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En ciertos escenarios disfruto la palabra “puto”. En lo privado y entre los amigos. Porque hay un resquicio de regocijo en ser un puto o una puta, aunque les duela en su moral, o les arda, y es divertido, porque en determinados contextos, los personales y bajo el placer, suena y sabe a cabronería de la chingona, huele a sexo arrogante, a empoderamiento. “No mames, wey, soy un puto” suena a “machín” jarioso en una falsa escena de humildad.

Por la polisemia, claro, “puto” designa múltiples categorías —y manipula ontológicamente: designa tanto orientación como tratamiento, saludo afectuoso pesado y señalamiento punitivo. Opuesto a “macho”, el “puto” es también dicotomía con el aficionado futbolero febril, tan varonil y tan alfa, tan dado al agarrón de nalgas, al lucimiento del “paquete” increpador ante otros hombres, al grito histérico como de “vieja argüendera”. Es decir, diferentes, pero se rozan.

El “¡puto!” masivo de Brasil es, de hecho, agresión lúdica heteronormatizada disfrazada de “folklor” mexicano, esencia “pícara” e inevitabilidad de la “raza”: porque dicen las malas lenguas que así somos al gusto. Es “costumbre” de lo visible vendida como tradición y sentido de fiesta, resonancia límbica parapetada en la colectividad. Es “naturalidad” discursiva que no se asume homofóbica, porque el relajo y el disfrute del momento diluyen el derecho a la dignidad de “los otros”, los sopla almohadas, los muerde nucas, los otros que no entienden la vacilada. Justifican que la picardía es ingenuidad candorosa, cuando en realidad tiene bastante de cinismo, insidia y desvergüenza. Es que así somos, señora FIFA, tan buenos con el consuelo este nacionalista del "des-madre" y el albur. Es que mis tacos sin chile no me saben.

Para aquellos que matan al mensajero apelando a la conducta reprobable de la FIFA se nublan ante el mensaje. Falacia ad hominem que sirve como un distractor del acontecimiento real: la conducta localizada de un grupo de mexicanos en un evento internacional con cobertura mediática mundial.

Que la FIFA pueda ser una organización corrupta puede quitarle la autoridad ética para criticar el asunto, pero aún detenta la autoridad normativa para aplicar una sanción justificada por comportamiento reprobable y violencia simbólica en uno de sus partidos. Yo no argumento sobre los vicios de carácter de un juez misógino para que deje de castigar a un agresor de mujeres. El organismo tiene facultades reguladoras, más allá de su liviandad en aplicarlas, que transforman el hecho en un asunto político entre naciones. Si somos maliciosos, para la FIFA el caso es más un tema de diplomacia salvada que de preocupación humanista, una estrategia de relaciones públicas que sentará un precedente. En este sentido tiene el derecho, pero también la obligación, sobre todo en un contexto intercultural que no tiene por qué disculpar los “folklorismos” de nuestro país. Pueden interpretarlo como que el organismo “se curó en salud”, o que está tomando medidas precautorias y aleccionadoras, y que México es el ejemplo: “mala suerte, putos”.

Para aquellos que no consideran el matiz invisible del suceso, que justifican con expresiones similares con “es mi naturaleza”, “nomás fue tantito”, “no fue a propósito” o “qué nena eres”, tal vez encuentren significativa su coincidencia con la defensa usual del racista, el golpeador y el agresor sexual: una disculpa basada en el desconocimiento de los límites y la falta de respeto a la integridad y la autoestima del otro. Para los que hablen del concepto de la euforia irracional de la afición, golpear a un “puto” en un callejón  también tiene mucho de espectáculo, señores, y más de miles se regocijan en ello. Para aquel que ha sido agredido, expulsado, denigrado o despreciado por ser “puto”, miles de personas vociferando la palabra con desprecio “divertido”, evoca escenarios de duelo, dolor y angustia. El derecho a gritar “¡puto!” con “fines de distracción” (que no de ofensa, por supuesto) no es una libertad merecida, si parafraseo a Mircea Eliade, porque no estás dispuesto a aceptar las responsabilidades de las consecuencias de esa libertad gratuita, diluida ventajosamente en la multitud.

Como a muchos les (nos) enseñaron desde niños lo justificable y “normal” de la agresión verbal en el espectáculo deportivo, es natural que apelen a la pasión por el juego y la euforia del momento, los ánimos enardecidos, para justificar la mala patada de ofender “no queriendo” a un sector de la población —que no escucha precisamente un neutro “¡orientación sexual!” cuando miles gritan “¡puto!” hacia una cancha. Es el patrón que aprenden tus hijos, viéndote arrojar saliva, maldiciendo, pendejeando, utilizando un término despectivo “tan mexicano” en un contexto de enojo o acoso hacia una persona.

