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Dean: We can't just waste her with a head shot?
Sam: Dude, you've been watching way too many Romero flicks.
Dean: You're telling me there's no lore on how to smoke 'em?
Sam: No, Dean. I'm telling you there's too much. I mean, there's a hundred different legends on the walking dead, but they all have different methods for killing them. Some say setting them on fire, one said... where is it... right here: feeding their hearts to wild dogs. That's my personal favorite. But who knows what's real and what's myth?
Dean: Is there anything they all have in common?
Sam: No, but a few said silver might work. 
                                            Supernatural,”Children Shouldn’t Play with Dead Things”  

Si los relatos fantásticos suelen connotar alegorías sociales, las narrativas construidas sobre el otro posible también canalizan nuestros deseos y temores. El vampiro de Bram Stoker funciona como una salida tangencial al recato victoriano. El pastiche de cuerpos de Marie Shelley merodea la soberbia de formar adanes y jugar a los dioses científicos. Un hombre lobo alienta el pavor del yo ante la hegemonía del ello, lo salvaje que disfruta.  Con el zombie nos volvemos muchedumbre iracunda, la anulación de la razón en una masa-ola que diluye la presencia del ser, que se escuda en el contagio.
Con el vampiro, el monstruo de Frankenstein y el lobo intentas aún apelar a la  inteligencia que se augura detrás de la forma, pero el zombie, al menos desde la tradición, es más un relato de frustración donde el otro que se parece a ti ya no tiene nada de aquello que lo volvía él. El zombie representa una pérdida de la conversación devenida plaga violenta. De la clásica Night of the Living Dead (George A. Romero, 1968) a la serie televisiva Helix (Cameron Porsandeh, 2014- ), la figura del zombie y sus variaciones, enfermedad o maldición, atraviesan los géneros del humor, el gore, el drama, el terror y la ciencia ficción: basten los ejemplos conocidos de The Crazies (George A. Romero, 1973),  Evil Dead (Sam Raimi, 1981), Re-Animator (Stuart Gordon, 1985), 28 Days Later (Danny Boyle, 2002), Resident Evil (Paul W. S. Anderson, 2002), Shaun of the Dead (Edgar Wright, 2004), I Am Legend (Francis Lawrence, 2007), Planet Terror (Robert Rodríguez, 2007), [REC] (Jaume Balagueró, Paco Plaza, 2007), Zombieland (Ruben Flescher, 2009) y Word War Z (Marc Foster, 2013). Mencionar The Walking Dead, en narrativa gráfica, serie televisiva o videojuego, es una obligación de la época. En cómics son imprescindibles la serie Marvel Zombies (Robert Kirkman & Sean Phillips, 2005-2006), la perturbadora Crossed (Garth Ennis & Jacen Burrows,  2008-2010) y acaso la variante metafórica que resultó ser Girls (Luna Bros., 2005-2007)
Pero las historias personales de resucitaciones, reanimaciones  y reencarnación, por otro lado, juegan con nuestro anhelo y curiosidad ante la muerte: la nebulosa del regreso. ¿Qué trajo Lázaro consigo? ¿Un recuerdo de otro mundo, un conocimiento sobre el umbral, tal vez un compañero de viaje en los bolsillos? Porque The Mummy (Karl Freund, 1932), aquella película protagonizada por Boris Karloff, es en realidad una historia de amor y obsesión que supera milenios. Porque el concepto original de “velorio” se sostiene en la esperanza del despertar del muerto, en una última oportunidad para prevenir gritos ahogados y rastros de uñas en los féretros.

