Si mueres en televisión no morirás en vano. 

Habrás entretenido a mucha gente. 

Kurt Vonnegut 

La televisión no es como la vida real: hay personas que nunca mueren. Mejor aún, en televisión te puedes dar el lujo de resucitar. Pocos actores y actrices tienen la suerte de ser reconocidos nuevamente después del triunfo de una serie -drama o sitcom- que se llevó sus mejores años. Los ejemplos son tan escasos que vale la pena dedicarles un espacio de reflexión. 

Resucitar en televisión toma más de tres días. En la mayoría de los casos no tiene que ver con ser un buen actor o actriz. No es como interpretar a varios personajes memorables en el celuloide.
En televisión no existe el Harrison Ford siendo Han Solo, Indiana Jones o Jack Ryan. Son raros los Ian McKellen siendo Gandalfs o Magnetos. Mucho más extraños son los Downey Jr. que tienen éxito interpretando a Chaplin, Sherlock Holmes o Tony Stark.

Los actores que quieren resucitar en la televisión se tienen que convertir en camaleones. Tienen que volverse maestros del engaño para mimetizarse con las nuevas generaciones. Para regresar a la vida en la televisión tienes que tener de tu lado el olvido de la audiencia y a la vez un poco de suerte.
Bryan Cranston es quizá el Lázaro más reconocido por la audiencia contemporánea. Durante seis años fue tan sólo Hall, el papá de Malcolm en una multipremiada comedia que fue catalogada como “Los Simpsons de carne y hueso”. Cuando creímos que se convertiría en otro actor perdido y olvidado en la historia de los sitcoms ocurrió el milagro: de 2008 a 2013 se ganó el respeto y admiración del público interpretando al ya mítico Walter White. Ahora el personaje es un ser de culto y Cranston una leyenda en vida.

Richard Dean Anderson tuvo una suerte parecida con un público más especializado y alienado. Durante siete años interpretó al héroe de los handyman por antonomasia e hizo de MacGyver un personaje, un capítulo aparte en la historia de la cultura pop gringa. Algunos años después, logró regresar a la vida al interpretar al cínico Coronel Jack O’Neill en Stargate SG-1, una de las series de ciencia ficción con mayor duración en la historia de la televisión estadounidense.


Con un cariño aparte, Michael J. Fox se ha ganó el respeto y admiración de varias generaciones. Conquistó al público en los ochentas interpretando a Alex P. Keaton en Family Ties (1982-1989), para después hacer lo propio en los noventas con el personaje del alcalde Michael Flaherty en Spin City (1996-2002). Después de que la enfermedad de Parkinson lo obligara al retiro, intenta ahora ganarse al público del nuevo siglo, primero con papeles secundarios peros significativos en Boston Legal (2004-2008), Scrubs (2001-2010) y The Good Wife (2009-), y siendo él mismo en The Michael J. Fox Show (2013-), que lo pone a la altura de las referencias imprescindibles de The Mary Tyler Moore Show (1070-1977) y The Cosby Show (1984-1992).



La salida de Michael J. Fox de Spin City dio paso al descubrimiento de un monstruo del sitcom gringo que ha demostrado tener más vidas que un gato: Charlie Sheen se convirtió en el Rey Midas de la TV, desde que levantó el rating de Spin City y lo convirtió en su propia comedia. Tras la cancelación del show en 2002, de inmediato resurgió en Two and a Half Men (2003-), que edificó a Charlie como un personaje icónico del cinismo y la vida disipada. La suerte de Sheen no ha sido la misma con Anger Management (2012-), pero el hombre se ha ganado su lugar como el primer rockstar de la comedia desde la muerte de John Belushi.

Una mención aparte merece David Duchovny por sobrevivir a Fox Mulder y salir adelante con Hank Moody en Californication (2007-)

Otros han intentado resucitar en televisión varias veces sin lograrlo: Ted Danson jamás se recuperó después de Cheers (1982-1993), a pesar de sus esfuerzos en comedia y drama con Becker (1998-2004) -el primer Dr. House-, Damages (2007-2012) y ahora CSI (2000-). El cast de Friends (1994-2004)-con excepción de Jennifer Aniston y David Schwimmer- ha intentado escapar de los fantasmas de sus personajes. Joey (2004-2006) no logró una buena acogida y Cougar Town (2009-) y Web Therapy (2011) no se convierten pronto en un recuerdo. Ashton Kutcher debió mejor haberse quedado atrapado en aquel viejo show de los setentas. Incluso William Shatner, después de haber hecho la difícil transición de capitán del Enterprise a abogado en Boston Legal, ha dado sólo pena con $#*! My Dad Says (2010-2011). 


Volver a la vida en televisión es un milagro destinado sólo para los que logran enterrar su pasado por completo. Si incluso Neil Patrick Harris se ha convertido en un sex symbol heterosexual gracias a How I Met Your Mother (2005-2013) y a pesar de Doogie Howser (1989-1993), sé que todos pueden resucitar.

¡Walter White ha muerto. Viva Walter White!




EDUARDO PÉREZ RIOS. Tapatío por orgullo y nacimiento. Licenciado en Relaciones Internacionales, pero siempre ha dicho que “Internacionalista” se escucha mejor. A pesar de su formación humanista, estudió un MBA sólo para demostrar que nada en este mundo está peleado. De profesión es insomne y escritor frustrado. Guarda en su cabeza datos inútiles sobre la historia de la cultura pop mientras se apasiona por el jazz, la Juve, el mezcal y la literatura. En la actualidad, a pesar de estar entrando a sus treintas, “Lalo” es ya demasiado viejo para Hamlet y demasiado joven para Lear.