El sujeto que no asume el poder de las palabras, acostumbrado a ver estos “inofensivos” acosos colectivos vueltos convención social, es usual que represente la queja como hipersensibilidad y no un derecho. Es lógico que maximice el peso de la sanción posible y minimice el acontecimiento. Están atrapados en la “ficción dominante”, de la que habla Silverman, aquello que vale como realidad “real” para una sociedad determinada. Algo parecido expresó algún White Anglo-Saxon Protestant, frente a su televisión de los años setenta: “qué negros tan sensibles, ¿qué tiene de malo que les digamos monkeys?”

En la pertenencia a un sistema de signos volcado en contexto, la denotación de “negro” también conecta culturalmente con otros sentidos. El vocablo puede sonar a “virilidad”, “fortaleza” y “resistencia”, con frecuencia capitalizados, o evocar fantasías sexuales en las plantaciones de algodón, Mandingos a la carta, también acaso rentables. El problema descansa, sujeto racista en turno, cuando la palabra forma una isotopía natural con representaciones usualmente denigrantes relacionadas con lo “negro”: “sucio”, “tonto”, “inculto”, “animal”. 

Todos sabemos en México en qué contexto se utilizan las expresiones “No seas cora” y “qué indio eres”, más allá del uso étnico “real” del término. Conviviendo con la definición simplona de diccionario, el habla lleva a cuestas los complejos y bondades de su cultura, pero también el poder de cargar las palabras con la precisión de lo paralingüístico: la sospecha en la voz, el tono de desprecio, el énfasis sarcástico. La lengua es también creencia corporeizada.

Con “joto”, “puto” y “marica”, expresiones usualmente vejatorias para designar la homosexualidad, es común que en la charla cotidiana —y en el grito masivo— tengan una resonancia con “cobarde”, “quejumbroso”, “llorón”, “débil” y “chismoso”, pero también con “pendejo”, “imbécil” e “inútil”. Elija usted, que lo educaron “como deben-ser los machos”, que no llora jamás como “niña”, que no se “raja” como las “viejas”. Usted que se regodea en decir lo que es un “hombre”: “poder”, “valentía”, “fortaleza” y “gallardía”. No es tu culpa, machín, pero tampoco te disculpa. Modeladas en el mismo escenario, es común que ciertas mujeres utilicen la palabra “puto” para todo lo anterior, pero también como estrategia emasculante, un cuestionamiento al deber-ser de la masculinidad, un sinónimo de “poca hombría”. Y aparte está el grito en el estadio que, claro está, no tiene NADA que ver con este párrafo.

 En la liguilla de la escuela de tu hijo, ¿te sentirás ofendido si en las gradas le gritan “puto” porque falla un penalti? ¿Dirás que es parte del juego, que no lo hacen con mala intención, que así es el deporte? ¿Te sentirás abochornado porque la palabra te significará que clasifican a tu hijo como “jotito”, es decir, “menos hombre”, o porque la interpretarás como que para ellos tu chamaco es un “pendejo”?

Si afirmas que expresiones de este tipo son inofensivas y parte esencial de “nuestro” México”, repíteselo al niño al que, indefenso y llorando, una treintena le gritan “puto” en el salón de clases. Dale ánimo, cabrón machito, date gusto: “qué exagerado”, “lloras como niña”, “no sea joto y aguántese”.

El caso del “¡puto!” en Brasil resulta incómodo para muchos porque vuelve visible el efecto colateral de nuestra crianza. A nadie le gusta escuchar que lo que tanto ha disfrutado manifiesta desprecio y desconsideración hacia ciertos grupos. Que es un sujeto entrenado culturalmente con patrones mentales patriarcales, judeocristianos y heteronormativos, donde lo masculino encontró su confort y acomodo.

