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Creamos marcas para diferenciar productos y servicios aunque, con frecuencia, la diferencia tangible entre estos sea inexistente. Los valores agregados, las cualidades emocionales y abstractas son las que crean las marcas, algo que tenemos interiorizado y que también aplicamos a nuestra vida, ya sea de manera lúcida o inconsciente. Si alguna vez has participado en un juego del tipo Dungeons & Dragons y has creado un personaje, los atributos de tu creación podrán ser sólo valores numéricos, pero lo interesante es que te obliga a preguntarte qué separa tu creación de los demás jugadores, y por qué el mundo del juego necesita tu personaje o cuál es su clase de jugador. Esto es branding.
En la vida real resulta parecido. La manera más obvia de comunicar nuestros atributos de marca es con nuestra ropa: adoptamos tendencias y desarrollamos estilos que comunican un mensaje sobre cómo somos; aunque podemos tomar atajos para eso, la camiseta es perfecta para llegar al grano: una playera impresa con una película, un cómic, una banda o una persona famosa, llama la atención de aquellos que se quieren identificar con un grupo determinado, una manera de atraer gente, al igual que un anuncio de brand storytelling de Cartier atrae a determinado grupo de consumidores, una playera de Demi Lovato significa que eres parte de su mínimo común denominador, y una playera de Ghost in The Shell revela que eres fan del anime (pero no sólo dice que quieres anunciarle a todos que te gusta el anime, afirma  que buscas la alineación con tu comunidad local otaku).  Si ambas playeras crean expectativas sobre ti, por igual ocurre con la música que, en apariencia, está fragmentada por fanáticos divididos en facciones que crean subculturas: cada género viene con conjunto de expectativas y cada subcultura genera un conjunto de expectativas. Las diferencias entre jazz y death metal son las expectativas, pero sólo una parte de ellas tienen que ver con la música en sí, los artistas saben que esto es irrelevante para crear música, porque la mayoría de los oyentes no son músicos y en su cabeza la diferencia de expectativas es la manera de diferenciarse del paradigma dominante; esto pone a los promotores, managers y publicistas en una posición cómoda: si puedes crear una historia alrededor de una banda y alinearla con una subcultura tienes un mercado instantáneo que la reciba no muy diferente a un producto de belleza, un jabón o unos jeans.

Posiblemente gracias a internet, en la actualidad no es tan difícil crear una historia y jugar un rol especial en ella. En épocas previas a la digitalización de todo, la historia no siempre se escribía al ritmo que sucedían las cosas: ahora los eventos y su registro van casi a la par.  Antes, para aprender los códigos, la historia y la estética de una comunidad, tenías que pasar un buen tiempo, probablemente años, conviviendo y perteneciendo (eventualmente) a esa comunidad/subcultura/fandom/loquesea: ahora, con los repositorios de la cultura popular disponibles en línea, podemos saber todo eso en cuestión de minutos, horas, semanas o un par de meses. Dependiendo de nuestro alcance de visión, podemos ser fashionistas o hardcore kids, pertenecer simultáneamente a ambos mundos y cambiarnos nuestras playeras a voluntad en segundos, ser abstemios y expertos en vinos europeos (al menos en teoría). Cualquier internauta eficiente puede ser virtualmente indistinguible de un académico.

Esto también cambia la manera en que percibimos los productos y sus historias. Podemos tomar de ejemplo a Vans, una marca tradicionalmente de punks, chicos de la calle, pero ahora podemos encontrarnos que los zapatos Vans authentic son usados tanto por skaters como por por los chicos que estudian Administración de Empresas en una universidad de prestigio; unos lo combinan con playeras Supreme y otros con Oxfords Burberry. Apoyada en la historia de su creador Henry Lacoste, un tenista profesional francés, ahora esta marca se transforma de deportiva a marca de ropa casual de cierto estatus. Durante su declive en los noventa, los cárdigans y suéteres pasaron a ser parte de la estética punk de la época, pero ahora se han reventado como streetwear por Lacoste L!VE, con una historia real y un relato emocional compartidos y compartibles.

