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Éste puede considerarse un texto post-Óscares, y por lo mismo, bastante retrasado. Sin embargo, la lucidez viene cuando se le da la gana, no cuando se entregan premios. Si la estatuilla era algo que anticipábamos para Alfonso Cuarón, el reconocimiento del multi nominado Emmanuel Lubezki era algo que se pedía casi a gritos después de años de injusticia (el victimismo mexicano a flor de piel).

Puede ser que no haya fotógrafo mexicano que admire más que Lubezki, y eso no es cualquier cosa, digamos. Sin embargo, encarna para mí un misterio, pues no es, ni de cerca el fotógrafo cuyo trabajo más me guste. Para mí, en este caso, admiración y fascinación no van de la mano. Por lo tanto, es importante desentrañar cómo es que funcionan los mecanismos de apreciación de la fotografía para que un trabajo logre atraparme.

Puede ser que para algunos lectores este texto resulte una clara prueba de oversharing. Espero poder validar o, al menos, sistematizar los criterios que dan forma a mi gusto en términos de concepto visual de una película. Si usted no anda en plan empático, no se preocupe, lo invito a seguir navegando por la red, o ya de perdida, cambiar de post en este blog.

Lo que se avecina es una breve y apretada lista de cuatro fotógrafos que realmente han logrado tocar mi fibra sensible. Ésta es la primera categoría a considerar: la visualización de las emociones. Al menos así se explica en el reciente documental de Emilio Maillé sobre Gabriel Figueroa (Miradas múltiples. La máquina loca, 2012). Esta idea expresada por varios cinematógrafos entrevistados en este excelente trabajo de no-ficción es, para mí, un componente fundamental. La fotografía vehicula los sentimientos expresados por la historia y encarnados por los personajes. Las imágenes son preguntas”, dice Christopher Doyle.

En Lubezki no lo siento así. Son respuestas. Es mi sentir que el trabajo de Lubezki pasa por otro lado, tal vez más perfecto, tal vez más puro, pero no más emocionante. Por ponerlo en palabras de Cortázar, es un trabajo basado en el estetismo, categoría que se autoaplicaría el autor para definir esa primera etapa de su carrera en la que la forma lo obsesionaba. Probablemente Lubezki ya no esté en esta etapa de su cine, pero ciertamente ha perfeccionado un estilo y una técnica de manufactura exquisita que parecen aún perseguir esta perfección formal.

Al continuar el documental de Maillé, caí en cuenta de un posible motivo para sentir esta lejanía con su trabajo: todos los fotógrafos que admiro y que son entrevistados en este homenaje a Figueroa son, en su gran mayoría, europeos. Eso me dio la pauta: puede ser que el trabajo de Lubezki sea demasiado americano. La puntuación visual, el recorrido de la cámara pero, sobre todo, la distancia de los seres y los objetos respecto de la cámara son muy característicos de esta  focalización indirecta clásica del cine estadounidense.

Algunos de estos mismos maestros de la luz,  Vittorio Storaro, Gordon Willis, Darius Khondji y un largo etcétera, aparecerían en los emblemáticos documentales sobre el dominio de la técnica fotográfica en el cine, Visions of Light  (1992) y Cinematographer Style (2006). Grandes profesores del uso de la luz y la técnica; inventores, como el propio Lubezki, de estilos de iluminación, tipos de luces y hasta tecnología para ambientar de forma específica un espacio iluminado.

Sin duda, los americanos son unos genios para aproximarse a los espacios como género, logran construir verosimilitud hasta en el más irreal de los escenarios. De igual forma que construyen códigos genéricos, estilos reconocibles para los espectadores por ser capaces de alinear la luz a los criterios visuales y narrativos de las historias que cuentan. Aunque existe, a mi modo de ver, una excepción: el melodrama puede ser reclamado como género por el cine europeo de autor y, a mi parecer, por el cine latinoamericano. El cine mexicano tiene un cierto drama”,  dice Pascal Marti, otro de los cinematógrafos entrevistados por Maillé.

Aquí es donde el cine americano da paso a otras lógicas, a otros enfoques, a otras aproximaciones fotográficas. La psicología del cine estadounidense exige una exteriorización, una acción que determine el ímpetu, la dirección, el vector emocional; en oposición, el cine europeo (y el mexicano pareciera estar aprendiéndole) no tiene obligación de visibilizar la emoción con una acción.