De los niños resucitados que regresan malignos, como en  Pet  Sematary (Stephen King, 1983 / Mary Lambert, 1989) y Wake Wood (David Keating, 2010), hasta los niños que se reconcilian con la muerte en Paranorman (Chris Butler y Sam Fell (2012) y Frankenweenie (Tim Burton, 2012), estas narrativas del retorno están más preocupadas por explorar las tensiones conversacionales del regreso que indagar escenarios apocalípticos y degustaciones de cerebros, incluso en una película tan ambigua de reencarnación mórbida y falsa como Birth (Jonathan Glazer, 2004). El retornado sentiente pudo ser una figura  de apoyo para el detective sobrenatural del cómic  italiano Dylan Dog (Tiziano Sclavi, 1986), pero ahora es el  zombie enamorado en Warm Bodies (Isaac Marion, 2010 / Jonathan Levine, 2013) o la porrista sensible y vengativa de All Cheerleaders Die (Lucky McKee & Chris Sivertson, 2013).
La condición de muerto sensible que busca integrarse, entre el misterio, el terror y los cabos sueltos, parece una tendencia narrativa evidente: un tanto la cotidianidad alienada, mucho de la afectación de los deudos, siempre la tensión de la presencia incómoda. Esta es la premisa de dos cómics afortunados que merecerían llevarse a la pantalla: el estimulante humor negro de Rachel Rising (Terry Moore, 2011- ) y el  fantástico thriller detrás de Revival (Tim Seeley & Mike Norton, 2012), una historia al más puro estilo rural noir. Con sus narrativas de pueblos pequeños sentenciados, donde los lugareños deben habituarse al retorno de familiares y amigos, ambas series han estado nominadas a los Harvey Awards (el acaso Oscar de los cómics en USA).
Esta idea del retorno a la familia, y los intentos por conservarlos (o deshacerse de ellos) es el conflicto central detrás de estas producciones, algunas más cercanas al drama fantasmagórico, como las película francesa Les Revenants (Robin Campillo, 2004) y su adaptación televisiva, Les Revenants  (Fabrice Gobert &  Frédéric Mermoud, 2012) (de la que se mostró asombrado Stephen King), el filme The Returned (Manuel Carballo, 2013), y ahora las series In The Flesh (Dominic Mitchell, 2013) y Resurrection (Aaron Zelman, 2014- ), basada esta última en la novela The Returned (2013), de Jason Mott.
Porque el final de los tiempos está cerca, y las pantallas quieren que nos acostumbremos al regreso de los difuntos.

Juan Pedro Delgado



JUAN PEDRO DELGADO (Tepic, 1972) estudió literatura con cierto desgano, pero se encontró con dos o tres obsesiones y en un puñado rubik de teorías. Mantiene una relación un tanto enferma con la cocina, la semiótica, las narrativas transmediáticas y las mitologías emergentes. Dice que no cree en nada, pero todos saben que vive en una constante negación. Hubiera deseado ser íntimo de Bataille, Foucault y Papini, pero se conforma con las amistades locales que, por lo demás, suelen ser una delicia.


Recuerdo tener 12 años y sentarme la tarde de los sábados, sintonizar el Canal Cinco y ver toda la programación de  “permanencia voluntaria”. Si me preguntan cuál es el sábado que más recuerdo creo que tendría que responder que el “Maratón de Parque Jurásico”. Ver estas tres películas, una tras otra, es una piedra angular de mi niñez. Tanto que a veces me gustaría borrar la memoria de los  pteranodontes escapando de la isla: mi primera decepción con un realizador.

En el imaginario televisivo, los maratones y el visionado tipo binge watch han existido por décadas. Si bien el maratón se refiere a ver un producto una tras otro, el binge watch se refiere al consumo de contenido audiovisual en un corto período de tiempo en comparación con su “consumo general”. Esto se ha observado en caricaturas programadas por las estaciones de televisión, series de películas e inclusive rejillas de programación con películas del mismo tema, pero que nada tiene que ver una con la otra. Eso sí, recuerdo el momento en que los maratones se pudieron manipular desde casa. La serie 24 es una de las producciones contemporáneas que redefinió esta forma de visionado. El momento en que la primera temporada  de 24 en DVD llegó a mi casa, estuve huérfano por 24 episodios.
 Y aquí teníamos  a Jack Bauer resolviendo problemas de seguridad nacional en el transcurso de 24 horas “reales” (el tiempo transcurrido dentro  de la serie). Pero estas 24 horas eran una simulación que resultaban  en  un estimado de 17 horas por temporada. Verlo en la tele significaba semana tras semana meternos en la vida de Jack Bauer por una hora, y esto sólo si los 24 episodios estaban programados de esta forma. Porque recordemos que en el diseño televisivo de Estados Unidos tenemos el break de diciembre, la repetición de capítulos en marzo y semanas sin contenido nuevo. Si bien la virtualización de una serie que ocurre en tiempo real y en un lapso de sólo 24 horas suena muy tentador serializada, se convierte en todo un acontecimiento cuando se ve capítulo tras capítulo.

