en Videodrome. Siempre buscando aquella nueva serie que llene el vacío existencial que le dejo la despedida de Buffy de la pantalla chica.


BIBLIOGRAFÍA
Bryant, Jennings (2012). Fundamentals of Media Effects. Waveland. USA
Coontz, Stephanie (2010).  Why Mad Men is TV’s most feminist show. The Washington Post. Published October 10th 2010. Taken on June 6th 2013 from
<http://www.washingtonpost.com/wp-dyn/content/article/2010/10/08/AR2010100802662.html>
Grossberg, Larry (2005) MediaMaking: Mass Media in a Popular Culture. SAGE Publications. USA
Tyson, Lois (2006) Critical Theory Today. Routledge. USA.
Weiner, Matthew (Creator) (2007) Mad Men. United States: Lionsgate Television.

Wilson II, Clint C. (2003) Racism, Sexism, and the Media. SAGE Publications. USA 


No me siento ligado a nada,
salvo a la desprestigiada herencia de Cervantes

Milan Kundera

 En su ensayo El Arte de la novela (1986), Milan Kundera hace referencia al verdadero significado de El Quijote: literatura creada como una detracción racionalista al idealismo confuso del hidalgo. Con el paso del tiempo y contrario al verdadero origen de la obra, los eruditos académicos transformaron a la novela en una exaltación de la nobleza castellana ignorando el verdadero propósito: el arte como medio de crítica social. Sin pensarlo, Cervantes había creado uno de los primeros trolls de la historia contemporánea. La novela picaresca ayudaría a redondear el placer de la burla desde la crítica paródica y la ironía.

En el fondo, El Quijote no invita al lector a plantearse una interrogante sino a tomar una posición moral respecto a un fenómeno social. "El hombre anhela un mundo donde sea sencillo reconocer al bien y al mal", enfatiza Kundera. Claro, siempre nos resulta más fácil juzgar y criticar antes que proponer y comprender.

Como todo arte, el verdadero propósito de un troll es provocar una respuesta o reacción emocional en los consumidores, visuales, lectores y/o usuarios. El fin último no es el entretenimiento ni la diversión, sino el trazar un escape a la saturación mediática de los problemas sociales.

Hacer un troll no es sólo crear una burla: se trata de ser profesionistas de la existencia y la crítica social. Todo trollero es un transgénero de medios que coopera para que las Bellas Artes se consoliden como un género indie.

En un troll no existen barreras de percepción. Su fin último no es provocar la risa sino el morbo por la crítica.

¿Acaso Cervantes no hacía un troll al llamar a Don Quijote un “ingenioso hidalgo"? ¿Acaso Warhol no hacía un troll al mundo del arte al pintar sólo latas de sopa? ¿Acaso no podría ser el Tío Sam un troll de la identidad nacionalista?

Con el paso del tiempo la burla se ha consolidado como la principal herramienta de difusión para la crítica social. Ocasionamos sentimientos encontrados en la comunidad para no tomar en serio al expansionismo de la era digital.

En realidad, un troll no se creó a partir del uso de internet. La tecnología sólo ayudó a profesionalizar su difusión. Crear un troll digital significa pertenecer a una subcultura contemporánea, en cuanto que este adjetivo supone un espíritu de réplica a su propio tiempo. Se trata de convertirse en un creativo que experimenta con los estilos y críticas de la sociedad moderna. Después de todo, el troll lleva a desinhibir la cultura. ¡Abracemos el arte del troll!

Un troll es la desprestigiada herencia que recibimos de Cervantes. 





http://www.bu.edu/law/communications/doma.2013.shtml

“He's Big. He's Pink. And he has impeccable taste in soft furnishings" 
(Peter Milligan, sobre su personaje Bloke en X-Factor)

Hace ya décadas, el genial John Byrne produjo para Superman un relato de niños secuestrados por Skyhook, una suerte de demonio alado (The Man of Steel #15, marzo 1988). Una historia común: una hija que escapa de casa, una madre preocupada, un héroe providencial. El mérito de “Wings!”, el título de este número, radica más en el relato secundario sobre las tribulaciones de Margaret Sawyer, capitana de policía y personaje de apoyo de Superman después del reboot que significó Crisis on Infinite Earths (1985).