Es esta libertad, esta ambigüedad, que dota al llamado cine de arte de una expresividad visual diferente. La relación con el mundo narrativo y la realidad filmada presentes en el melodrama mexicano encuentran un espacio fértil para las preguntas, el drama, el gesto humano, el rostro del actor, la imperfección de la vida del personaje. Estas licencias, estos resquicios no existen en el cine de Malick, incluso no suceden del mismo modo en el drama espacial de Cuarón.

Tres mexicanos y una francesa ocupan esa breve lista de los fotógrafos que han logrado con sus imágenes perturbarme, hacerme sentir incómodo, dejarme pasmado. Rodrigo Prieto, Alexis Zabé, Lorenzo Hagerman y Agnés Godard son mis favoritos de la fotografía. Algunos de estos nombres están asociados a posts previos míos: como ya lo anunciaba en uno de ellos, revisito constantemente los mismos pasajes, las mismas historias, las mismas emociones.

Empiezo por Prieto, fotógrafo de varias películas de Hollywood, como Brokeback Mountain (2005), que ha sabido dejar su huella en las películas de Alejandro González Iñárritu. Por supuesto, Biutiful (2010) es, a mi modo de ver, la que más aproxima la cámara a los personajes. Pocas puestas en escena tan claustrofóbicas como esta película, tal vez sólo superada por Un lac (2008) de Phillipe Grandrieux (pero hablar de ella sería meternos en el terreno de los cineastas camarógrafos. Vale más dejarlo para otro momento).
Es en Biutiful, en la historia de Uxbal, en la complicidad entre cámara y enfermo terminal, donde Prieto logra la magia. El estado emocional de los personajes encuentra una simbiosis perfecta en la cámara errática que busca un descanso, un alivio, un rellano donde descansar, y que sólo se detiene cuando se topa con un aparecido flotando en el techo de algún piso viejo de Barcelona.

La fragilidad del personaje de Bardem y de toda su familia se encarna en la cámara, es testigo fiel, compañera, pero la cercanía es distinta, se asoma disimuladamente por encima del hombro, busca un rostro por el hueco de la chaqueta entre las costillas y el codo de alguien, no teme parar y seguir andando para descubrir un personaje tambaleante o un nuevo microcosmos dramático, sea la pareja de chinos, Marambra y Uxbal, los africanos o las prostitutas y albañiles ilegales. La cámara es una forma tímida de explorar ese mundo interior que colisiona con una realidad que se va imponiendo poco a poco. Esa impotencia narrativa es tratada con una enorme ternura por la cámara.

El segundo fotógrafo es Alexis Zabé, conocido por fotografiar Luz silenciosa (2007) y Post tenebras lux (2012), ambas de Carlos Reygadas, o Temporada de patos (2004) de Fernando Eimbcke. Aunque tristemente creo que lo reconocerán más mis alumnos por ser el cinematógrafo del videoclip de la canción Happy de Pharrel Williams y del de Sacrilege de los Yeah Yeah Yeahs.

El valor para fotografiar la última película de Reygadas, con la que ganó mejor director en Cannes, es fuera de serie. Toda la película está filmada con un lente descalibrado, con aberraciones y viñeteos excesivos. Aunque la historia me parece muy dispar, lo que dificulta la transmisión de emociones, la fotografía vuelve este filme, por momentos, un vendaval de pulsiones y sensaciones. Las imágenes no dejan indiferente, son estremecedoras hasta el punto de la impavidez. La propuesta valiente de un lente imperfecto recuerda a Tomás Pladevall cuando rayó, con José Luis Guerín, el negativo de Tren de sombras (1997). Fuera de serie, retador, exigente con el espectador, pero que lo premia con visiones de este mundo como si fuera de otro.