Cada episodio de 24 consta aproximadamente de 43 minutos. Si hubiera nacido hoy día, como una iniciativa de webserie o una serie original de Netflix, tal vez los episodios hubieran durado posiblemente  la hora exacta. En 2001 hacerlo era impensable: una cadena de televisión jamás permitiría que sus breaks comerciales fueran destituidos por una narrativa moderna en tiempo real, al fin de cuentas ellos ganan por comercial transmitido y no por excelencia narrativa.

Hoy en día, sin embargo, nos encontramos con proyectos como son Netflix, SyFy.com, series originales en Youtube, entre otras, que no responden a ningún modelo televisivo clásico. Netflix produce series “televisivas” dramáticas de 1 hora con quince minutos para un episodio y tal vez 40 minutos para el siguiente; para las comedias tienen episodios que varían desde 28 minutos hasta 45 (House of Cards y Arrested Development respectivamente). No sólo esto: también ponen a disposición del consumidor todos los episodios desde el primer día, incentivando el binge watching, esta especie de reto de consumo secuencial  de la serialidad misma.

Realizado por Netflix, 24  tal vez no sería la serie de culto que es hoy gracias a los planes de la  cadena FOX en 2001. Sin embargo, quizás  tendría nuevas posibilidades narrativas. El modelo de Netflix es  lanzar todos los episodios el mismo día y no restringir los tiempos y los formatos. Esto permitió que Arrested Development (anteriormente propiedad de FOX) desarrollara una 4ta temporada de 15 episodios donde la historia de la familia Bluth se cuenta a través de cada personaje  y  todo ocurre en un mismo tiempo. Esto permite que, con cada episodio, con cada personaje, podamos entender distintos aspectos del conflicto. La narrativa de esta 4ta temporada está hecha como un rompecabezas y esto permite que con cada revelación no solamente haya una carcajada de por medio, sino que el espectador se remita a esos pequeños momentos que anteriormente no había entendido y ahora puede darles sentido. En lo personal, yo reí más veces con las referencias entre episodios que con lo que en realidad sucedía.
¿Por qué es necesario que Arrested Development se vea en maratón? Es necesario tener las ideas frescas, los chistes a la mano y que nuestra mente no tenga que buscar mucho. Lo mismo podría pasar con 24: podríamos dejar más secretos a la vista para el espectador analítico o momentos de alivio cómico que se resuelvan 3 horas después.

En realidad, mi modo de visionado cotidiano se ha transformado poco: desde que veía Jurassic Park en televisión hasta cuando retomo todo Breaking Bad un fin de semana antes del estreno de la temporada final. Lo que en realidad cambia son los modelos en que estas producciones se nos presentan. Cada vez más podemos sentarnos a “dos nalgas” a adentrarnos en nuestro mundo ficticio favorito,  tomados de la mano de Jack Bauer o de la de Buster Bluth.

Y para terminar un pteranodon.


Nací el mismo año que el Super Nintendo(SNES) y esto marcó mi vida. Mi primera mascota fue un Charmander y mi primera consola un NES heredado. Desde que tengo memoria el control de videojuego ha sido una extensión de mi cuerpo. Soy pésimo en Pac-Man pero es mi juego favorito. Amante de las series de culto de cancelación inminente. Odio los videojuegos basados en películas. Combinar narrativas de TV, películas y videojuegos no es fácil y aplaudo el esfuerzo.











El callejón de los milagros de Naguib Mahfuz  frente a El callejón de los milagros de Jorge Fons. La novela ocurre en un barrio de El Cairo de los años cuarenta, la película en el Centro Histórico de la Ciudad de México al cambio del siglo. Pero ambos relatos mantienen la misma resonancia: los periplos de las emociones frente a las jaulas sociales de los paisajes urbanos. Los tratamientos argumentales clásicos frente a la psicografía de las ciudades: porque un cantinero reprimido, una chica deseada y una solterona con libido se encuentran en todos lados, más allá de la década, transversales a los entornos. Reanudar relatos desde la singularidad ahistórica, casi como relatos arquetípicos, que la vida cotidiana tiene más puntos aprehensibles que los relatos anclados en el tiempo, tan delineados por las fechas.