Maggy Sawyer cuenta a Superman sobre su matrimonio fallido y la pérdida de la patria potestad. Pero también relata las dudas sobre su identidad de género y los intentos de conciliación personal: “cosas que una chica católica no debe siquiera considerar”, se lee en una de las viñetas. “Wings!” fue el primer caso que conocí donde un personaje relevante reconocía su determinismo sexual y relataba su proceso de aceptación. En México esa historia se publicó en septiembre de 1989 y todavía guardo esas páginas de recuento y asunción, en parte por la peculiaridad de la situación, también porque me pareció un buen ejemplo de connotación del tratamiento del tema en ese momento: sin imágenes de abrazos, sin besos, sin reconocimiento oficial de relaciones.

Si la industria del comic negocia sus contenidos con los contextos históricos, lo mismo ocurre con las representaciones de los modos de ser y hacer de sus personajes. También en la relatoría de lo visible y lo contemplable, de los modelos de conducta y de interacción. En este sentido, la inserción de roles homosexuales y lésbicos en las narrativas de superhéroes  habla ya de una agitación en las tipificaciones y recetas, sobre todo cuando estos personajes reconocen abierta y positivamente su condición de género: del escarceo en penumbras a la figuración pública del beso y la aceptación del otro.

Marvel Comics y DC Comics han explorado la inclusión de personajes “laterales” a la presunción de la heterosexualidad del héroe. Un caso destacado es el del mutante Jean-Paul Beaubier, alias Northstar, que debutó en Uncanny X-Men #120 (abril 1979), como parte del grupo Alpha Fight, y que ahora forma parte de las filas de X-Men como consultor, profesor, activista y héroe. En 1992, el guionista Scott Lobdell obtuvo el permiso de la editorial Marvel para afirmar que el personaje era gay (Alpha Flight #106), un asunto que permanecía  ambiguo en la serie y que generó abundante cobertura mediática.
De Marvel Comics destacan lesbianas como Karma (X-Men), Karolina Dean (Runaways) y Phyla-Vell (Captain Marvel); bisexuales como Julie Powers (Avengers Academy), Bling (X-Men), Mondragon (Avengers) y Mystique (X-Men); homosexuales como Anole y Greymalkin (X-Men), Rictor y Shatterstar (X-Force), Striker (Avengers Academy) y Hulkling y Wiccan (Young Avengers). En DC encontramos personajes lésbicos como Scandal Savage (Secret Six), Grace Choi y Anissa Pierce (Outsiders), Renee Montoya (The Question) y Kathy Kane (Batwoman); bisexuales como Jenny Sparks y Swiff (The Authority), John Constantine (Hellblazer), Sarah Rainmaker (Gen 13) y Knockout (Secret Six); homosexuales como Todd Rice (Obsidian, antes del reboot de 2011), Alan Scott (Green Lantern en la dimensión Earth 2), Gravity Kid y Power Boy (Legion of Superheroes) y el mexicano Miguel Barragan (Bunker en Teen Titans); incluso la editorial recientemente aclaró la condición de Shining Knight, un personaje creado en 1941 y definido ahora como intersexual en Demon Knights #14 (enero 2013).
Más allá de si se trata de representaciones “necesarias” o “comerciales”, me parece interesante señalar no tanto la visibilidad, sino los modos en que aparecen estos personajes: la mayoría confrontados ante su familia, todos aceptados (con algún personaje intolerante paseando) por el grupo de héroes al que pertenecen.  Tal vez el atisbo de un primer momento hacia una naturalización de la percepción, más allá del reduccionismo de género.
Porque en esta agenda de inclusión también es interesante conocer las condiciones del tratamiento y las reacciones sobre las imágenes, sobre todo en el cómic mainstream. No tiene la misma recepción  la escena de cama de la miniserie The Enigma (Vertigo, 1993), en una editorial donde el lector sabe que encontrará temas más “fuertes”, o la viñeta del beso en silueta de Mikaal Tomas y su novio de Starman #45 (DC Comics, agosto 1998), que el beso de Apollo y Midnighter en The Authority (en la línea Wildstorm de DC, 2000), un splash page climático en un cómic irreverente y violento considerado de culto, a pesar de la censura que intentó implementar DC. 