Y así es como llego al tercer nombre, Lorenzo Hagerman, fotógrafo de Heli (2013) de Amat Escalante, de la cual ya escribí un ensayo en Skaz. La fotografía como si de un paisaje lunar se tratara tiende a perder la tierra y buscar el cielo, lo que aporta una sensación de desarraigo al espectador, como si estuviera flotando. Esta búsqueda de los cielos, de los horizontes bajos en el encuadre es también, en un sentido, muy próxima al trabajo de Gabriel Figueroa. El color, en lugar del blanco y negro, las tonalidades parduscas y ocres de Heli, así como la movilidad de la cámara serían rasgos distintivos de esta fotografía del melodrama mexicano contemporáneo.
La última, no podía faltar una mujer en la lista, no es mexicana, aunque acaba de fotografiar una película nacional. Me refiero a Agnés Godard, que colaboró en la ópera prima de Claudia Saint-Luce, Los insólitos peces gato (2013). La sensación al ver esta cinta filmada en Guadalajara es la de una fotografía intencionada, que logra una ambientación precisa de la historia sin dominarla. Las imágenes viven al amparo de la narración, nunca la superan, no la eclipsan. La cinefotógrafa decide la distancia frente a los objetos, establece una relación, una interacción mutua.

El trabajo de Godard impresiona por la proximidad, por la forma de filmar las escenas más íntimas y lograr que la cámara no sea un intruso. Acompañó a los actores de Un oscuro deseo, sangre caníbal (Trouble Everyday, Claire Denis, 2001) arriba de la cama durante la filmación. Usó un prototipo de cámara ultraligera y pudo filmar a milímetros de los personajes, captando las líneas de la piel, el contraluz en los vellos de los amantes antes de que ella comience a comérselo.
Dos escenas en la película de Claudia Saint-Luce muestran esta radical cercanía a los personajes y denotan el poder de encarnar una historia a través de imágenes pero, sobre todo, circular por ella, estar presente, hacernos quedar inmersos en el vendaval de personajes, acciones y emociones.


La primera es cuando Marta sale del hospital e invita a Claudia a comer en casa. Un largo plano secuencia nos presenta el hogar a plenitud y a cada uno de los personajes. Es un viaje frenético para decidir qué comer, si enchiladas o hot dogs. La escena es un síntoma del caos familiar donde, poco a poco, el personaje de Claudia ayuda a que todo el sistema de relaciones entre los hermanos y la madre encuentre un equilibrio. La cámara vive allí, se desplaza por los espacios: va a la cocina, al cuarto de lavado, al sofá de la televisión, para acabar posada viendo el comedor familiar.
La escena completa la forman tres planos que duran casi cuatro minutos. La cámara sigue los pasos de los miembros de la familia para revelar el espacio cotidiano fracturado por la enfermedad de la madre. Nunca se siente fuera de sitio a la cámara, no es intrusiva, no abusa de lo que ve. Se asoma, acompaña, permanece. Dignifica su presencia, nos ayuda a revelar el descontrol en el que viven estos personajes. La cámara es un detonador, un provocador y es absolutamente entrañable.

La segunda escena es cuando los cinco hijos, naturales y adoptados, acompañan a Marta al mar y la ponen sobre una pequeña llanta inflable. Claudia se aferra a ella por no poder nadar. La cámara acompaña al grupo junto a las olas que rompen: el cuerpo de la cinefotógrafa se revela una vez más, lucha contra el oleaje igual que los actores. La presencia se vuelve complicidad, comprensión, apoyo. La cámara nunca duda, no teme a la marea, se acerca, encuadra, busca, observa. Se transforma en una voluntad que mira lo que pasa y habita ahí, en la relación entre estos personajes. La emoción domina la escena y la cámara sabe qué hacer, es impresionante, conmovedor, cómico, todo al mismo tiempo.

Película mexicana consistente, bien narrada y con una potencia visual que no defrauda al espectador. Otra de las cuestiones significativas a considerar, pero tal vez tenga que esperar otro momento, es la representación que la cinta hace de Guadalajara, la provincia eternamente omitida del cine mexicano, y que se nos muestra de una manera interesante, provocativa, sensible, honesta. Sí, creo que merece otro post.