Este “¡puto!” nos habla de lo invisible de nuestra cultura y las posibilidades de madurez y confrontación. Un organismo deportivo tenía que venir a decirnos lo que décadas de literatura y estudios han reiterado. Ir al sur para darnos el norte: que no basta con escudarnos como “cabrones”, tirar la piedra y defendernos con la torpeza del esencialismo lépero nacional: “si así somos, para qué nos invitan” reza un meme. Es un tema de replicación cultural basada en nuestras broncas de autoestima patriotera. Nos enseña que la cotidianidad no necesariamente implica permisión. En este estadio, fuimos otra vez los “salvajes”. Es un asunto intercultural y de reconocimiento de identidades. Sobre todo, resulta un caso táctico para explicar la relevancia de la educación para la paz y la comunicación con perspectiva de género.
JUAN PEDRO DELGADO estudió literatura con cierto desgano, pero se encontró con dos o tres obsesiones y en un puñado rubik de teorías. Mantiene una relación un tanto enferma con la cocina, la semiótica, las narrativas transmediáticas y las mitologías emergentes. Dice que no cree en nada, pero todos saben que vive en una constante negación. Hubiera deseado ser íntimo de Bataille, Foucault y Papini, pero se conforma con las amistades locales que, por lo demás, suelen ser una delicia

According to Larry Grossberg (2005), “The media have become an inseparable part of people’s lives, of their sense of who they are, and of their sense of history”. We use the media as a sort of looking glass through which our real life is filtered and served to us in easy to digest pieces. It turns the greyish tones of reality into blacks and whites. Media is a cultural creation and therefore reflects the social context of the times its content was produced. It is through a process called cultivation by which audiences are conditioned to view the world the way it is represented in the media.

Mad Men premiered on July 19th 2007 and is currently on its sixth season. The show is broadcasted on AMC home of another other critically well received show, Breaking Bad. Created by Matthew Weiner, the show explores the lives of a successful New York advertising agency Sterling Cooper and its creative director Donald Draper, played by John Hamm during the 1960s. The show displays Mr. Draper’s personal and professional life during the ever changing times America faced in the 60s. Mad Men can be enjoyed through several different media platforms besides the regular cable network, for it is readily available on iTunes and other media outlets.  The show has received a total of fifteen Emmys and four Golden Globes as well as ranking 6th on TV Guides, The 60 Greatest Dramas of All Time. It is through this text that we will implement deconstructive critical theory in order to understand Mad Men’s view on The American Dream and the way it represents it as an exclusively white ideology and an ideal representation of U.S Culture.

One doesn’t have to look further than the opening credits of the show to understand the main ideology that goes on throughout the series. The title sequence portrays the silhouette of a man (possibly Don Draper) falling amidst a sea of 60s advertisements and posters. The show, much like the main characters, indulges itself on American consumerism. According to Saussure these images that are shown to us during the opening credits symbolize American culture’s obsession for consumer products.



In fact, during the pilot episode of the show titled "Smoke Gets in Your Eyes", Don meets up with Sally Menken, the owner of a department store. The sole purpose of this meeting is to help her boost her sales and improve her image to equal that of Chanel. Like a church serves as a symbol for religious beliefs (be it Christian, catholic, etc.), the department store can be seen as the modern church of consumerism. A large building that holds that beliefs of American societies within its walls. Accompanied by the echoes of cash registers one can almost hear the choir sing “Spend more, be more. Buying is what defines you”.

It is through the constant client meetings that are shown throughout the series that we begin to understand the importance that American Consumerism has not only on the American industry, but on the lives of the men working for Sterling Cooper. Don Draper and his colleagues would not be able to enjoy their fine suits and their well-aged whisky without them. The different companies that walk into the Sterling Cooper meeting room to hear Don Draper’s sales pitches serve as signifiers for American consumerism (the signified). However, consumerism has its roots firmly planted on a much larger ideological system that permeates American culture: The American Dream.

Donald Draper is the main character of our show; he is a successful white male in his 40s however, he was not born into a world of privilege. Draper represents the American Dream, a western ideology that states that “if you work hard enough, you will succeed”. Mad Men uses the character of Don Draper to promote and cultivate the previous ideology into the audience. Gerbner calls this process Mainstreaming by which “heavy viewing may absorb or override differences in perspectives and behavior” (Bryant, 2012, Pg.112). One way it presents this is by contrasting Draper with another character from the show, Pete Campbell. Campbell is an account executive for Sterling Cooper who comes from a privileged background. In contrast, Draper is simply an assumed identity; his real name is Richard Whitman. His mother a 22 year old prostitute died while giving birth to him. He later on lived in a farm with his father (whom he hated) and fought during the Korean War. Donald Draper as a symbol serves to represent the ideal American, grown from humble roots and a patriot. The executive Superman (who was also a farm boy that later moved to the city).