Casos de adaptaciones “libres” sobran, sobre todo en las últimas décadas. Aunque la historia permanece, difieren en tiempo y lugar Great Expectations (Charles Dickens, 1861) y Great Expectations (Alfonso Cuarón, 1998); Les Liaisons dangereuses (Pierre Choderlos de Laclos, 1782) y Cruel Intentions (Roger Kumble, 1999); Emma (Jane Austin, 1815) y Clueless (Amy Heckerling, 1995); The Taming of the Shrew (William Shakespeare, 1590-1592) y 10 Things I Hate About You (Jil Junger, 1999).

Jugando un poco al abogado del diablo, ¿el tratamiento de la madre en la comedia italiana empata con los modos de representarla en México? ¿La figura del padre en el drama fílmico hindú puede parangonarse con la del cine mexicano? ¿Qué le reprochamos a The Ring (Gore Verbinski, 2002) después de ver Ringu (Hideo Nakata, 1998), que a la vez está basado en una novela que se originó a partir de un cuento popular japonés? ¿Cuál es la diferencia profunda entre la sueca Låt den rätte komma in (Tomas Alfredson, 2008) y la británico-americana Let Me In (Matt Reeves, 2010)? ¿Tiene menos valor el tratamiento de western de The Magnificent Seven (John Sturges, 1960) que la propuesta dramática de Shichinin no samurái (Akira Kurosawa, 1954)?

Hace unos pocos años, en un estudio comparativo entre distintos países, México y Turquía parecían naciones gemelas desde la superficie, al menos en cuanto a desarrollo del conocimiento. ¿Más parecidos que a España y Argentina? ¿No suelen acusarnos de lo “agringados” que estamos? Este asunto tan ochentero del “imperialismo cultural” empezó a tambalearse con internet y el acceso inmediato a contenidos plurales y, en el desarrollo de productos comunicativos, tendríamos que hablar de la complicidad por ciertas predominancias discursivas por encima de hegemonías absolutas: la funcionalidad de (o preferencia por) la reproducción de determinados formatos narrativos y estéticas operativas que se vuelven franquicias y recetas productivas.

En los años ochenta, las novelas mexicanas solían doblarse en ruso y japonés, por ejemplo, con una enorme aceptación por parte de las audiencias destino. Se luchaba por los derechos de  transmisión de un objeto cultural “afectado en lo mínimo” por el cambio de voz e idioma. El espectador sabía que el melodrama transcurría en México y, más allá de las peculiaridades culturales del país, podía optar por centrarse en el argumento y la puesta en escena. Desconozco si significativamente aumentó nuestro conocimiento de Brasil con la transmisión en 1991 de la telenovela Tieta, una versión de la novela de Jorge Amado de 1977. Me parece, desde la memoria adolescente, que fue la polémica de la trama lo que interesó a la audiencia: porque una bella mujer exiliada que regresa a vengarse puede resultar algo atractivo, pero también el tratamiento de la sexualidad y el empoderamiento desde lo femenino, algo muy distinto presentado en la escena nacional y años antes que Nada personal (1996-1997), Mirada de mujer (1997-1998) y La vida en el espejo (1999-2000), coproducciones de TV Azteca y Argos que buscaban diferenciarse de los contenidos de la empresa rival.

Tal vez como réplica al éxito de TV Azteca en aquellos años, una de las estrategias de Televisa consistió en comprar los derechos de adaptación de franquicias latinoamericanas exitosas, como las producciones argentinas Rebelde Way (2002-2003) y Patito feo (2007-2008), que derivarían en las mexicanas Rebelde (2004-2006) y Atrévete a soñar (2009-2010). Práctica habitual ahora, ¿es la adaptación local la salida para la creación de contenidos en Latinoamérica? Una parte de la producción nacional de Brasil ha optado por adquirir licencias de series de drama policiaco en Estados Unidos: ¿Law & Order Río de Janeiro? ¿Funcionará este género adaptado a las circunstancias cariocas y su sistema de justicia? ¿Cuáles fueron los resultados de adaptaciones “locales” de The Nanny (1993-1999) y Desperate Housewifes (2004-2012) en México?

Pero si uno de los placeres catárticos de la telenovela es ver representados de forma constante modelos de interacción dramáticos y exacerbados, el eterno devenir de la chica-en-apuros-sale-adelante, habría que agregar ahora el gusto por el consumo de las variaciones en coexistencia. Desde el potencial de acceso mediático, ¿nos basta con disfrutar una de las posibilidades del relato? ¿Adoptar una de las adaptaciones para afiliarme como espectador o dejar que el relato fluya en paralelo, disfrutar las peculiaridades de las distintas producciones?