Dean: We can't just waste her with a head shot?
Sam: Dude, you've been watching way too many Romero flicks.
Dean: You're telling me there's no lore on how to smoke 'em?
Sam: No, Dean. I'm telling you there's too much. I mean, there's a hundred different legends on the walking dead, but they all have different methods for killing them. Some say setting them on fire, one said... where is it... right here: feeding their hearts to wild dogs. That's my personal favorite. But who knows what's real and what's myth?
Dean: Is there anything they all have in common?
Sam: No, but a few said silver might work. 
                                            Supernatural,”Children Shouldn’t Play with Dead Things”  

Si los relatos fantásticos suelen connotar alegorías sociales, las narrativas construidas sobre el otro posible también canalizan nuestros deseos y temores. El vampiro de Bram Stoker funciona como una salida tangencial al recato victoriano. El pastiche de cuerpos de Marie Shelley merodea la soberbia de formar adanes y jugar a los dioses científicos. Un hombre lobo alienta el pavor del yo ante la hegemonía del ello, lo salvaje que disfruta.  Con el zombie nos volvemos muchedumbre iracunda, la anulación de la razón en una masa-ola que diluye la presencia del ser, que se escuda en el contagio.
Con el vampiro, el monstruo de Frankenstein y el lobo intentas aún apelar a la  inteligencia que se augura detrás de la forma, pero el zombie, al menos desde la tradición, es más un relato de frustración donde el otro que se parece a ti ya no tiene nada de aquello que lo volvía él. El zombie representa una pérdida de la conversación devenida plaga violenta. De la clásica Night of the Living Dead (George A. Romero, 1968) a la serie televisiva Helix (Cameron Porsandeh, 2014- ), la figura del zombie y sus variaciones, enfermedad o maldición, atraviesan los géneros del humor, el gore, el drama, el terror y la ciencia ficción: basten los ejemplos conocidos de The Crazies (George A. Romero, 1973),  Evil Dead (Sam Raimi, 1981), Re-Animator (Stuart Gordon, 1985), 28 Days Later (Danny Boyle, 2002), Resident Evil (Paul W. S. Anderson, 2002), Shaun of the Dead (Edgar Wright, 2004), I Am Legend (Francis Lawrence, 2007), Planet Terror (Robert Rodríguez, 2007), [REC] (Jaume Balagueró, Paco Plaza, 2007), Zombieland (Ruben Flescher, 2009) y Word War Z (Marc Foster, 2013). Mencionar The Walking Dead, en narrativa gráfica, serie televisiva o videojuego, es una obligación de la época. En cómics son imprescindibles la serie Marvel Zombies (Robert Kirkman & Sean Phillips, 2005-2006), la perturbadora Crossed (Garth Ennis & Jacen Burrows,  2008-2010) y acaso la variante metafórica que resultó ser Girls (Luna Bros., 2005-2007)
Pero las historias personales de resucitaciones, reanimaciones  y reencarnación, por otro lado, juegan con nuestro anhelo y curiosidad ante la muerte: la nebulosa del regreso. ¿Qué trajo Lázaro consigo? ¿Un recuerdo de otro mundo, un conocimiento sobre el umbral, tal vez un compañero de viaje en los bolsillos? Porque The Mummy (Karl Freund, 1932), aquella película protagonizada por Boris Karloff, es en realidad una historia de amor y obsesión que supera milenios. Porque el concepto original de “velorio” se sostiene en la esperanza del despertar del muerto, en una última oportunidad para prevenir gritos ahogados y rastros de uñas en los féretros.