El cambio de siglo trajo una mayor visibilidad y prioridad visual de homosexuales y lesbianas en la narrativa gráfica de las dos editoriales principales en Estados Unidos, acaso por el evidente debilitamiento del Comic Code Authorithy. De la portada con el personaje Northstar, en  The Uncanny X-Men #392 (abril 2001), tal vez el primer cómic con un héroe abiertamente homosexual en solitario en cubierta, al beso de Bloke y su novio en X-Force #118 (septiembre 2001). De la escena de cama de Phat y Vivisector en X-Force #129 (agosto 2002) al beso de Rictor y Shatterstar en X-Factor #45 (junio 2009) al beso de Hulkling y Wiccan en un splash page de Avengers: The Children’s Crusade #9 (mayo 2012), la singularidad de una pareja de adolescentes asumidos como homosexuales y que cuentan con el apoyo de sus padres, amigos y toda la plétora de superhéroes.
Hablemos de declaraciones y matrimonios: Reed Richards y Susan Storm contrajeron nupcias en octubre de 1965 (Fantastic Four Annual #3). Scarlet Witch y el androide Vision lo hacen en 1975 (Giant Size Avengers #4). Peter Parker y Mary Jane Watson en 1987 (Amazing Spider-Man Annual #21). Scott Summers y Jean Grey en 1994 (X-Men #30).
Apollo y Midnighter se casan en Authority #29 (julio 2002) y adoptan a Jenny Quantum. El héroe retirado y alcalde  Mitchell Hundred celebra una boda entre homosexuales, en contra del sistema legal y a pesar de la anulación posible (Ex Machina #10 (junio 2005). El año pasado es interesante por el paralelismo editorial: Alan Scott, el Green Lantern de una tierra paralela, entrega un anillo a su novio Samuel en Earth 2 #2 (junio 2012): “Sam! What are you doing lurking in the shadows? Get over here…”, dice el personaje central como preámbulo al beso en público. Northstar se arrodilla frente a su novio de varios años, Kyle Jinadu, y pide matrimonio en el splash page de Astonishing X-Men #50 (mayo 2012). El matrimonio y portada ocurren en el número siguiente (coincidiendo con la publicación de DC).
La habituación de los lectores al beso erótico y matrimonio entre personas del mismo sexo es un tema aún por analizar. Falta encontrar el punto de saturación discursiva, donde estas imágenes y tratamientos de personajes dejen de ser un asunto maximizado y y explicitado. Dos ejemplos que destacan por su bajo perfil: en Scarlet Spider (2012), Kaine, el clon de Peter Parker, se muda a Houston donde es apoyado por un doctor y su esposo policía, personajes que se vuelven habituales y en los cuales su condición de género es un asunto abierto pero no anormalizado. En Invencible, uno de los títulos más vendidos de la editorial Image, los mejores amigos del héroe se vuelven pareja con el tiempo, a manera de trama secundaria discreta, pero con el desparpajo y humor característico de la serie. Sin embargo, la boda de Northstar y la homosexualidad de Green Lantern obtuvieron enorme cobertura mediática, lo que hace suponer el grado de singularidad que aún detenta la exploración (y explotación) de la visibilidad, la inclusión y la verosimilitud demográfica en el cómic.
Ahora parece, en febrero de 2013, que Margaret Sawyer se casa de nuevo.  Esta vez su pareja es Batwoman, un personaje que obtuvo recientemente el premio “Outstanding Comic Book” de la Gay & Lesbian Alliance Against Defamation (GLAAD). “Marry me, Maggy” dice Kathy Kane antes de besarla y revelar su identidad secreta a su novia: página entera, pero sin tanto alarde, una carta que DC Comics decidió no jugar y que le trajo en foros agradecimientos por la ausencia de sensacionalismos.
Maggy Sawyer acepta, por supuesto: ya no está presente este conflicto de reconocer su sexualidad entre líneas, tan noventas.

Ahora viven juntas y planean la boda. Pero, carajo, es un comic.














A pesar de la profusión audiovisual, mi consumo mediático es más bien repetitivo, obsesivo. Reviso compulsívamente los mismos productos, los que sirven de ancla, de punto de palanca para las interpretaciones del resto. Años de observar los mismos videos, las mismas películas y nunca se me había revelado la conexión que ayer pensé, cual epifanía de cine italiano de posguerra. El enlace une cinco de los productos que me han parecido más impactantes, todos ellos unidos por un tema común: la relación filial.
Comienzo por el detonador del vínculo: el video de la canción “Song to say goodbye” de Placebo, dirigido por Philippe Andre, fue el inicio del vendaval. El tema y metáfora central del video es la sustitución de la relación de un drogadicto con su cuidador (nunca queda claro si es un amigo, familiar o conocido), un niño que intenta cuidar de un adulto, sin éxito.