According to Larry Grossberg (2005), “The media have become an inseparable part of people’s lives, of their sense of who they are, and of their sense of history”. We use the media as a sort of looking glass through which our real life is filtered and served to us in easy to digest pieces. It turns the greyish tones of reality into blacks and whites. Media is a cultural creation and therefore reflects the social context of the times its content was produced. It is through a process called cultivation by which audiences are conditioned to view the world the way it is represented in the media.

Mad Men premiered on July 19th 2007 and is currently on its sixth season. The show is broadcasted on AMC home of another other critically well received show, Breaking Bad. Created by Matthew Weiner, the show explores the lives of a successful New York advertising agency Sterling Cooper and its creative director Donald Draper, played by John Hamm during the 1960s. The show displays Mr. Draper’s personal and professional life during the ever changing times America faced in the 60s. Mad Men can be enjoyed through several different media platforms besides the regular cable network, for it is readily available on iTunes and other media outlets.  The show has received a total of fifteen Emmys and four Golden Globes as well as ranking 6th on TV Guides, The 60 Greatest Dramas of All Time. It is through this text that we will implement deconstructive critical theory in order to understand Mad Men’s view on The American Dream and the way it represents it as an exclusively white ideology and an ideal representation of U.S Culture.

One doesn’t have to look further than the opening credits of the show to understand the main ideology that goes on throughout the series. The title sequence portrays the silhouette of a man (possibly Don Draper) falling amidst a sea of 60s advertisements and posters. The show, much like the main characters, indulges itself on American consumerism. According to Saussure these images that are shown to us during the opening credits symbolize American culture’s obsession for consumer products.



In fact, during the pilot episode of the show titled "Smoke Gets in Your Eyes", Don meets up with Sally Menken, the owner of a department store. The sole purpose of this meeting is to help her boost her sales and improve her image to equal that of Chanel. Like a church serves as a symbol for religious beliefs (be it Christian, catholic, etc.), the department store can be seen as the modern church of consumerism. A large building that holds that beliefs of American societies within its walls. Accompanied by the echoes of cash registers one can almost hear the choir sing “Spend more, be more. Buying is what defines you”.

It is through the constant client meetings that are shown throughout the series that we begin to understand the importance that American Consumerism has not only on the American industry, but on the lives of the men working for Sterling Cooper. Don Draper and his colleagues would not be able to enjoy their fine suits and their well-aged whisky without them. The different companies that walk into the Sterling Cooper meeting room to hear Don Draper’s sales pitches serve as signifiers for American consumerism (the signified). However, consumerism has its roots firmly planted on a much larger ideological system that permeates American culture: The American Dream.

Donald Draper is the main character of our show; he is a successful white male in his 40s however, he was not born into a world of privilege. Draper represents the American Dream, a western ideology that states that “if you work hard enough, you will succeed”. Mad Men uses the character of Don Draper to promote and cultivate the previous ideology into the audience. Gerbner calls this process Mainstreaming by which “heavy viewing may absorb or override differences in perspectives and behavior” (Bryant, 2012, Pg.112). One way it presents this is by contrasting Draper with another character from the show, Pete Campbell. Campbell is an account executive for Sterling Cooper who comes from a privileged background. In contrast, Draper is simply an assumed identity; his real name is Richard Whitman. His mother a 22 year old prostitute died while giving birth to him. He later on lived in a farm with his father (whom he hated) and fought during the Korean War. Donald Draper as a symbol serves to represent the ideal American, grown from humble roots and a patriot. The executive Superman (who was also a farm boy that later moved to the city).

We can use Levi-Strauss’ Mythemes in order to classify Drapers life story as the following, “boy goes from rags to riches”. Campbell was born into his position and role in society, Draper had to earn it. In the viewer’s mind Campbell is less deserving of being a part of Sterling Cooper (and in the process our sympathy) because he did not have to work to attain his current social status. However, through cultivation and mainstreaming audiences begin to sympathize with Donald Draper, as a man who has “suffered” enough and has therefore been labeled worthy of his current social status by that very audience.

We must also understand that the men working as ad men at Sterling Cooper are all white (or have some sort of European descent), there are no African American characters (Unless one counts the sandwich guy) on the show. Trying to make the show as historically accurate while being set in the 60s is one thing, but the lack of an African American  character in the shows main cast can be seen as stereotyping, which helps to support “the audience’s collective consciousness a character’s preconceived value systems and behavioral expectations” (Wilson, 2003 pg.) Therefore Mad Men reinforces the idea that The American Dream is an exclusive to hard working white men. Does the same apply to women?

Let us deconstruct Don Draper’s wife, Betty. She is a typical 1960’s housewife. She stays at home and takes care of her kids; all while smoking and gossiping with the other housewives that live around the neighborhood. She lacks ambition (aside from hosting house parties) and is clueless of her husband’s affairs with other women (Women that are smarter and more independent than her). Just like we previously talked about the stereotypical portrayal of black characters on the show, we can tell that Betty is also a stereotype. She is there to act as a symbol for the ideal woman. Betty Draper represents the collection of desired characteristics that the patriarchal U.S Culture seeks to promote amongst its women.