De los niños resucitados que regresan malignos, como en  Pet  Sematary (Stephen King, 1983 / Mary Lambert, 1989) y Wake Wood (David Keating, 2010), hasta los niños que se reconcilian con la muerte en Paranorman (Chris Butler y Sam Fell (2012) y Frankenweenie (Tim Burton, 2012), estas narrativas del retorno están más preocupadas por explorar las tensiones conversacionales del regreso que indagar escenarios apocalípticos y degustaciones de cerebros, incluso en una película tan ambigua de reencarnación mórbida y falsa como Birth (Jonathan Glazer, 2004). El retornado sentiente pudo ser una figura  de apoyo para el detective sobrenatural del cómic  italiano Dylan Dog (Tiziano Sclavi, 1986), pero ahora es el  zombie enamorado en Warm Bodies (Isaac Marion, 2010 / Jonathan Levine, 2013) o la porrista sensible y vengativa de All Cheerleaders Die (Lucky McKee & Chris Sivertson, 2013).
La condición de muerto sensible que busca integrarse, entre el misterio, el terror y los cabos sueltos, parece una tendencia narrativa evidente: un tanto la cotidianidad alienada, mucho de la afectación de los deudos, siempre la tensión de la presencia incómoda. Esta es la premisa de dos cómics afortunados que merecerían llevarse a la pantalla: el estimulante humor negro de Rachel Rising (Terry Moore, 2011- ) y el  fantástico thriller detrás de Revival (Tim Seeley & Mike Norton, 2012), una historia al más puro estilo rural noir. Con sus narrativas de pueblos pequeños sentenciados, donde los lugareños deben habituarse al retorno de familiares y amigos, ambas series han estado nominadas a los Harvey Awards (el acaso Oscar de los cómics en USA).
Esta idea del retorno a la familia, y los intentos por conservarlos (o deshacerse de ellos) es el conflicto central detrás de estas producciones, algunas más cercanas al drama fantasmagórico, como las película francesa Les Revenants (Robin Campillo, 2004) y su adaptación televisiva, Les Revenants  (Fabrice Gobert &  Frédéric Mermoud, 2012) (de la que se mostró asombrado Stephen King), el filme The Returned (Manuel Carballo, 2013), y ahora las series In The Flesh (Dominic Mitchell, 2013) y Resurrection (Aaron Zelman, 2014- ), basada esta última en la novela The Returned (2013), de Jason Mott.
Porque el final de los tiempos está cerca, y las pantallas quieren que nos acostumbremos al regreso de los difuntos.

Juan Pedro Delgado



JUAN PEDRO DELGADO (Tepic, 1972) estudió literatura con cierto desgano, pero se encontró con dos o tres obsesiones y en un puñado rubik de teorías. Mantiene una relación un tanto enferma con la cocina, la semiótica, las narrativas transmediáticas y las mitologías emergentes. Dice que no cree en nada, pero todos saben que vive en una constante negación. Hubiera deseado ser íntimo de Bataille, Foucault y Papini, pero se conforma con las amistades locales que, por lo demás, suelen ser una delicia.


La primera vez que supe cualquier noticia acerca de la serie Veronica Mars (2004-2007) fue gracias a una noticia compartida en Facebook en 2013. “¿Cómo? ¿Es que no la viste en Warner Channel? Lamento decepcionar a esos fanáticos de hueso colorado, pero la respuesta es: “No, la verdad es que ya no veo televisión”. Y no es que sea hipster y me parezca demasiado mainstream, ni que sea una idólatra de internet y las nuevas tecnologías; simplemente soy una nómada del siglo veintiuno que no tiene tiempo para ver televisión en casa. Pero basta de hablar de mí, mejor volvamos al tema de este artículo.

La nota que leí hablaba de cómo los fanáticos de Veronica Mars, que se autodenominan marshmallows (malvaviscos), habían aceptado financiar una película basada en la serie a través del sitio web Kickstarter (plataforma de crowdfunding para proyectos creativos). Recuerdo haber pensado “¡Wow! El sueño de todo realizador: recibir dinero para financiar tu proyecto, del bolsillo de las mismas personas que más adelante pagarán por ver el resultado final”. Fue entonces cuando nació mi intriga: Primero que nada, ¿qué chingados era Veronica Mars y qué tenía Veronica Mars para haber alcanzado su meta de dos millones de dólares en menos de diez horas?  