Pongamos dos ejemplos notorios en Latinoamérica de chica-en-apuros-sale-adelante. De 1994 a 2001, RCN Televisión produjo en Colombia Yo soy Betty, la fea (1994-2001). Con enorme niveles de audiencia, la versión original pronto se transmitió en otros países, sin retoques o doblada. En México, Televisa compró la licencia de adaptación y produjo La fea más bella (2006-2007). En Estados Unidos, la cadena ABC hizo lo mismo de 2006-2010, con un cambio “de origen” de idioma y escenarios. El otro caso parte de la novela Sin tetas no hay paraíso (2005), de Gustavo Bolívar, devenida en la serie colombiana homónima producida por Caracol Televisión en 2006. La serie original fue transmitida por Telemundo en 2010, pero antes había ya una versión española producida por Telecinco en 2006 y otra más de Telemundo en 2008, además de su replicación en portales de videos por internet. 

Más allá de analizar la recepción de cada producto en cada momento, me interesa destacar la presencia de todos los contenidos a un mismo tiempo, apelando a la cotidianidad de la retransmisión, la televisión por cable y los portales de video por internet. ¿Cómo afecta esta posibilidad de acceso asincrónico a todas las posibilidades? ¿Cómo el potencial de presencia de las versiones afecta mi recepción del relato audiovisual? En la programación actual, tres series televisivas experimentan esta especie de bilocación narrativa diferenciada: The Walking Dead, The Killing y The Bridge.

El supuesto es que la serie The Walking Dead (Frank Darabont, 2010) está basada en el cómic homónimo que crearon Robert Kirkman y Tony Moore en 2003 para la editorial Image. Sin embargo, quien sigue ambos productos, puede deducir con facilidad cuánto las líneas narrativas confluyen y bifurcan, tomando personajes y acontecimientos en común y creando otros nuevos para sus respectivos formatos. Sobre la misma premisa, el cómic supera los 100 números y la serie llega a su tercera temporada.  Ya no hablamos de un caso de adaptación simple, de una adecuación necesaria ante el cambio de soporte, sino de decisiones editoriales que generan dos narrativas hermanadas que transitan en paralelo.

La versión danesa de The Killing (Forbrydelsen) consta de tres temporadas y 40 episodios (2007-2013). El escenario es Copenhague. La versión estadounidense se estrenó en 2011 y, si se cumplen las declaraciones de producir la tercera temporada, constará en total de 38 episodios. El escenario es Seattle. Ambas parten de un asesinato, ambas se sustentan en una narrativa de desvíos y falsas pistas, ambas detentan excelentes actuaciones y una fotografía obscura, húmeda, sobria. La adaptación se transmite por las cadenas AMC y FOX, la versión danesa lo hace actualmente por AXN. Si la producción estadounidense no termina la tercera temporada, ¿puedo optar por concluirla desde la versión europea?

Coproducción Suecia-Dinamarca, Bron/Broen (dependiendo del país) se transmitió en Europa en 2011 y este año va por su segunda temporada. La trama: dos policías fronterizos se unen para resolver crímenes que involucran ambas naciones, con una fuerte crítica a los problemas surgidos de la diferencia y la desigualdad entre escenarios. En julio de 2013 se estrenó en Estados Unidos el piloto de The Bridge, dirigido por el mexicano Gerardo Naranjo. La trama: dos policías fronterizos se unen para resolver crímenes que involucran ambas naciones, con una fuerte crítica a los problemas surgidos de la diferencia y la desigualdad entre escenarios. Y el escenario basta para detonar las diferencias: sucesos parecidos en psicografías distantes. Producidas con poco tiempo de diferencia, si decido verlas alternadas, ¿veo dos series o veo variaciones? ¿Comparo para semejar o para distinguir?