Stephanie Coontz (2010) states that “She is a woman who thinks a redecorated living room, a brief affair or a new husband might fill the emptiness inside her, and her attempts to appear the perfect wife render her incapable of fully knowing her children or even her successive husbands”. The writers even go as far as to introduce us to a single mother, Helen Bishop as a symbol for the “modern woman”. Betty and the other women critique her as if she were some kind of freak. There is no sense of independence on Betty behalf, her happiness fully dependent on her marriage and her husband’s professional life. We therefore can understand the shows portrayal of women in the U.S as being favorable towards married women. “Women are nothing without their man” is what the show is trying to teach us. Betty even suffers from psychosomatic numbness in her hands when thinking of her husband’s affairs with other women. Now, is this is a reaction to her crumbling marriage? Or are these constant periods of numbness a reaction towards the fear of losing social and economic security by losing Don?
Using Marxist Critical Theory one can define the role of women in U.S Culture as being valuable for their Sign-Exchange Value, which means “the social status it confers on its owner” (Tyson, 2006, Pg. 62). To put it simply, Betty is Don’s arm candy. There is nothing she can offer him intellectually, but because of her youthful looks (even after giving birth to two children) she has become some sort of medal to wear on his chest for the world to see. She is his trophy wife. Just like his job Don has earned her. However, Donald Draper is also being used by Betty. He is her passage to a better life, a respectable life as a mother and wife. Don and Betty are in a process that Marxist theory calls commodification which is when “the act of relating to objects or persons in terms of their exchange value or sign-exchange value” (Tyson, 2006, Pg.62). Marriage is no longer seen as institution (as some churches would say), in the world of Mad Men marriage is seen as an investment.
Mad Men not only showcase the exploits and pitfalls of 1960s advertising, but at its very core help to exemplify and promote the ideal American life. A world in which through hard work a man can achieve anything, the only requirements needed are to be white, have a beautiful wife and are willing to showcase their wealth. The Drapers might be a typical American family, but they are a symbol of times past, and a constant remainder of Americas desire to return to the good old days. Where white men and women could thrive economically without being threatened by alternative styles of life in their office and their homes, a place where all that was needed to be happy was spend some money. For Don Draper it’s all about selling the dream, the dream of a better rest, a better shave, a better traveling experience. For the show it’s all about the American Dream.


ARMANDO GARCÍA. Adicto anónimo a la televisión, cual James Woods en Videodrome. Siempre buscando aquella nueva serie que llene el vacío existencial que le dejo la despedida de Buffy de la pantalla chica.


BIBLIOGRAFÍA
Bryant, Jennings (2012). Fundamentals of Media Effects. Waveland. USA
Coontz, Stephanie (2010).  Why Mad Men is TV’s most feminist show. The Washington Post. Published October 10th 2010. Taken on June 6th 2013 from
<http://www.washingtonpost.com/wp-dyn/content/article/2010/10/08/AR2010100802662.html>
Grossberg, Larry (2005) MediaMaking: Mass Media in a Popular Culture. SAGE Publications. USA
Tyson, Lois (2006) Critical Theory Today. Routledge. USA.
Weiner, Matthew (Creator) (2007) Mad Men. United States: Lionsgate Television.

Wilson II, Clint C. (2003) Racism, Sexism, and the Media. SAGE Publications. USA 


Creamos marcas para diferenciar productos y servicios aunque, con frecuencia, la diferencia tangible entre estos sea inexistente. Los valores agregados, las cualidades emocionales y abstractas son las que crean las marcas, algo que tenemos interiorizado y que también aplicamos a nuestra vida, ya sea de manera lúcida o inconsciente. Si alguna vez has participado en un juego del tipo Dungeons & Dragons y has creado un personaje, los atributos de tu creación podrán ser sólo valores numéricos, pero lo interesante es que te obliga a preguntarte qué separa tu creación de los demás jugadores, y por qué el mundo del juego necesita tu personaje o cuál es su clase de jugador. Esto es branding.
En la vida real resulta parecido. La manera más obvia de comunicar nuestros atributos de marca es con nuestra ropa: adoptamos tendencias y desarrollamos estilos que comunican un mensaje sobre cómo somos; aunque podemos tomar atajos para eso, la camiseta es perfecta para llegar al grano: una playera impresa con una película, un cómic, una banda o una persona famosa, llama la atención de aquellos que se quieren identificar con un grupo determinado, una manera de atraer gente, al igual que un anuncio de brand storytelling de Cartier atrae a determinado grupo de consumidores, una playera de Demi Lovato significa que eres parte de su mínimo común denominador, y una playera de Ghost in The Shell revela que eres fan del anime (pero no sólo dice que quieres anunciarle a todos que te gusta el anime, afirma  que buscas la alineación con tu comunidad local otaku).  Si ambas playeras crean expectativas sobre ti, por igual ocurre con la música que, en apariencia, está fragmentada por fanáticos divididos en facciones que crean subculturas: cada género viene con conjunto de expectativas y cada subcultura genera un conjunto de expectativas. Las diferencias entre jazz y death metal son las expectativas, pero sólo una parte de ellas tienen que ver con la música en sí, los artistas saben que esto es irrelevante para crear música, porque la mayoría de los oyentes no son músicos y en su cabeza la diferencia de expectativas es la manera de diferenciarse del paradigma dominante; esto pone a los promotores, managers y publicistas en una posición cómoda: si puedes crear una historia alrededor de una banda y alinearla con una subcultura tienes un mercado instantáneo que la reciba no muy diferente a un producto de belleza, un jabón o unos jeans.

Posiblemente gracias a internet, en la actualidad no es tan difícil crear una historia y jugar un rol especial en ella. En épocas previas a la digitalización de todo, la historia no siempre se escribía al ritmo que sucedían las cosas: ahora los eventos y su registro van casi a la par.  Antes, para aprender los códigos, la historia y la estética de una comunidad, tenías que pasar un buen tiempo, probablemente años, conviviendo y perteneciendo (eventualmente) a esa comunidad/subcultura/fandom/loquesea: ahora, con los repositorios de la cultura popular disponibles en línea, podemos saber todo eso en cuestión de minutos, horas, semanas o un par de meses. Dependiendo de nuestro alcance de visión, podemos ser fashionistas o hardcore kids, pertenecer simultáneamente a ambos mundos y cambiarnos nuestras playeras a voluntad en segundos, ser abstemios y expertos en vinos europeos (al menos en teoría). Cualquier internauta eficiente puede ser virtualmente indistinguible de un académico.