Esta imposibilidad del infante de hacerse cargo del padre deriva en la escena final en que lo entrega a una institución. La filiación, invertida y negada, hace de esta pieza breve una verdadera bomba a la representación del canon de la relación padre-hijo. Más aún cuando se le relaciona con los textos que cito a continuación.

La fábula moral del final de M, el vampiro de Düsseldorf (Fritz Lang, 1931) sirvió de fundamento al libro de Georges Perec, W o el recuerdo de la infancia (1975). La película cuenta la historia de un asesino de niños en la Alemania de los años treinta. Los propios delincuentes deciden cazarlo, pues sus actos exceden incluso el rango de normalidad del crimen de la ciudad. Cuando lo han localizado, uno de ellos le escribe con tiza una “M” para marcarlo como el asesino (“M” de “murder”, asesinato en inglés). Finalmente es atrapado y juzgado por los criminales. Al final de la película, uno de los personajes, ciudadano de Düsseldorf, expresa una máxima que cierra el film: “los padres deberían cuidar de sus hijos”.

Esta consigna, muy propia del mundo moderno y progresista de la primera mitad del siglo XX, conformará todo el modo de pensar contemporáneo sobre la importancia de la familia en el orden social y las paradojas que encierra este nuevo mundo urbano y peligroso. Es justo Perec, con su libro de memorias, quien retoma la enseñanza y la invierte. El escritor francés vio partir a su madre hacia los campos de concentración nazi durante la Guerra Mundial. El libro plantea la culpa y el desasosiego que siente el hijo por no haber podido salvar a su madre. El texto cierra el paréntesis abierto por la película de Lang y, juntos, arrojan un modo canónico de pensar las relaciones entre padres e hijos.

La guerra daría lugar a esta necesidad de que no sólo los mayores cuiden de los niños, Perec nos previene de la necesidad de conservación de la institución familiar para resistir la experiencia límite y el horror que sufrió él, como millones de personas en Europa. Durante décadas, parecía ser una lección aprendida. La impronta del conflicto mundial era clara y visible en el arte, la cultura y la economía (pienso por ejemplo en los estudios de las vanguardias de los años cincuenta de Hal Foster, o el análisis del siglo XX de Susan Buck-Morss).

Sin embargo, el video de Andre sobre la canción de Placebo hace una declaración completamente distinta. El niño se declara incapaz de cuidar del padre. La máxima, al parecer, se ha debilitado con el paso del tiempo. Como si la modernidad hubiera dado paso a la posmodernidad y el proyecto progresista y de evolución constante del mundo occidental entrara en decadencia. El lado oscuro del proyecto global.

Tal vez el video musical no sea suficiente prueba o síntoma del cansancio de la sociedad contemporánea. Vaya un ejemplo más dentro de esta lista de citas obsesivas: Biutiful  (González Iñárritu, 2010). Historia de un padre enfermo terminal, Uxbal (Javier Bardem), que debe asumir que ya no podrá seguir haciéndose cargo de sus dos hijos. Historia que habita en el paréntesis de una escena repetida (abre y cierra el film), en la que el personaje ve a su padre muerto en el medio de un bosque nevado.



No sólo los niños son incapaces de cuidar de sus padres, los adultos parecieran no poder seguirle el ritmo a la vida y tendrán que asumir su imposibilidad para cumplir con esta misión. La disolución del proyecto moderno. Las pocas certezas que quedaban, las pocas lecciones de la Guerra parecieran diluirse. ¿Qué nos queda entonces?

La orfandad, la inoperancia de la institución familiar, nos arroja al otro en busca de referencia, de consuelo. La filiación rota busca ser subsanada, se buscan padres adoptivos, figuras de autoridad, influencias. El homenaje en el arte es una de esas formas que busca la perpetuación de la tradición, la adscripción a un grupo, a una visión del mundo.El mejor homenaje cinematográfico que he visto es el viaje en motocicleta que Nanni Moretti hace en Caro Diario (1993) a la tumba de Pasolini, mientras suena el Koln Concert de Keith Jarrett. 



Escoger tus maestros, buen modo de reemprender el camino. La tradición artística como filiación es un ejercicio consciente para establecer lazos entre dos generaciones separadas. Gesto de reconciliación, tan propio en las fábulas de padres e hijos. Pareciera que el cine posmoderno, a pesar del cansancio, ha encontrado en el remake y el homenaje un modo de reconocer el pasado y continuar hacia el futuro.