¿Obsesionarnos con perfiles nacionalistas? En la historieta nacional épica, los héroes Kaliman, Águila Solitaria y Fantomas no son mexicanos y sus aventuras no transcurren en este país. Karmatrón, de Óscar González Loyo, es una mezcla de filosofía oriental y la euforia por la franquiciaTransformers de los años ochenta. Surgidos de la literatura europea, Candy Candy y Heidi son animes con personajes europeos y un opening en japonés. Los Caballeros del Zodiaco (Saint Seiya) recuperan el panteón grecolatino y escandinavo, pero la mayoría de los personajes centrales (Hyōga proviene de Rusia) son japoneses que combaten para una diosa griega. ¿Qué diferencias sustantivas hay entre Super Sentai (1975-) y Power Rangers (1993-), si parten de las mismas historias? ¿Entre los Power Rangers de Haim Saban y aquellos producidos por Disney? ¿Cómo separar la aportación japonesa de la estadounidense en las franquicias Voltron y Robotech? ¿Por qué el interés de Marvel por publicar su colección de versiones Mangaverse (2000-2002) en Estados Unidos, y series animadas de japonés de Blade, Iron Man, X-Men y Wolverine? ¿Por qué el impulso reciente de DC Comics por publicar la serie digital Ame-Comi Girls, basadas en las figuras coleccionables al estilo manga, pero con historias que no afectan la continuidad oficial?

¿Desarrollar narrativas estratégicas para escenarios transnacionales? ¿Son necesarias ante Sailor Moon, Gatchaman y Sakura Card Captors, animes con un fuerte toque “local” y tan populares en Occidente? ¿Basta con integrar en los relatos comunidades multiétnicas (como Voltron, Power Rangers y X-Men) para potenciar la recepción multifragmentada? ¿Me es suficiente la “tropicalización” de la trama a circunstancias “folclóricas”? ¿Debemos optar por narrativas sin rasgos definitivos de lo local, sin mención de espacios reconocidos y momentos históricos diferenciados?

Por supuesto que no hay recetas: acaso sólo intentos de tendencias a partir de la relación perspicaz de las audiencias con cierto tipo de contenidos. Más allá de la rentabilidad de productos que apelen a lo multicultural, por un lado, o “neutros” en cuanto a personajes y escenarios, por el otro, tal vez una oportunidad es crear textos “flotantes” que funcionen para las distintas necesidades emocionales de audiencias múltiples.Trataré de explicar esto con tres ejemplos de películas recientes.

Una de las relevancias de Juan de los Muertos (Alejandro Brugués, 2010) es la apropiación de las narrativas de zombies a la realidad cubana, en una comedia negra con ciertos matices políticos y un héroe pícaro muy diferente al de Shaun of the Dead (Edgar Wright, 2004), otra película revitalizadora del género desde lo inglés "local". La película de Brugués es uno de los casos más interesantes de acoplamiento discursivo interceptando el estilo de comedia de la isla con elementos relacionados directamente con el cine de horror estadounidense. Este es un reto que deben enfrentar los países acostumbrados a consumir narrativa extranjera: al adoptar un formato o género para la producción nacional, ¿hasta dónde las audiencias lo considerarán "artificial", "falso" y "ajeno"? ¿Es la parodia la única salida? ¿Nuestra interiorización del melodrama latino es una ventaja o un problema perceptual?

Por otro lado, una de las bondades de The Perks of Being a Wallflower (Stephen Chbosky, 2012) es  su perfil atemporal que amplía significativamente el margen de audiencia. Suelo decir que es una película “tramposa”: vestimenta ambigua (desde la certidumbre de que las modas vuelven), recomendaciones literarias para hipsters contemporáneos, música de descubrimiento. The Perks… cumple a una generación adolescente que se identifica desde el drama existencial, pero también satisface la nostalgia de una generación X un tanto cansada de su cinismo y descreimiento. Es una película que fluye entre distintos grupos de edades, sin estancarse en ninguno.

El último ejemplo es Pacific Rim (Guillermo del Toro, 2013), también un híbrido de décadas de referencias culturales, que va desde Godzilla y Mazinger Z hasta Voltron y Evangelion, a lo que habríamos de sumar los evidentes estilemas del director, claros elementos ciber-punk y la música contemporánea de Ramin Djawadi. La película resulta un ejercicio visual de tensiones: diálogos estereotipados del cine de acción estadounidense frente a juramentos de batalla propios del cine japonés de monstruos; la sensación de un escenario apocalíptico global, compartido, junto a la singularidad de un kaiju persiguiendo una niña en solitario; ciudades que se destruyen como cartón, memoria camp, frente a la minuciosidad de engranes y conexiones de los jaegers. Un punto de referencia momentáneo para el desarrollo de productos próximos.


http://www.bu.edu/law/communications/doma.2013.shtml

“He's Big. He's Pink. And he has impeccable taste in soft furnishings" 
(Peter Milligan, sobre su personaje Bloke en X-Factor)

Hace ya décadas, el genial John Byrne produjo para Superman un relato de niños secuestrados por Skyhook, una suerte de demonio alado (The Man of Steel #15, marzo 1988). Una historia común: una hija que escapa de casa, una madre preocupada, un héroe providencial. El mérito de “Wings!”, el título de este número, radica más en el relato secundario sobre las tribulaciones de Margaret Sawyer, capitana de policía y personaje de apoyo de Superman después del reboot que significó Crisis on Infinite Earths (1985).