Esto también cambia la manera en que percibimos los productos y sus historias. Podemos tomar de ejemplo a Vans, una marca tradicionalmente de punks, chicos de la calle, pero ahora podemos encontrarnos que los zapatos Vans authentic son usados tanto por skaters como por por los chicos que estudian Administración de Empresas en una universidad de prestigio; unos lo combinan con playeras Supreme y otros con Oxfords Burberry. Apoyada en la historia de su creador Henry Lacoste, un tenista profesional francés, ahora esta marca se transforma de deportiva a marca de ropa casual de cierto estatus. Durante su declive en los noventa, los cárdigans y suéteres pasaron a ser parte de la estética punk de la época, pero ahora se han reventado como streetwear por Lacoste L!VE, con una historia real y un relato emocional compartidos y compartibles.

Al igual que las narrativas de marca se vuelven complejas, nuestro branding personal lo es por igual. En este video de The Rise of The Northstar, vemos franceses queriendo ser japoneses, vestidos con un streetwear influenciado por la estética ruda de la cultura chicana, tocando música hiper-masculina con raíces en el punk, gritando sobre el  estilo saiyajin. Algo así se alinea con varias subculturas y marcas simultáneamente. El video no sólo expone la música: crea una persona de la banda, crea su hoja de personaje de Dungeons and Dragons, crea su propia marca. #Instaidentidad




CESAR AXEL AGUILAR. Estudiante de animación y arte digital. Descompuso una computadora por primera vez a los tres años y desde entonces es adicto a la tecnología. Melómano empedernido, obsesionado con el vínculo de las personas con internet y sus efectos en las relaciones interpersonales. Organiza eventos de punk los fines de semana y escribe para Posh Magazine.

El pasado 22 de septiembre se transmitió en México el penúltimo episodio de Breaking Bad, esa serie que todo mundo dice que veas. Si no lo has hecho, seguramente tus amigos te regañan y advierten que te has perdido la mejor serie de la historia. Tal vez no exageran.

Lo posiblemente interesante de este artículo es que no hablaré mucho sobre Breaking Bad. Aunque podría platicarles sobre cómo esta maravilla de serie juega con mis concepciones de lo correcto e incorrecto. Podría contarles cómo me hace entrar en un debate interno acerca del bien y el mal: la manera en que coquetea con la idea de que, la mayoría de las veces, lo bueno y lo malo no son más que circunstancias. Podría decir que es brillante cómo Vince Gilligan nos hace desarrollar empatía por un personaje que, alguien sin el contexto, tacharía inmediatamente de asesino y malvado. ¿Es malo Walter?, ¿qué tan malo es?, ¿no nos hemos identificado con él en el camino? No quiero dar mi opinión sobre esto hasta ver el último episodio el próximo domingo.
Sí, Breaking Bad es genial y deberían verla. Pero ese no es el tema central de este artículo. Para eso hay que seguir leyendo.

Breaking Bad es tan genial que tiene a miles de personas recomendándola en estos momentos; como Apple con las Macs en sus mejores años y antes de Android. Ese tipo de éxito que muchos envidian. Cuando poseer una Mac nos hacía sentir especiales y únicos.

El hecho de saber que seré de los primeros en ver el final de Breaking Bad me ha hecho sentir superior en más de una ocasión, ¿cuántos hemos caído en ese juego? Eso es a lo que aspiran hoy muchas empresas: hacernos sentir especiales mientras compramos mercancías no tan distintas entre sí. Hay una gran diferencia entre sentirse orgulloso por consumir, y sentirse orgulloso por “conceptos” más intangibles: leer algo interesante, apreciar una tarde lluviosa, sorprenderse por los cúmulus nimbus, tener una conversación estimulante, un momento de soledad, o la certeza de que se ayudó a una persona. Saber distinguir y apreciar estos “objetos” también es motivo de orgullo (1). Y no me quiero ver romántico (too late): sólo quiero aclarar la idea de que las  cosas de las que uno se siente orgulloso dicen mucho de la persona que sostiene tal orgullo.
Confieso que me he sentido orgulloso de ver Breaking Bad. Es una de las razones por la que escribo esto. Creo que no es lo mismo sentirse así por tener un nuevo sistema operativo en nuestro iPhone, o ver una serie antes de que se ponga de moda, que sentirse orgulloso por las cosas intangibles que menciono. Y claro, estos orgullos no son mutuamente excluyentes. Podemos hacer lo primero sin dejar de hacer lo segundo. ¿Pero apreciamos de verdad aquello que vale la pena? ¿De qué vale la pena sentirse orgulloso? ¿De qué te sientes orgulloso? ¿Qué tiene que ver eso con la narrativa y los nacos? ¿De qué diablos trata este artículo, anyway?

Ya voy…

Si ves Breaking Bad y te sientes superior por ello, esto te concierne. Si no ves Breaking Bad y te sientes culpable, tonto, o raro por ello, esto también te concierne. Si te da igual, pues te da igual.

Alguna vez un filósofo (Cornel West, quizás) dijo que todas las ideas del mundo ya estaban escritas. Imaginen, no hay nada nuevo que yo les pueda decir porque en Atenas, Roma, Mesopotamia, Egipto, el Imperio Azerí, la Ilustración, la revolución bolchevique o en la Primavera de Praga ya alguien más pensó en todo lo que alguna vez pensaste. Todas las ideas ya están ahí desde hace y a través del tiempo. Todas las conversaciones profundas que alguna vez has tenido ya fueron realizadas y escudriñadas por un montón de personas. Al menos en lo general y en lo importante; no creo que alguien específicamente haya pensado alguna vez: “mira, el lado derecho de mi monitor está roto mientras tecleo en este salón de clases a las 10 de la mañana”. Creo que se refieren a ideas generales como “la educación es buena por…”, “la vida es injusta por…”, “me voy a casar por…”, “para ser feliz hay que…”, “la mejor forma de vivir es…”. Cosas así, significativas. Pensar que todas las ideas ya se han dicho es alentador y a la vez muy triste. Significa que Breaking Bad no es el hilo negro. Tampoco este artículo. Tampoco este periodo de la historia. Lo nuevo entonces, lo más que podemos hacer, es renovar la  forma de decirnos las cosas: cómo contamos y rescatamos la Historia, nuestra historia, o cualquier historia. Y aquí entra la narrativa.