Al igual que las narrativas de marca se vuelven complejas, nuestro branding personal lo es por igual. En este video de The Rise of The Northstar, vemos franceses queriendo ser japoneses, vestidos con un streetwear influenciado por la estética ruda de la cultura chicana, tocando música hiper-masculina con raíces en el punk, gritando sobre el  estilo saiyajin. Algo así se alinea con varias subculturas y marcas simultáneamente. El video no sólo expone la música: crea una persona de la banda, crea su hoja de personaje de Dungeons and Dragons, crea su propia marca. #Instaidentidad




CESAR AXEL AGUILAR. Estudiante de animación y arte digital. Descompuso una computadora por primera vez a los tres años y desde entonces es adicto a la tecnología. Melómano empedernido, obsesionado con el vínculo de las personas con internet y sus efectos en las relaciones interpersonales. Organiza eventos de punk los fines de semana y escribe para Posh Magazine.

A pesar de la profusión audiovisual, mi consumo mediático es más bien repetitivo, obsesivo. Reviso compulsívamente los mismos productos, los que sirven de ancla, de punto de palanca para las interpretaciones del resto. Años de observar los mismos videos, las mismas películas y nunca se me había revelado la conexión que ayer pensé, cual epifanía de cine italiano de posguerra. El enlace une cinco de los productos que me han parecido más impactantes, todos ellos unidos por un tema común: la relación filial.
Comienzo por el detonador del vínculo: el video de la canción “Song to say goodbye” de Placebo, dirigido por Philippe Andre, fue el inicio del vendaval. El tema y metáfora central del video es la sustitución de la relación de un drogadicto con su cuidador (nunca queda claro si es un amigo, familiar o conocido), un niño que intenta cuidar de un adulto, sin éxito.


Esta imposibilidad del infante de hacerse cargo del padre deriva en la escena final en que lo entrega a una institución. La filiación, invertida y negada, hace de esta pieza breve una verdadera bomba a la representación del canon de la relación padre-hijo. Más aún cuando se le relaciona con los textos que cito a continuación.

La fábula moral del final de M, el vampiro de Düsseldorf (Fritz Lang, 1931) sirvió de fundamento al libro de Georges Perec, W o el recuerdo de la infancia (1975). La película cuenta la historia de un asesino de niños en la Alemania de los años treinta. Los propios delincuentes deciden cazarlo, pues sus actos exceden incluso el rango de normalidad del crimen de la ciudad. Cuando lo han localizado, uno de ellos le escribe con tiza una “M” para marcarlo como el asesino (“M” de “murder”, asesinato en inglés). Finalmente es atrapado y juzgado por los criminales. Al final de la película, uno de los personajes, ciudadano de Düsseldorf, expresa una máxima que cierra el film: “los padres deberían cuidar de sus hijos”.

Esta consigna, muy propia del mundo moderno y progresista de la primera mitad del siglo XX, conformará todo el modo de pensar contemporáneo sobre la importancia de la familia en el orden social y las paradojas que encierra este nuevo mundo urbano y peligroso. Es justo Perec, con su libro de memorias, quien retoma la enseñanza y la invierte. El escritor francés vio partir a su madre hacia los campos de concentración nazi durante la Guerra Mundial. El libro plantea la culpa y el desasosiego que siente el hijo por no haber podido salvar a su madre. El texto cierra el paréntesis abierto por la película de Lang y, juntos, arrojan un modo canónico de pensar las relaciones entre padres e hijos.

La guerra daría lugar a esta necesidad de que no sólo los mayores cuiden de los niños, Perec nos previene de la necesidad de conservación de la institución familiar para resistir la experiencia límite y el horror que sufrió él, como millones de personas en Europa. Durante décadas, parecía ser una lección aprendida. La impronta del conflicto mundial era clara y visible en el arte, la cultura y la economía (pienso por ejemplo en los estudios de las vanguardias de los años cincuenta de Hal Foster, o el análisis del siglo XX de Susan Buck-Morss).

Sin embargo, el video de Andre sobre la canción de Placebo hace una declaración completamente distinta. El niño se declara incapaz de cuidar del padre. La máxima, al parecer, se ha debilitado con el paso del tiempo. Como si la modernidad hubiera dado paso a la posmodernidad y el proyecto progresista y de evolución constante del mundo occidental entrara en decadencia. El lado oscuro del proyecto global.

Tal vez el video musical no sea suficiente prueba o síntoma del cansancio de la sociedad contemporánea. Vaya un ejemplo más dentro de esta lista de citas obsesivas: Biutiful  (González Iñárritu, 2010). Historia de un padre enfermo terminal, Uxbal (Javier Bardem), que debe asumir que ya no podrá seguir haciéndose cargo de sus dos hijos. Historia que habita en el paréntesis de una escena repetida (abre y cierra el film), en la que el personaje ve a su padre muerto en el medio de un bosque nevado.