Lo primero que hice fue buscar el trailer de la serie en Youtube, y éste me presentó a una especie de Nancy Drew del siglo 21 interpretada por Kristen Bell, una adolescente que resolvía “misterios” para sus compañeros de clase… not such a big deal. Sin embargo, debo admitir que fue amor a primera vista, la actriz protagonista capturó mi atención y ese mismo día comencé a ver la serie.
No exagero al decir que me volví adicta a la serie después de tan sólo haber visto el primer episodio, y que terminé las tres temporadas (un total de 64 capítulos) en menos de dos semanas. Quizás caí en su hechizo desde el principio, al escuchar “We Used To Be Friends”, canción de apertura de la serie, interpretada por The Dandy Warhols; o hasta el final del episodio, que nos deja con un misterio sin resolver y  ganas de arrancarnos las vestiduras de la emoción. Pero eso es irrelevante, lo importante es que me convertí en una más de su sequito de admiradores, en menos de 43 minutos, duración de cada episodio… me convertí en otro “malvavisco” más.  
Veronica Mars es un personaje muy realista con quien, a pesar de ser una investigadora privada de medio tiempo, cualquiera podría identificarse, tal vez porque enfrenta los mismos problemas e inseguridades de un adolescente normal: tanto a quién invitar al baile escolar y el primer noviazgo como el abandono de su madre y el rechazo de sus compañeros. Su carácter es una exquisita combinación de sarcasmo y astucia. Veronica es fuerte, y está siempre dispuesta a defender sus convicciones personales y a los débiles y desprotegidos. Sin embargo, eso no la vuelve una heroína infalible: a lo largo de la serie la vemos perder la fe, la vemos sufrir y salir herida. Veronica Mars ofrece una perspectiva fresca, al adentrarnos en circunstancias peligrosas y de alto riesgo, desde el punto de vista de una chica.
Rob Thomas, creador de la serie, se sacó un diez al utilizar el monólogo interior y el mundo onírico de Veronica como recurso narrativo, que permite al espectador conocer y empatizar profundamente con el persona principal. Thomas también hizo gran trabajo con el diseño de los diálogos y la historia. Las conversaciones cuentan con una rica intertextualidad y el relato está lleno de intrigas y acción: a diferencia de Pretty Little Liars, ésta sí es verosímil y no deja ningún cabo suelto.
La trama de Veronica Mars es dinámica a plenitud y cuenta con un doble arco dramático: en cada temporada hay un misterio principal que se desarrolla a lo largo de toda la temporada, y varios misterios menores que se resuelven en cada episodio. Además, esta serie hace una fuerte crítica a la marcada división de clases sociales en los Estados Unidos, a la discriminación y el bullying, a la delincuencia, las injusticias y los prejuicios que muchas personas experimentan sin poder defenderse.

Un último plus son las actuaciones de todo el reparto, pero sobre todo nunca me cansaré de ver a Kristen Bell actuando como una rubia hueca, para ocultar su identidad de espía.

Creo que todo lo anterior explica, perfectamente, porque la cancelación de la serie en 2007 provocó un gran descontento en sus seguidores, y la razón por la que se mantuvieron fieles al universo de Veronica Mars, al punto de financiar el proyecto que  en un principio Warner Bros se negó a producir.
La película de Veronica Mars recaudó más de $5.7 millones a través de Kickstarter y se estrenará el 14 de marzo de este año.
  
Porque Veronica Mars me hizo creer en la justicia y en que el bien siempre vence sobre el mal, me siento orgullosa de ser una “malvavisco”.
       


GEORGINA FURBER. Descendiente pérdida de  “The Charmed Ones”,  al cumplir once años alguien extravió su carta de aceptación a la Escuela Hogwarts. Empeñada en buscar a través de los armarios la entrada al “Otro Reino”, con frecuencia sólo llega a las tierras de Narnia, Monster Inc., Coventry y la represión homosexual. Es un hecho notorio que Georgina está un poco loca, pero se justifica en que le encanta lo fantástico y crear nuevos universos paralelos. Lee más de lo que habla y disfruta las cosas simples de la vida: el ánime, Youtube, las malteadas, el cine y la escritura. 





El pasado 22 de septiembre se transmitió en México el penúltimo episodio de Breaking Bad, esa serie que todo mundo dice que veas. Si no lo has hecho, seguramente tus amigos te regañan y advierten que te has perdido la mejor serie de la historia. Tal vez no exageran.

Lo posiblemente interesante de este artículo es que no hablaré mucho sobre Breaking Bad. Aunque podría platicarles sobre cómo esta maravilla de serie juega con mis concepciones de lo correcto e incorrecto. Podría contarles cómo me hace entrar en un debate interno acerca del bien y el mal: la manera en que coquetea con la idea de que, la mayoría de las veces, lo bueno y lo malo no son más que circunstancias. Podría decir que es brillante cómo Vince Gilligan nos hace desarrollar empatía por un personaje que, alguien sin el contexto, tacharía inmediatamente de asesino y malvado. ¿Es malo Walter?, ¿qué tan malo es?, ¿no nos hemos identificado con él en el camino? No quiero dar mi opinión sobre esto hasta ver el último episodio el próximo domingo.
Sí, Breaking Bad es genial y deberían verla. Pero ese no es el tema central de este artículo. Para eso hay que seguir leyendo.