No es lo mismo que yo agarre mi computadora y escriba, en un solo párrafo, que el sistema capitalista está en crisis, y que ni Paul Krugman ni expertos del Fondo Monetario Internacional tienen soluciones claras para la crisis económica (que para muchos es crisis mundial capitalista). No es lo mismo decir aquí mismo, simple y llanamente, que nuestro problema es que somos individualistas y creemos merecerlo todo como entes independientes, cuando simplemente moriríamos si no fuera por la sociedad y por los otros. O que diga que debemos aceptar que no hemos encontrado un sistema que nos haga felices como personas, pero que no destruya el planeta, y que todos nuestros esfuerzos como especie (lo que vale la pena) deberían estar enfocados a encontrar dicho sistema (económico, político y social). No es lo mismo escribirlo en este párrafo, a que haga un artículo más estructurado en el que ponga gifs e imágenes más atractivas y, en algún punto les diga esto que, Albert Einstein ya dijo desde 1949 en Why Socialism. Pero la diferencia está en la narrativa.

La forma en que decimos nuestras historias es donde radica el nuevo potencial. Ante la emergencia de lo que ocurre en el país y el mundo, muchas de estas historias no han encontrado la narrativa adecuada para llegar a todas las personas a las que tienen que llegar. Hablo de un nuevo potencial, porque antes no había internet ni redes sociales. Y yo sí creo que éstas tienen un sentido creativo y revolucionario. Nos pueden ayudar a transformar momentos, relatos y escenarios. Nos pueden ayudar, en primer lugar, a darnos cuenta de que muchas cosas van mal como van y como han estado. Una narrativa adecuada nos ayuda a que todas esas ideas que ya están ahí pero no se conocen, sean más atractivas. Pienso en vídeos e infografías ilustrativas de la Reforma energética, fiscal, educativa, pero hechas por la oposición o por ciudadanos en contra de esas reformas. La narrativa y la tecnología nos pueden ayudar, pero también se les puede dar un sentido destructivo, individualista, exclusivamente privado, y corruptor; como lo hemos visto con los bots en las elecciones, con las nuevas estrategias de mercadotecnia comercial y control político por redes sociales, y con el espionaje al que estamos sometidos.
El sistema capitalista está en crisis y debemos contarlo. El PRI ha regresado al poder y debemos contar que no ha cambiado: centraliza las decisiones nuevamente en pocas manos; excluye y exorciza; calla o mata a los disidentes; coopta a los medios, intelectuales y grupos ciudadanos; ejerce un autoritarismo adaptativo inimaginable… y debemos contarlo. Sobre todo a quienes no han leído lo que el PRI representa en la historia de nuestro sistema político. Hay tantas cosas que contar. Pero muy poca narrativa.
Creo que Breaking Bad fue un éxito porque tuvo, entre muchas otras suertes, una muy afortunada estructura narrativa, con giros fuertes y sin titubeos en la historia, y un manejo de cámaras, y una fotografía, y unas actuaciones, y unos diálogos... Pero hay algo que, desde lo personal, vale más la pena: a punto de terminar, la serie me pregunta sobre qué cosas sentirme orgulloso. Tal vez de ver el final de la serie, pero también de lo aprendido como espectador y sujeto histórico: la necesidad de contar historias ignoradas, de negar el olvido, o hacer notar que hace falta quien lo haga.

Aunque lo tachen a uno izquierdoso, de naco con complejo de escritor.



(1) Este tipo de orgullo lo describe mejor Gastón Bachelard en esta cita hermosa de La Poética del Espacio, esto dice sobre el orgullo de leer: “…podría decirse que el crítico literario, que el profesor de retórica, que saben siempre y juzgan siempre, tienen un simplejo de superioridad. En cuanto a nosotros, aficionados a la lectura feliz, no leemos ni releemos más que lo que nos gusta, con un pequeño orgullo de lector mezclado con mucho entusiasmo. Mientras el orgullo suele desarrollarse por lo general en un sentimiento avasallador que pesa sobre todo el psiquismo, la punta de orgullo que nace de la adhesión a una dicha de imagen, es siempre discreta, secreta. Está en nosotros, simples lectores, para nosotros, únicamente para nosotros…” (1957).


Profesor, estudiante de doctorado, investigador, internacionalista, escritor frustrado, azuetense, roomie… tengo muchas etiquetas para definirme. Pero siempre estoy buscando nuevas. Ya no sé si es problema o virtud. Por ahora me dedico a dar clases de ciudadanía y democracia, a pensar el mundo, y a la tesis. En la chamba hago investigación sobre políticas públicas urbanas, entre otras cosas. Me interesan las tecnologías y su relación con los movimientos sociales, con el gobierno y la ciudad. Me gusta la playa, los domingos de lluvia con Olga, y escuchar a David Harvey. Síganme en tuiter: @croquepineda






Sinopsis
Estela (Andrea Vergara), hermana adolescente de Heli (Armando Espitia)  se enamora de un cadete de la policía, Beto (Juan Eduardo Palacios). Después de un decomiso y destrucción de drogas por parte del ejército mexicano, Beto se roba dos paquetes de cocaína para venderlos y casarse con Estela. Quieren huir juntos a Zacatecas y ahí desposarse. Mientras tanto, esconden los bultos en el tinaco de la casa del padre de ella.
Heli los encuentra y destruye. El dueño de la droga, un comandante de la policía, secuestra a Beto, Heli y Estela para recuperarla. Al no obtenerla, tortura a los dos jóvenes y desaparece a Estela. La supervivencia, la tragedia que marca a la familia y la venganza se volverán las motivaciones de Heli, a quien acompañamos a través de este viacrucis.
Contexto y debate de la película

Mucho revuelo, película polémica y, aún así, merecedora de la Palma de Oro a mejor director en el Festival de Cannes (el más prestigioso del mundo, sin atisbo de discusión), Heli (Escalante, 2013) es, sin duda, una de las películas mexicanas que merece un análisis detenido.