No sólo los niños son incapaces de cuidar de sus padres, los adultos parecieran no poder seguirle el ritmo a la vida y tendrán que asumir su imposibilidad para cumplir con esta misión. La disolución del proyecto moderno. Las pocas certezas que quedaban, las pocas lecciones de la Guerra parecieran diluirse. ¿Qué nos queda entonces?

La orfandad, la inoperancia de la institución familiar, nos arroja al otro en busca de referencia, de consuelo. La filiación rota busca ser subsanada, se buscan padres adoptivos, figuras de autoridad, influencias. El homenaje en el arte es una de esas formas que busca la perpetuación de la tradición, la adscripción a un grupo, a una visión del mundo.El mejor homenaje cinematográfico que he visto es el viaje en motocicleta que Nanni Moretti hace en Caro Diario (1993) a la tumba de Pasolini, mientras suena el Koln Concert de Keith Jarrett. 



Escoger tus maestros, buen modo de reemprender el camino. La tradición artística como filiación es un ejercicio consciente para establecer lazos entre dos generaciones separadas. Gesto de reconciliación, tan propio en las fábulas de padres e hijos. Pareciera que el cine posmoderno, a pesar del cansancio, ha encontrado en el remake y el homenaje un modo de reconocer el pasado y continuar hacia el futuro. 


Si todo viaje supone aprendizaje, las historias de formación implican picardía, sobrevivencia y enfrentamiento de los miedos, acaso (seguro) la pérdida de la inocencia. En 1820 el filólogo Johann Morgrnstern usó el término Bildunsroman para referirse a las novelas de aprendizaje o transición de la infancia a la madurez. Moll Flanders (Daniel Defoe, 1722), Cándido o el optimismo (Voltaire, 1759), Bajo las ruedas (Hermann Hesse, 1906) y Retrato de un artista adolescente (James Joyce, 1914) retrataron esta transformación que supone la comprensión del cambio interno y la continuidad. Algo hay de esto también en El guardián entre el centeno (Salinger,1951) y El señor de las moscas (William Golding, 1954). 

En cine, aparte de las adaptaciones, recuerdo desde Cuenta conmigo (Rob Reiner, 1986) hasta Undertow (David Gordon, 2004), pasando por historias como la estupenda Juncos Salvajes (André Téchine, 1994) o la perturbadora Inocencia ( Lucile Hadzihalilovic, 2004), al menos es una de sus lecturas, basada en la novela de Frank Wedekin, Mine-Haha o la educación corporal de las niñas, 1903). Recientemente, tal vez el mejor ejemplo resulta Las ventajas de ser invisible (Stephen Chbosky, 2012)

Porque establecer similitudes suele ser un acto malicioso, hoy recordé tres videos musicales que comparten los elementos de la  Bildunsroman: juventud y peripecia, pero que adolecen de transición. Puede no haber cambio, algo que suponemos en el arco dramático de una buena historia, pero qué bonita la cachondería de escaparnos, tantear el deseo en el terreno de una amistad prometida para siempre. El primer video es "Crazy", una balada de Aerosmith dirigida por Marty Callner en 1994. Alicia Silverstone y Liv Tyler  como dos lolitas recorriendo los caminos, el pool dance y los moteles: la sexualidad en el necesario convertible que tanto luce en el desierto. Uno de los videos más rotados en la historia de MTV, con la ambigüedad lésbica necesaria para la época.


Pero dos adolescentes hipersexuadas nunca son suficientes. En 2000, el video "Lady (Hear Me Tonight)" del dúo  Modjo suponía la escapada, colarse a las fiestas y dormir en un motel de contrabando, pero también la probabilidad del escarceo oscilante entre dos chicos y una chica: una pareja y el mejor amigo inseparable al que se le quiere demasiado, hasta la sospecha. Cómoda en el chill-out de cambio de siglo, la música house en los protagonistas arrojaba cierta inocencia del viaje sin rumbo en un auto destartalado. 