Breaking Bad es tan genial que tiene a miles de personas recomendándola en estos momentos; como Apple con las Macs en sus mejores años y antes de Android. Ese tipo de éxito que muchos envidian. Cuando poseer una Mac nos hacía sentir especiales y únicos.

El hecho de saber que seré de los primeros en ver el final de Breaking Bad me ha hecho sentir superior en más de una ocasión, ¿cuántos hemos caído en ese juego? Eso es a lo que aspiran hoy muchas empresas: hacernos sentir especiales mientras compramos mercancías no tan distintas entre sí. Hay una gran diferencia entre sentirse orgulloso por consumir, y sentirse orgulloso por “conceptos” más intangibles: leer algo interesante, apreciar una tarde lluviosa, sorprenderse por los cúmulus nimbus, tener una conversación estimulante, un momento de soledad, o la certeza de que se ayudó a una persona. Saber distinguir y apreciar estos “objetos” también es motivo de orgullo (1). Y no me quiero ver romántico (too late): sólo quiero aclarar la idea de que las  cosas de las que uno se siente orgulloso dicen mucho de la persona que sostiene tal orgullo.
Confieso que me he sentido orgulloso de ver Breaking Bad. Es una de las razones por la que escribo esto. Creo que no es lo mismo sentirse así por tener un nuevo sistema operativo en nuestro iPhone, o ver una serie antes de que se ponga de moda, que sentirse orgulloso por las cosas intangibles que menciono. Y claro, estos orgullos no son mutuamente excluyentes. Podemos hacer lo primero sin dejar de hacer lo segundo. ¿Pero apreciamos de verdad aquello que vale la pena? ¿De qué vale la pena sentirse orgulloso? ¿De qué te sientes orgulloso? ¿Qué tiene que ver eso con la narrativa y los nacos? ¿De qué diablos trata este artículo, anyway?

Ya voy…

Si ves Breaking Bad y te sientes superior por ello, esto te concierne. Si no ves Breaking Bad y te sientes culpable, tonto, o raro por ello, esto también te concierne. Si te da igual, pues te da igual.

Alguna vez un filósofo (Cornel West, quizás) dijo que todas las ideas del mundo ya estaban escritas. Imaginen, no hay nada nuevo que yo les pueda decir porque en Atenas, Roma, Mesopotamia, Egipto, el Imperio Azerí, la Ilustración, la revolución bolchevique o en la Primavera de Praga ya alguien más pensó en todo lo que alguna vez pensaste. Todas las ideas ya están ahí desde hace y a través del tiempo. Todas las conversaciones profundas que alguna vez has tenido ya fueron realizadas y escudriñadas por un montón de personas. Al menos en lo general y en lo importante; no creo que alguien específicamente haya pensado alguna vez: “mira, el lado derecho de mi monitor está roto mientras tecleo en este salón de clases a las 10 de la mañana”. Creo que se refieren a ideas generales como “la educación es buena por…”, “la vida es injusta por…”, “me voy a casar por…”, “para ser feliz hay que…”, “la mejor forma de vivir es…”. Cosas así, significativas. Pensar que todas las ideas ya se han dicho es alentador y a la vez muy triste. Significa que Breaking Bad no es el hilo negro. Tampoco este artículo. Tampoco este periodo de la historia. Lo nuevo entonces, lo más que podemos hacer, es renovar la  forma de decirnos las cosas: cómo contamos y rescatamos la Historia, nuestra historia, o cualquier historia. Y aquí entra la narrativa.










No es lo mismo que yo agarre mi computadora y escriba, en un solo párrafo, que el sistema capitalista está en crisis, y que ni Paul Krugman ni expertos del Fondo Monetario Internacional tienen soluciones claras para la crisis económica (que para muchos es crisis mundial capitalista). No es lo mismo decir aquí mismo, simple y llanamente, que nuestro problema es que somos individualistas y creemos merecerlo todo como entes independientes, cuando simplemente moriríamos si no fuera por la sociedad y por los otros. O que diga que debemos aceptar que no hemos encontrado un sistema que nos haga felices como personas, pero que no destruya el planeta, y que todos nuestros esfuerzos como especie (lo que vale la pena) deberían estar enfocados a encontrar dicho sistema (económico, político y social). No es lo mismo escribirlo en este párrafo, a que haga un artículo más estructurado en el que ponga gifs e imágenes más atractivas y, en algún punto les diga esto que, Albert Einstein ya dijo desde 1949 en Why Socialism. Pero la diferencia está en la narrativa.