Tercer largometraje de Amat Escalante, Heli ha llamado la atención entre otras cosas – por la violencia explícita, por la mostración descarnada. En una de las escenas se tortura a uno de los personajes, Beto (Juan Eduardo Palacios) quemándole con gasolina los genitales. La visualización de la brutalidad, donde los artífices de tal atrocidad son policías mexicanos, ha generado expectativa, incomodidad y muchas preguntas sobre la ya vieja cuestión de los límites de la representación de la violencia. Problema planteado de manera magistral por el texto de Jacques Rivette “De la abyección”, publicado en 1961 en Cahiers du Cinéma, la célebre revista francesa (1)

Me parece que la violencia de la película no proviene de esta confrontación escópica: el mirar el acto violento no es lo peor. Es el desasosiego que invade al espectador después de ese momento y que lo acompaña todavía por largo rato. Son las consecuencias, las heridas del abuso lo que lastima. El cuerpo ya no es objeto de deseo (2), es objeto de tortura y, todavía después, el director nos mantiene ahí, al pendiente de cómo Heli vive con ello. Este ejercicio de acompañamiento a un personaje abusado plantea todas las preguntas que películas similares han hecho, con mucho tino y excelente factura, lo que sin duda pone a Escalante entre los nombres relevantes del cine de arte contemporáneo. Pienso, por ejemplo, en Irreversible (Noe, 2002), o Caché (Haneke, 2005). El sentimiento de agobio de asistir a las consecuencias de la violencia es lo que la vuelve una película límite (3).

Por supuesto que, además, hablar de la institución del ejército y la policía es romper un tabú de la representación de la autoridad en el cine mexicano. No son estereotipos de policías o soldados aislados los que aparecen, no son títeres de una narración, los personajes tienen motivaciones, deseos, emociones, ideas, familias. La humanización del enemigo la vuelve todavía más cruda. El antagonista no es una persona, se revela todo el sistema de opresión, toda la fragilidad, toda la desesperanza al intentar enfrentarlo.
Y cuando parece que la suerte girará y la policía se convertirá en un aliado, la detective del caso intenta seducir al personaje para tener sexo en el coche, en una de las escenas más angustiantes de la cinta, pues todo sucede mientras las luces de otro auto se acercan pausadamente hacia donde los dos personajes conversan sobre la posibilidad de que Heli diga por qué fue atacado.  

En varias críticas cinematográficas (The Guardian, El País, El Periódico de España) se habla de que es la enésima vez que se representa la violencia en México, pero la violencia perpetrada por las autoridades no es algo tan común. Esta confusión de las noticias con el cine es, a mi modo de ver, una miopía grave de las reseñas. Aunque esta visión es parte del horizonte audiovisual y representación habitual de México en el extranjero, las instituciones como el ejército y la policía suelen ser evadidas, minimizadas o estilizadas hasta el cliché en el caso del cine nacional. Un abordaje frontal, pausado y revelador, pocas veces se ha visto. Tal vez en Rojo Amanecer (Fons, 1990) o El violín (Vargas, 2005).

Para comprender mejor hay que explicar el origen, las referencias, el tipo de cine pretendido por Escalante, como bien hace Fernanda Solórzano en su reseña crítica en Letras Libres, donde escapa al reduccionismo estéril del vínculo entre Carlos Reygadas y Amat Escalante. Claro que el primero ha servido de guía, productor y amigo, es quien le ha abierto las puertas de la liga de festivales europeos para los que Heli resulta una película claramente vinculada a un estilo temático, visual y sonoro más propio del público del viejo continente. Es un tipo de melodrama poco común para el cine nacional.

Claves para interpretar la película

Tematología de Escalante. Aunque podrá ser insuficiente todavía para muchos críticos, Escalante es un director que en sus tres filmes ha trabajado el tema de la violencia. Ver las obras en conjunto muestra la consistencia, la búsqueda, la reflexión en torno a un problema que lo mantiene ocupado. Personalmente, esta coherencia en el tratamiento temático y estilístico (del que hablo en el siguiente apartado) es uno de los elementos que legitiman su propuesta fílmica.

Escalante no es tan radical y arrebatado como su colega, Carlos Reygadas. Los ejercicios alrededor de un mismo tema van dando matices, profundidad, lucidez a un cineasta, pero eso no significa que todos los directores deban tenerla: en el caso de Escalante, no es una película salida de la nada, o hecha sólo para escandalizar.

La filiación señalada por Fernanda Solórzano es otra pista: vincular temática y formalmente a Escalante con el nuevo extremismo francés (ejercido por autores como Bruno Dumont, Claire Denis,  Francois Ozon) es, sin duda alguna, un acierto para interpretar el trabajo de este director. La pausa en la descripción, la exploración de la psicología de la violencia, el tono sobrio, desdramatizado (aquí asociado a la teoría de Robert Bresson) son características comunes.