We can use Levi-Strauss’ Mythemes in order to classify Drapers life story as the following, “boy goes from rags to riches”. Campbell was born into his position and role in society, Draper had to earn it. In the viewer’s mind Campbell is less deserving of being a part of Sterling Cooper (and in the process our sympathy) because he did not have to work to attain his current social status. However, through cultivation and mainstreaming audiences begin to sympathize with Donald Draper, as a man who has “suffered” enough and has therefore been labeled worthy of his current social status by that very audience.

We must also understand that the men working as ad men at Sterling Cooper are all white (or have some sort of European descent), there are no African American characters (Unless one counts the sandwich guy) on the show. Trying to make the show as historically accurate while being set in the 60s is one thing, but the lack of an African American  character in the shows main cast can be seen as stereotyping, which helps to support “the audience’s collective consciousness a character’s preconceived value systems and behavioral expectations” (Wilson, 2003 pg.) Therefore Mad Men reinforces the idea that The American Dream is an exclusive to hard working white men. Does the same apply to women?

Let us deconstruct Don Draper’s wife, Betty. She is a typical 1960’s housewife. She stays at home and takes care of her kids; all while smoking and gossiping with the other housewives that live around the neighborhood. She lacks ambition (aside from hosting house parties) and is clueless of her husband’s affairs with other women (Women that are smarter and more independent than her). Just like we previously talked about the stereotypical portrayal of black characters on the show, we can tell that Betty is also a stereotype. She is there to act as a symbol for the ideal woman. Betty Draper represents the collection of desired characteristics that the patriarchal U.S Culture seeks to promote amongst its women.

Stephanie Coontz (2010) states that “She is a woman who thinks a redecorated living room, a brief affair or a new husband might fill the emptiness inside her, and her attempts to appear the perfect wife render her incapable of fully knowing her children or even her successive husbands”. The writers even go as far as to introduce us to a single mother, Helen Bishop as a symbol for the “modern woman”. Betty and the other women critique her as if she were some kind of freak. There is no sense of independence on Betty behalf, her happiness fully dependent on her marriage and her husband’s professional life. We therefore can understand the shows portrayal of women in the U.S as being favorable towards married women. “Women are nothing without their man” is what the show is trying to teach us. Betty even suffers from psychosomatic numbness in her hands when thinking of her husband’s affairs with other women. Now, is this is a reaction to her crumbling marriage? Or are these constant periods of numbness a reaction towards the fear of losing social and economic security by losing Don?
Using Marxist Critical Theory one can define the role of women in U.S Culture as being valuable for their Sign-Exchange Value, which means “the social status it confers on its owner” (Tyson, 2006, Pg. 62). To put it simply, Betty is Don’s arm candy. There is nothing she can offer him intellectually, but because of her youthful looks (even after giving birth to two children) she has become some sort of medal to wear on his chest for the world to see. She is his trophy wife. Just like his job Don has earned her. However, Donald Draper is also being used by Betty. He is her passage to a better life, a respectable life as a mother and wife. Don and Betty are in a process that Marxist theory calls commodification which is when “the act of relating to objects or persons in terms of their exchange value or sign-exchange value” (Tyson, 2006, Pg.62). Marriage is no longer seen as institution (as some churches would say), in the world of Mad Men marriage is seen as an investment.
Mad Men not only showcase the exploits and pitfalls of 1960s advertising, but at its very core help to exemplify and promote the ideal American life. A world in which through hard work a man can achieve anything, the only requirements needed are to be white, have a beautiful wife and are willing to showcase their wealth. The Drapers might be a typical American family, but they are a symbol of times past, and a constant remainder of Americas desire to return to the good old days. Where white men and women could thrive economically without being threatened by alternative styles of life in their office and their homes, a place where all that was needed to be happy was spend some money. For Don Draper it’s all about selling the dream, the dream of a better rest, a better shave, a better traveling experience. For the show it’s all about the American Dream.


ARMANDO GARCÍA. Adicto anónimo a la televisión, cual James Woods en Videodrome. Siempre buscando aquella nueva serie que llene el vacío existencial que le dejo la despedida de Buffy de la pantalla chica.


BIBLIOGRAFÍA
Bryant, Jennings (2012). Fundamentals of Media Effects. Waveland. USA
Coontz, Stephanie (2010).  Why Mad Men is TV’s most feminist show. The Washington Post. Published October 10th 2010. Taken on June 6th 2013 from
<http://www.washingtonpost.com/wp-dyn/content/article/2010/10/08/AR2010100802662.html>
Grossberg, Larry (2005) MediaMaking: Mass Media in a Popular Culture. SAGE Publications. USA
Tyson, Lois (2006) Critical Theory Today. Routledge. USA.
Weiner, Matthew (Creator) (2007) Mad Men. United States: Lionsgate Television.