Una producción house del DJ Avicii de 2010, a partir de una versión vocal de  "Bromance" de Tim Berg (el mismo Avicii) mezclada con "Love U Seek" del DJ Samuele Sartini, "Seek Romance" también rescata esta idea de musical road short entre dos chicos, mejores amigos, y una chica, al final compartida. Hay que sumar cierta connotación de bisexualidad entre amigos. Pero en este momento de música electrónica son el porro, la ácido, el after hour y el threesome los que actualiza la narrativa del video, a lo que abríamos de sumar la broma pesada y el imprescindible auto descapotado azul.



Porque aquí, en los tres, el viaje es travesura, una pinta, evasión de fin de semana. Luego prosigue la cotidianidad. Porque este periplo supone sólo un escape momentáneo del hábito de la escuela,el regaño paterno, el fastidio de todos los días: no hay evolución, no hay consecuencia, no hay transformación: el viaje es un capricho, un berrinche. Pero así es la naturaleza del videoclip: retrata instantes condensados en la imagen construida  de cada momento histórico. Que no relato necesariamente: ejemplo de modelos de interacciones, a veces aspiracionales. 

Luego, por supuesto, es casualidad que lea tanta aventura fatua en los guiones de mis alumnos. 





  • JUAN PEDRO DELGADO estudió literatura con cierto desgano, pero se encontró con dos o tres obsesiones y en un puñado rubik de teorías. Mantiene una relación un tanto enferma con la cocina, la semiótica, las narrativas transmediáticas y las mitologías emergentes. Dice que no cree en nada, pero todos saben que vive en una constante negación. Hubiera deseado ser íntimo de Bataille, Foucault y Papini, pero se conforma con las amistades locales que, por lo demás, suelen ser una delicia



Las bandas sonoras también forman parte de la historia de un filme, sobre todo cuando la música se convierte en una herramienta narrativa, cuando las canciones se funden con la trama: una convergencia entre sonido, estética y storytelling.
Un breve relato: A finales de 1984, el productor y compositor británico Keith Forsey (ganador del Óscar en 1983 por el tema “Flashdance…What a Feeling) se dio a la tarea de componer un sencillo que ayudara a promocionar el nuevo filme del Brat Pack: The Breakfast Club (1985).

El resultado fue el tema “Don’t you (Forget About me)”, concebido para ser un éxito pop en manos de la estrella indicada. ¿Las opciones obvias para la época? Billy Idol y Bryan Ferry. Ante la negativa de ambos, la interpretación de la canción fue ofrecida a la banda más popular en el otro lado del Atlántico: el grupo escocés Simple Minds.

Paréntesis: Cuenta la leyenda que, por las mismas fechas, Brian Eno -productor responsable del éxito comercial de Bowie y los Talking Heads- estaba buscando ser el padre putativo de una nueva agrupación. Mientras Simple Minds rechazaba el contacto de Eno por sus compromisos de grabación para la película, el productor decidió explorar otras alternativas.

El nuevo grupo elegido por Eno no sólo era talentoso, sino que la imagen de sus miembros tenía mucho potencial para ser explotada comercialmente. Después de todo representaban el sueño de la clase trabajadora europea y eran irlandeses. Su vocalista ni siquiera tenía un nombre compuesto. Sólo le llamaban “Bono”. El resto es historia.
Retomando: “Don’t you (Forget About Me)” elevó a Simple Minds al número 1 de las listas de popularidad en los EE.UU de la noche a la mañana y la película se convirtió en un clásico adolescente.


Fórmulas similares se han repetido a lo largo de la historia contemporánea de Hollywood. Desde grandes clásicos como el tema “Stayin’ Alive” de los Bee Gees -compuesta para Saturday Night Fever de 1977- hasta temas casi ridículos como “Ghostbuster”s de Ray Parker Jr., confeccionada para el filme homónimo de 1984.

Había olvidado que la historia del cine y el rock está ligada por este tipo de anécdotas. Hace un par de semanas The Perks of Being a Wallflower (2012) me hizo redescubrir las fibras de mi poca sensibilidad visual y auditiva.

Aunque no existe ningún sencillo creado especialmente para la película, cada canción del OST parece estar confeccionada para encajar -casi como personaje- en la historia narrada. Incluso la escena más memorable del filme está centrada en una reflexión musical: la eterna búsqueda individual por la canción perfecta. Aquella que nos hace sentir “infinitos”.


Los personajes encuentran su propia respuesta mientras nosotros sólo vemos y escuchamos. Al dar un paseo en automóvil, el cabello de Emma Watson cobra vida con el viento mientras “Heroes “ (1977) de David Bowie -coescrita por el propio Eno por cierto- suena en el fondo.