Este tipo de actuación es uno de los componentes que, sin lugar a dudas, separa a Escalante de la tradición del melodrama nacional. No puedo dejar de comparar mentalmente lo que para mí se ha vuelto el otro referente del nuevo melodrama mexicano, Javier Bardem en Biutiful (González Iñárritu, 2010)). A pesar de la constante del tono bajo de voz, el susurro, la contención emocional como elementos afines, la apuesta de Escalante por actores no profesionales o intérpretes nóveles, o prácticamente desconocidos, crea una propuesta distinta a la que un monstruo de la actuación como Bardem genera en un filme.
Visto de ese modo, da gusto ver la salud de un género tan explorado y afianzado en el imaginario mexicano.

Tratamiento y estilo I. Fabulación moral y metáforas. La última filiación notable para destacar de la película es su coqueteo con el surrealismo. Más que abogar por aquellos intentos teóricos de reivindicar el estilo como suprarrealismo (si acudimos a la base etimológica de la palabra y a la búsqueda creativa de varios de sus artífices), me quiero referir a una de las metáforas consistentes en esta vanguardia artística de inicios del siglo pasado: el comportamiento humano convertido en comportamiento bestial.

El plano de Heli llevando la droga a una zanja llena de agua donde encuentra una vaca es una sorpresa para el espectador, es un obstáculo que nos cuestiona si será capaz de ahí aventar la droga. La decisión de Heli de verter la droga en el agua, sin importarle la bestia, toca la fibra sensible del desprecio por el animal, por el ser vivo. Movimiento magistral de Escalante al trasladar la violencia y el cuestionamiento moral hacia un animal, para hacer que el tema de la fragilidad, la indefensión y el azar se hagan visibles al espectador. Por un segundo, Heli es el violento, el causante del sufrimiento, el desinteresado. Cuestión que se invertirá cuando es secuestrado.

Esta escena de la vaca en el pozo recuerda al plano de la vaca saliendo de una casa del pueblo en Las Hurdes (1933) de Luis Buñuel, o a la infinidad de animales en las películas de Werner Herzog (el pollo y el conejo en la feria de Stroszek (1977), los osos en Grizzly Man (2005), la iguana en Bad Lieutenant (2009) y un largo etcétera), o al caminar de una multitud que luego es sustituido por un tropel de vacas entrando a un corral en Berlín, sinfonía de una gran ciudad (Walter Ruttmann, 1927): el animal como reflejo de nuestra forma de actuar, la bestialidad como síntoma de nuestro comportamiento.

Por supuesto que no es la única metáfora y síntoma de la reflexión moral que propone Escalante. Uno de aspectos los más comentados en las críticas cinematográficas, que seguramente será recordado por suceder durante la escena de la tortura, es la duplicación de la violencia. Beto y Heli son golpeados mientras unos niños miran impávidos, han dejado de jugar Wii para ver el espectáculo. El gladiador del videojuego espera impaciente la reactivación de la batalla y se mueve como incitando a una nueva partida. Mientras tanto, en primer plano vemos  el cuerpo inerte de Beto que cuelga de un gancho. Una casa cualquiera, unos niños cualquiera.

La colisión de realidad y virtualidad violentas genera una puesta en abismo sobre el ciclo de la agresión. Lo que impacta de este juego de espejos es el componente de la pasividad de los niños, la naturalización de la violencia como parte de su día a día.

Fiel a su estilo, Escalante propone una escena aparentemente predecible para luego detenerla, girarla, degradarla. Contiene emoción para generar la emoción. En esta película, después de la quema de drogas por parte del ejército mexicano, un joven se sube al podio desde donde se dio el comunicado durante la destrucción de los estupefacientes. Da la impresión que el espontáneo va a hablar, mira con soltura hacia todos lados, como dominando el paisaje, como si hubiera adquirido el poder por la posición, como si hubiera sido investido. Después de dos o tres intentos, finalmente, el joven nunca habla. La acción queda trunca, el vacío de poder se revela, el atril como representación de la autoridad ha sido ocupada y abandonada. La risa del joven se vuelve mueca casi perversa, como espectadores podemos sentir la inutilidad de las acciones, la espectacularidad de la puesta en escena que refleja cómo la quema de drogas funciona de la misma forma.

La última imagen a la que quiero referirme es, tal vez, una asociación lejana, un capricho; o si se prefiere, una relación creada desde mi memoria y no por fuerza evocada por la película. No es un subtexto explícito de la cinta de Escalante, pero la escena de Estela cargando a la hija de Heli hacia el final de la película me recuerda poderosamente a la pintura de La niña madre (1936) de David Alfaro Siqueiros. La postura ni siquiera es la misma, es más bien el rostro de Estela el que me evocó la obra del muralista. Sin embargo, creo que este vínculo alberga una resonancia mucho más potente referida a la poética de la pobreza como constante en las cinematografías latinoamericanas.
El tratamiento de Escalante del contexto socioeconómico de sus personajes no es desde el juicio de valor. No hay una lucha de clases visible en la historia, no es el pueblo insatisfecho que aspira a mejorar (Beto sólo quiere casarse, no hacerse rico), la película no es panfletaria, ni siquiera cruza la frontera de juzgar la violencia: la deja medrar dentro de la historia para ver cómo crece y se apodera de los personajes.

Esta postura evidente desde Sangre (2005), y presente también en Los bastardos (2008) (lo que da consistencia en el tratamiento a todos los filmes del director), hace que la evocación de la pintura de Siqueiros, esa ambigüedad de la figura, al mismo tiempo infantil y maternal, se vuelva un espacio fértil para la representación compleja, para una metáfora que visibiliza la potencia del tema, la forma de filmar y la pasividad de la película ante lo que muestra. No hay conmiseración en el punto de vista de Escalante, no hay complacencia ante su protagonista, no le hace la vida más fácil; al contrario, le exige, lo reta, lo frustra, le ofrece salidas falsas, como la detective seductora o el momento en que aliviado escuchamos que a él no lo van a quemar.