Maggy Sawyer cuenta a Superman sobre su matrimonio fallido y la pérdida de la patria potestad. Pero también relata las dudas sobre su identidad de género y los intentos de conciliación personal: “cosas que una chica católica no debe siquiera considerar”, se lee en una de las viñetas. “Wings!” fue el primer caso que conocí donde un personaje relevante reconocía su determinismo sexual y relataba su proceso de aceptación. En México esa historia se publicó en septiembre de 1989 y todavía guardo esas páginas de recuento y asunción, en parte por la peculiaridad de la situación, también porque me pareció un buen ejemplo de connotación del tratamiento del tema en ese momento: sin imágenes de abrazos, sin besos, sin reconocimiento oficial de relaciones.

Si la industria del comic negocia sus contenidos con los contextos históricos, lo mismo ocurre con las representaciones de los modos de ser y hacer de sus personajes. También en la relatoría de lo visible y lo contemplable, de los modelos de conducta y de interacción. En este sentido, la inserción de roles homosexuales y lésbicos en las narrativas de superhéroes  habla ya de una agitación en las tipificaciones y recetas, sobre todo cuando estos personajes reconocen abierta y positivamente su condición de género: del escarceo en penumbras a la figuración pública del beso y la aceptación del otro.

Marvel Comics y DC Comics han explorado la inclusión de personajes “laterales” a la presunción de la heterosexualidad del héroe. Un caso destacado es el del mutante Jean-Paul Beaubier, alias Northstar, que debutó en Uncanny X-Men #120 (abril 1979), como parte del grupo Alpha Fight, y que ahora forma parte de las filas de X-Men como consultor, profesor, activista y héroe. En 1992, el guionista Scott Lobdell obtuvo el permiso de la editorial Marvel para afirmar que el personaje era gay (Alpha Flight #106), un asunto que permanecía  ambiguo en la serie y que generó abundante cobertura mediática.
De Marvel Comics destacan lesbianas como Karma (X-Men), Karolina Dean (Runaways) y Phyla-Vell (Captain Marvel); bisexuales como Julie Powers (Avengers Academy), Bling (X-Men), Mondragon (Avengers) y Mystique (X-Men); homosexuales como Anole y Greymalkin (X-Men), Rictor y Shatterstar (X-Force), Striker (Avengers Academy) y Hulkling y Wiccan (Young Avengers). En DC encontramos personajes lésbicos como Scandal Savage (Secret Six), Grace Choi y Anissa Pierce (Outsiders), Renee Montoya (The Question) y Kathy Kane (Batwoman); bisexuales como Jenny Sparks y Swiff (The Authority), John Constantine (Hellblazer), Sarah Rainmaker (Gen 13) y Knockout (Secret Six); homosexuales como Todd Rice (Obsidian, antes del reboot de 2011), Alan Scott (Green Lantern en la dimensión Earth 2), Gravity Kid y Power Boy (Legion of Superheroes) y el mexicano Miguel Barragan (Bunker en Teen Titans); incluso la editorial recientemente aclaró la condición de Shining Knight, un personaje creado en 1941 y definido ahora como intersexual en Demon Knights #14 (enero 2013).
Más allá de si se trata de representaciones “necesarias” o “comerciales”, me parece interesante señalar no tanto la visibilidad, sino los modos en que aparecen estos personajes: la mayoría confrontados ante su familia, todos aceptados (con algún personaje intolerante paseando) por el grupo de héroes al que pertenecen.  Tal vez el atisbo de un primer momento hacia una naturalización de la percepción, más allá del reduccionismo de género.
Porque en esta agenda de inclusión también es interesante conocer las condiciones del tratamiento y las reacciones sobre las imágenes, sobre todo en el cómic mainstream. No tiene la misma recepción  la escena de cama de la miniserie The Enigma (Vertigo, 1993), en una editorial donde el lector sabe que encontrará temas más “fuertes”, o la viñeta del beso en silueta de Mikaal Tomas y su novio de Starman #45 (DC Comics, agosto 1998), que el beso de Apollo y Midnighter en The Authority (en la línea Wildstorm de DC, 2000), un splash page climático en un cómic irreverente y violento considerado de culto, a pesar de la censura que intentó implementar DC. 