Para el espectador la moraleja es clara: existe una banda sonora asociada a cada momento significativo de nuestras vidas: los sentimientos  también se reproducen a 24 cuadros por segundo.







EDUARDO PÉREZ RÍOS es tapatío por orgullo y nacimiento. Es Licenciado en Relaciones Internacionales pero siempre ha dicho que “Internacionalista” suena mejor. A pesar de su formación humanista, estudió un MBA sólo para demostrar que nada en este mundo está peleado. De profesión es insomne y escritor frustrado. Guarda en su cabeza datos inútiles sobre la historia de la cultura pop mientras se apasiona por el jazz, la Juve, el mezcal y la literatura.En la actualidad, a pesar de estar entrando a sus treintas, “Lalo” es ya demasiado viejo para Hamlet y demasiado joven para Lear.










Si la naturaleza horizontal de las plataformas de Internet ha supuesto un cambio paradigmático en nuestras formas de interacción, consumo e información, de la misma manera replantea paulatinamente la construcción del artista web y su trascendencia, tanto en el imaginario colectivo de las comunidades virtuales como en la salida comercial que su trabajo pueda tener.
      Cyriak Harris, mejor conocido simplemente como Cyriak, o bajo su pseudónimo Mutated Monty en el sitio británico b3ta, ha sido uno de tantos que está labrando un nuevo camino para la creación artística. Esta dinámica supone el replanteamiento de sus canales y formas de difusión, a través de la construcción de una identidad estética propia consolidada gracias a la viralidad que su trabajo puede alcanzar.
    Establecido en Brighton y autodenominado como un animador freelance, Cyriak entrelaza los nuevos lenguajes de animación, video, cómic y otros formatos mixtos digitales, como el .GIF, en creaciones que siguen una máxima de intertextualidad irreverente.
     Para sus creaciones visuales y musicales, Cyriak emplea recursos al alcance de muchos, como Adobe Photoshop, Adobe After Effects y FL Studio. Su estilo se caracteriza usualmente por partir de un elemento gráfico sencillo que cobra vida, como puede ser un animal o el fragmento de alguna parte del cuerpo humano, y lo lleva a una evolución de iteración fractal, donde los mismos elementos se multiplican y reestructuran en una lógica de mitosis exponencial. Esta fragmentación y reposicionamiento a menudo lleva a configurar formas geométricas o da lugar a nuevos cuerpos animados, con miembros y extremidades en constante evolución y extensión.
     Los elementos que utiliza Cyriak pueden tener un carácter completamente cotidiano o incluir referencias específicas y arbitrarias a celebridades y personajes políticos, en una mezcla donde el único vínculo entre uno y otro es la irreverencia misma.
     Dentro de sus técnicas predominan la utilización expresiva y compositiva de capas y máscaras, el uso de elementos de live action transformados en stop motion y viceversa, y los juegos de perspectiva, en una tridimensionalidad inducida en formas imposibles establecidas en un trance de mutación continua.

     
     El resultado final son piezas que se fundan en un surrealismo que lleva como estandarte la irreverencia y la disonancia, con un fondo musical electrónico estridente. Cyriak propone un replanteamiento de la estética de la animación cutout, que se apropia tanto de sujetos de la cultura pop convencional como de nuevos lenguajes emanados de comunidades virtuales, como es el caso de 4chan y el fetichismo expandido de los gatos como recurso estético.
     Sus proyectos, que en ocasiones recaen en juegos personales, lo han llevado a oportunidades comerciales y de exposición en otras plataformas y sistemas más convencionales, como televisión, publicidad y videoclips musicales. Ha colaborado con marcas reconocidas como Coca Cola, Adult Swim y Cartoon Network, trabajando con estos últimos en los bumps o intercortes institucionales bajo la tradición de la estética generacional de MTV o Vh1.
     El caso de Cyriak da un vuelco a la construcción de la personalidad del artista y de su trabajo, donde los intermediarios de arte institucional prácticamente han desaparecido en el canal de comunicación entre él y su público, encargado de dar valor y difundir su propuesta como autor.



SOBRE EL AUTOR: Diego Arredondo (1989), también conocido como Tuga, es músico y pronto graduado de Comunicación del Tecnológico de Monterrey.