Wilson II, Clint C. (2003) Racism, Sexism, and the Media. SAGE Publications. USA 


A ratos sí soy internacionalista: veo teorías de conspiración dónde sólo deberían existir fórmulas de entretenimiento. Por más frustrante que resulte, desde la comodidad de un sofá me doy cuenta que la política es el punto de apoyo que mueve al mundo.
     La irreverencia se ha apoderado de la pantalla chica en los hogares norteamericanos. Hace un par de semanas, la primera temporada de Homeland (2011), producida por Showtime, arrasó con la última entrega de los premios Emmy. No se trata de una comedia sobre una familia moderna. Tampoco un melodrama sobre el complejo mundo publicitario neoyorquino. Se trata de una thriller que abre heridas y remueve cicatrices: una serie sobre la paranoia del terrorismo.
     Contraria a otras producciones multipremiadas como Boardwalk Empire de HBO, Homeland no sorprende por su estética: nos desconcierta por su trama. El Sargento Nicholas Brody (Damian Lewis) es un sobreviviente de la invasión estadounidense a Afganistán (2001). Un marine capturado en combate que después de ocho años de ser prisionero de Al-Qaeda regresa como héroe de guerra a su hogar. Lejos de exaltar el nacionalismo a través del papel del ejército, la serie evidencia sus fallas con espeluznantes cuestionamientos: ¿y qué si el Sargento Brody fue torturado hasta perder todo contacto con la realidad? ¿Es el enemigo lo suficientemente fuerte para lavarle el cerebro a un patriota? ¿Puede el estereotipo del súper-hombre americano convertirse en un traidor?



     Poco a poco, lo políticamente incorrecto invade las formas de entretenimiento y las redes sociales. Las series televisivas más exitosas en la actualidad no sólo están ideadas para hacernos soñar con mundos fantásticos, como ocurre con Game of Thrones (HBO, 2011), el público también demanda crudeza y realidad: queremos ser espectadores de nuestras peores pesadillas y de la sumatoria de nuestros miedos.
     La realidad golpea a través del televisor en horario estelar. La crítica alaba lo que en política no se puede controlar. Reflejado en una pantalla, el gobierno puede ser gestor de su propio destino, las agencias de inteligencia se pueden dar el lujo de dudar del héroe y los ciudadanos comunes y corrientes pueden soñar nuevamente con la seguridad en casa. Como espectadores, a través de las imágenes en un televisor, esperamos evitar que el 11 de septiembre de 2001 se repita todas las semanas en la noche de primetime

Años de tinta han corrido desde que Ariel Dorfman y Armand Mattelart escribieron, hace cuarenta años, su emblemático ensayo sobre el imperialismo cultural asociado a los dibujos animados de Disney. Ahora, parece que la fórmula se vuelve visible y evidente ante las nuevas búsquedas americanas de que los espectadores se involucren. 
     En la edición de Comic Con 2012, el ejército americano lanzó el webcomic America´s Army, que puede ser leído en la página web o en la aplicación gratuita para iPad o Android. Esta versión gráfica animada complementa la plataforma de videojuego conocida como AA3, lanzada en 2002. 
     La revista Wired dedicó en julio un artículo a este lanzamiento y hace poco menos que destrozarlo. Hace sangre de los guionistas y de los encargados militares del proyecto que señalan el desarrollo de esta herramienta de comunicación como un mecanismo para informar de los distintos trabajos que el ejército estadounidense ofrece. En otros tiempos simple y llanamente se le hubiera llamado propaganda o mecanismo de reclutamiento. 
     Al margen de la calidad (o falta de ella) de la historia, el fenómeno llama la atención. Después de casi sesenta años de financiación de películas por parte del ejército (cfr. Tony Shaw, Hollywood´s Cold War, 2007), pareciera que las nuevas tecnologías (juegos de video, plataformas en internet y cómics digitales) comienzan a volverse un modo de representación de los valores patrióticos, pugnando por un espacio en el imaginario social de aquel país.  
     Aunque el Pato Donald hizo una gran labor por su país, parece que la propaganda encubierta comienza a dar paso a formas mucho más directas de atraer y vincular al espectador con el universo militar, ávido de nuevos reclutas. No olvidemos que desde la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos ha mantenido un ejército permanente. 
    Webcomic y videojuego –que, por cierto, también sirvió como simulador para entrenamiento de soldados- son las nuevas inversiones para el desarrollo de la industria bélica americana. La realidad supera a la simulación, la ficción hace tiempo fue superada.