El cambio de siglo trajo una mayor visibilidad y prioridad visual de homosexuales y lesbianas en la narrativa gráfica de las dos editoriales principales en Estados Unidos, acaso por el evidente debilitamiento del Comic Code Authorithy. De la portada con el personaje Northstar, en  The Uncanny X-Men #392 (abril 2001), tal vez el primer cómic con un héroe abiertamente homosexual en solitario en cubierta, al beso de Bloke y su novio en X-Force #118 (septiembre 2001). De la escena de cama de Phat y Vivisector en X-Force #129 (agosto 2002) al beso de Rictor y Shatterstar en X-Factor #45 (junio 2009) al beso de Hulkling y Wiccan en un splash page de Avengers: The Children’s Crusade #9 (mayo 2012), la singularidad de una pareja de adolescentes asumidos como homosexuales y que cuentan con el apoyo de sus padres, amigos y toda la plétora de superhéroes.
Hablemos de declaraciones y matrimonios: Reed Richards y Susan Storm contrajeron nupcias en octubre de 1965 (Fantastic Four Annual #3). Scarlet Witch y el androide Vision lo hacen en 1975 (Giant Size Avengers #4). Peter Parker y Mary Jane Watson en 1987 (Amazing Spider-Man Annual #21). Scott Summers y Jean Grey en 1994 (X-Men #30).
Apollo y Midnighter se casan en Authority #29 (julio 2002) y adoptan a Jenny Quantum. El héroe retirado y alcalde  Mitchell Hundred celebra una boda entre homosexuales, en contra del sistema legal y a pesar de la anulación posible (Ex Machina #10 (junio 2005). El año pasado es interesante por el paralelismo editorial: Alan Scott, el Green Lantern de una tierra paralela, entrega un anillo a su novio Samuel en Earth 2 #2 (junio 2012): “Sam! What are you doing lurking in the shadows? Get over here…”, dice el personaje central como preámbulo al beso en público. Northstar se arrodilla frente a su novio de varios años, Kyle Jinadu, y pide matrimonio en el splash page de Astonishing X-Men #50 (mayo 2012). El matrimonio y portada ocurren en el número siguiente (coincidiendo con la publicación de DC).
La habituación de los lectores al beso erótico y matrimonio entre personas del mismo sexo es un tema aún por analizar. Falta encontrar el punto de saturación discursiva, donde estas imágenes y tratamientos de personajes dejen de ser un asunto maximizado y y explicitado. Dos ejemplos que destacan por su bajo perfil: en Scarlet Spider (2012), Kaine, el clon de Peter Parker, se muda a Houston donde es apoyado por un doctor y su esposo policía, personajes que se vuelven habituales y en los cuales su condición de género es un asunto abierto pero no anormalizado. En Invencible, uno de los títulos más vendidos de la editorial Image, los mejores amigos del héroe se vuelven pareja con el tiempo, a manera de trama secundaria discreta, pero con el desparpajo y humor característico de la serie. Sin embargo, la boda de Northstar y la homosexualidad de Green Lantern obtuvieron enorme cobertura mediática, lo que hace suponer el grado de singularidad que aún detenta la exploración (y explotación) de la visibilidad, la inclusión y la verosimilitud demográfica en el cómic.
Ahora parece, en febrero de 2013, que Margaret Sawyer se casa de nuevo.  Esta vez su pareja es Batwoman, un personaje que obtuvo recientemente el premio “Outstanding Comic Book” de la Gay & Lesbian Alliance Against Defamation (GLAAD). “Marry me, Maggy” dice Kathy Kane antes de besarla y revelar su identidad secreta a su novia: página entera, pero sin tanto alarde, una carta que DC Comics decidió no jugar y que le trajo en foros agradecimientos por la ausencia de sensacionalismos.
Maggy Sawyer acepta, por supuesto: ya no está presente este conflicto de reconocer su sexualidad entre líneas, tan noventas.

Ahora viven juntas y planean la boda. Pero, carajo, es un comic.