La forma en que decimos nuestras historias es donde radica el nuevo potencial. Ante la emergencia de lo que ocurre en el país y el mundo, muchas de estas historias no han encontrado la narrativa adecuada para llegar a todas las personas a las que tienen que llegar. Hablo de un nuevo potencial, porque antes no había internet ni redes sociales. Y yo sí creo que éstas tienen un sentido creativo y revolucionario. Nos pueden ayudar a transformar momentos, relatos y escenarios. Nos pueden ayudar, en primer lugar, a darnos cuenta de que muchas cosas van mal como van y como han estado. Una narrativa adecuada nos ayuda a que todas esas ideas que ya están ahí pero no se conocen, sean más atractivas. Pienso en vídeos e infografías ilustrativas de la Reforma energética, fiscal, educativa, pero hechas por la oposición o por ciudadanos en contra de esas reformas. La narrativa y la tecnología nos pueden ayudar, pero también se les puede dar un sentido destructivo, individualista, exclusivamente privado, y corruptor; como lo hemos visto con los bots en las elecciones, con las nuevas estrategias de mercadotecnia comercial y control político por redes sociales, y con el espionaje al que estamos sometidos.
El sistema capitalista está en crisis y debemos contarlo. El PRI ha regresado al poder y debemos contar que no ha cambiado: centraliza las decisiones nuevamente en pocas manos; excluye y exorciza; calla o mata a los disidentes; coopta a los medios, intelectuales y grupos ciudadanos; ejerce un autoritarismo adaptativo inimaginable… y debemos contarlo. Sobre todo a quienes no han leído lo que el PRI representa en la historia de nuestro sistema político. Hay tantas cosas que contar. Pero muy poca narrativa.
Creo que Breaking Bad fue un éxito porque tuvo, entre muchas otras suertes, una muy afortunada estructura narrativa, con giros fuertes y sin titubeos en la historia, y un manejo de cámaras, y una fotografía, y unas actuaciones, y unos diálogos... Pero hay algo que, desde lo personal, vale más la pena: a punto de terminar, la serie me pregunta sobre qué cosas sentirme orgulloso. Tal vez de ver el final de la serie, pero también de lo aprendido como espectador y sujeto histórico: la necesidad de contar historias ignoradas, de negar el olvido, o hacer notar que hace falta quien lo haga.

Aunque lo tachen a uno izquierdoso, de naco con complejo de escritor.



(1) Este tipo de orgullo lo describe mejor Gastón Bachelard en esta cita hermosa de La Poética del Espacio, esto dice sobre el orgullo de leer: “…podría decirse que el crítico literario, que el profesor de retórica, que saben siempre y juzgan siempre, tienen un simplejo de superioridad. En cuanto a nosotros, aficionados a la lectura feliz, no leemos ni releemos más que lo que nos gusta, con un pequeño orgullo de lector mezclado con mucho entusiasmo. Mientras el orgullo suele desarrollarse por lo general en un sentimiento avasallador que pesa sobre todo el psiquismo, la punta de orgullo que nace de la adhesión a una dicha de imagen, es siempre discreta, secreta. Está en nosotros, simples lectores, para nosotros, únicamente para nosotros…” (1957).


Profesor, estudiante de doctorado, investigador, internacionalista, escritor frustrado, azuetense, roomie… tengo muchas etiquetas para definirme. Pero siempre estoy buscando nuevas. Ya no sé si es problema o virtud. Por ahora me dedico a dar clases de ciudadanía y democracia, a pensar el mundo, y a la tesis. En la chamba hago investigación sobre políticas públicas urbanas, entre otras cosas. Me interesan las tecnologías y su relación con los movimientos sociales, con el gobierno y la ciudad. Me gusta la playa, los domingos de lluvia con Olga, y escuchar a David Harvey. Síganme en tuiter: @croquepineda