El largo penar de Heli después de ser torturado muestra esta habilidad del director de hacernos permanecer junto al protagonista, ver cómo poco a poco un conflicto narrativo vuelve a convertirse en rutina, en vida cotidiana, en paso del tiempo. El tedio y la pasividad son, a mi modo de ver, interpretaciones superfluas de un trabajo narrativo logrado, la apuesta por cómo el realismo como mecanismo da frutos; la película divaga junto a los sobrevivientes del horror, el resultado sólo puede ser una respuesta emocional ante el filme. No hay certezas al final, no hay claridad.
Si habláramos en términos de Gilles Deleuze, Heli sería un personaje autómata, típico de la modernidad cinematográfica. No sabe a dónde va, simplemente “es” en el mundo. Sin embargo, al final de la película se muestra al protagonista tratando de recuperar un sentido, alguna motivación para su vida; finalmente su esposa acepta, tras varios rechazos en el transcurso del filme, tener sexo con Heli. Pírrico acto de empoderamiento del protagonista, de vuelta a la normalidad, muestra de la simulación del control vinculada a los mecanismos del duelo que cualquier persona puede experimentar ante una pérdida. Aquí, es como si la película casi rasgara la pantalla para tocar la realidad. La vida sigue y ahí, al menos, Escalante nos da un viso de esperanza, un pequeño respiro.

Tratamiento y estilo II. Fotografiar, documentar, encarar. La puesta en cámara de la película es otra de las claves interpretativas a considerar. Ríos de tinta han corrido sobre el desdibujamiento de la frontera entre documental y ficción: pienso en el neorrealismo italiano, en el uso de actores no profesionales de la nueva ola francesa, o en el uso de locaciones, tecnologías o técnicas fotográficas para dar un aspecto de realismo a las películas narrativas. En este caso, Heli tiene como fotógrafo a un documentalista: Lorenzo Hagerman, colaborador de Escalante desde la película colectiva Revolución (2010). Sin duda alguna, es uno de los componentes que abonan al estilo distintivo de la cinta.
La selección de planos es una de las joyas de la película, el trabajo de visualización y sonorización es abrumador. La cámara revela, muestra y, sobre todo, ingresa en los espacios. Nos permite, como espectadores, entrar en la vida privada e íntima de los personajes. Pero lo hace con conocimiento de causa. Nuestro ingreso en las casas, los coches de los protagonistas, hará que, cuando la violencia exterior (policías y militares) también entren, experimentemos la vulnerabilidad de los refugios, la imposibilidad de resguardarse, la fragilidad de los sitios seguros. El límite de la violencia visual culmina cuando una casa como la de Heli se convierte en el sitio donde él y Beto son torturados. Una casa cualquiera, unos niños cualesquiera, una mujer que mira impávida sin participar, a pesar de que sucede en su hogar.

La fractura de la visualización del espacio es violentar simbólicamente la institución familiar. Un gesto habitual en la filmografía de Escalante. Sucede en Sangre, cuando la hija de Diego quiere irse a vivir con él y su nueva esposa; ahí, el pasado familiar violenta el presente. También lo encontramos en Los bastardos cuando un esposo contrata a los dos mexicanos para asesinar a su esposa. En este caso, acompañamos a los victimarios, no a las víctimas. En Heli volvemos a empatizar con el núcleo familiar. Esta reincidencia temática y visual abona a la consistencia de la realización en el trabajo del director.

El segundo rasgo fotográfico importante es la frontalidad de la cámara para generar el punto de vista, para otorgar al espectador una distancia con respecto a la realidad representada. Esta frontalidad vincula a Escalante con cineastas como Kiarostami o Erice, y más que un síntoma es casi una código moral de la representación. Somos confrontados, careados por la realidad, este gesto casi primitivo de visualización que pudiera recordar al teatro filmado le otorga una potencia particular a las escenas de interiores.
Estamos ahí, frente a ellos, comen, miran televisión, lloran o callan delante de nosotros. Estamos cerca pero siempre del lado opuesto de la cámara, de la mesa, del sofá. Podemos sentirlos próximos, pero nunca ofrecerles consuelo. La intimidad no existe entre el espectador y los personajes, sólo nos es permitido el asistir a su vida privada. Por ello la frustración o el tedio pueden ser emociones asociadas a las películas de este director; sin embargo, es más una carga, un peso que ha puesto en nuestros hombros y somos incapaces de hacer que sea distinto.

En el caso de los exteriores, la vocación por el paisaje, los horizontes marcados también evocan a Kiarostami y, por momentos, a Herzog. Del mismo modo que en los espacios privados, en estos lugares (casi no-lugares, diría Marc Augé), experimentamos la frontalidad de la cámara. La simetría de la naturaleza confronta, nos reta, nos intimida. Son espacios vacíos, con elementos mínimos y, aún así, nos parecen cargados de crueldad, de violencia, de emociones humanas. 
A pesar de ello, la aridez de los espacios elegidos como locaciones, unidos a la cámara de Hagerman, evocan un espacio extraño y ajeno, que pendula del peso de las emociones y acciones humanas hacia la ingravidez del horizonte donde se recorta una silueta humana o las luces de un coche. Por momentos pareciera que estamos ante un paisaje lunar. Esta alienación sucede visual y narrativamente y es, a mi modo de ver, el mayor logro de Heli como película y de Amat Escalante como director.



(1) Al menos uno de los varios textos que refieren a este artículo emblemático.
(2) Cfr. Laura Mulney
(3) Interesante lo que Fernanda Solórzano reseña de esta película en Letras Libres, al hablar del colapso del sistema, de la fragilidad.