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DE SEGUIDORES, TOCINOS Y EMINENCIAS GRISES / Juan Pedro Delgado
El estreno de The Following el 21 de enero anuncia la
entrada formal de Kevin Bacon a las series televisivas. Con eso de que la
narrativa en TV ya no sufre del desprecio característico de hace una treintena
de años, Bacon se suma a la importante lista de valoración (o rescate) de actores
de cine ochenteros que tratan nuevos formatos.
El caso de las retro teenage stars suele ser especial:
adoradas en 35 mm, pocas han podido con fortuna sobrevivir la transición a
actores maduros y reconocidos. La referencia
inmediata son Charlie Sheen y Michael J. Fox en la comedia Spin City (1996), jóvenes aún, que después
se reafirmarían (y bifurcarían) en Two
and a Half Men (2003-) y The Good
Wife (2009-), pese a la personalidad del primero y la condición médica del
segundo. Kiefer Sutherland se volvió un ícono de la narrativa contemporánea en
24 (2001-2010) y dejó atrás sus papeles adolescentes de The Lost Boys (1987) y Young Guns (1988). Ahora lo intenta con
la webserie The Confession (2011) y Touch (2012-), también como productor
ejecutivo. Patrick
Dempsey pasó de papeles de chico desgarbado y enamoradizo incomprendido a una
posición de objeto sexual en Grey's Anatomy (2005-).
Rob Lowe, básico en el llamado Brat Pack de esa década (junto con Judd Nelson,
Emilio Stevez y Andrew McCarthy), también fue afortunado con el drama
presidencial West Wing (1999) y recientemente con su participación en Brothers and Sisters (2006-2011).
La dream girl de
los 80s, Molly Ringwald, no ha tenido ese
despegue tan glamoroso en The Secret Life
of the American Teenager (2008-).
Christian Slater, otro de
los imprescindibles carilindos de la época, ha tambaleado con las series My Own Worst Enemy (2008) y Breaking In (2011-2012).
¿Podrá Kevin Bacon construir un
personaje tan reconocido como Jack Bauer, Derek “McDreamy” Shepherd y
Charlie Harper? Icónico en su silueta de
paso de baile en Footloose (1984) y uno
de los mejores actores de su generación, Bacon se estableció sólido en el cine con
una diversidad extensa de papeles. Numerosos filmes derivaron en un ya viejo
juego: concatena secuencias de nombres de actores de Hollywood y en cinco
movimientos llegarás a Kevin.
El primer capítulo de The
Following es estupendo, planteado para el lucimiento de Bacon y James
Purefoy, quienes deben construir en un primer capítulo la tensión narrativa de
una dicotomía moral y varias obsesiones en turno. Bacon es Ryan Hardy, un ex agente
del FBI atormentado y alcohólico, famoso por capturar a Joe Carroll (Purefoy), un
asesino serial, profesor de literatura inglesa, admirador de
Allan Poe y, por demás, maestro guía de una red de seguidores asesinos en potencia. Carroll escapa con ayuda de su culto y reta a Hardy, quien regresa
como un consultor experto en el perseguido.
¿Carroll es una alusión de Lewis
y su país de maravillas? El primer capítulo de The Following anuncia la privación y la motivación del héroe, la
entrada a la madriguera y el venidero paseo por las delicias retorcidas de los
asesinos seriales devotos. También es un capítulo de presentación para observar
el alcance de ambos bandos: Hardy tiene de su lado a una distante especialista
en cultos y un entusiasta agente admirador del trabajo de Ryan; Carroll cuenta
con admiradores comprometidos por doquier. Pero sobre todo, es un capítulo que establece la fragilidad de Hardy (una ironía, por supuesto), herido en la captura inicial de
Carroll y que ahora puede morir ante cualquier impresión intensa. Vulnerable al
extremo, Hardy es arrastrado a un mundo que recuerda los crímenes planteados
por Allan Poe y el horror de la muerte como arte. Aquí el corazón es el
delator.
Las referencias a la literatura
de horror estadounidense podría ser parte del ritmo de la serie. Desarrolladas en
este episodio, falta por corroborar si se jugarán esta estupenda carta
intertextual. Al menos el elemento meta narrativo sí estuvo presente, sobre
todo en la enseñanza de Carroll a Hardy al final de la emisión (no olvidemos
que es profesor de literatura): para que la historia valga la pena, es
necesario modelar al héroe, construir su motivación, destruir a quien haga
falta para generar la iniciativa, ja justificación, la intención de emprender el
viaje. Hardy, quebradizo y caído en desgracia, necesita de ello. Recuerda un
poco a la propuesta de M. Night Shyamalan en The Unbreakable (2000), donde el personaje siniestro de Samuel L.
Jackson alimenta las necesidades narrativa épicas de David Dunn (Bruce Willis): el héroe debe surgir para que continúe el viaje.
Aún tengo dudas sobre el potencial actoral
de James Purefoy para construir una sombra suficiente que genere una veneración
creíble en el culto de asesinos (aunque sólo es el primer capítulo). Pero el
tocino sí parece frito con ganas.
Juan Pedro Delgado estudió
literatura con cierto desgano, pero se encontró al paso con dos o tres obsesiones y en
un puñado rubik de teorías. Mantiene una relación un tanto enferma con la
cocina, la semiótica, las narrativas transmediáticas y las mitologías
emergentes. Dice que no cree en nada, pero todos saben que vive en una
constante negación. Hubiera deseado ser íntimo de Bataille, Foucault y Papini,
pero se conforma con las amistades locales que, por lo demás, suelen ser una
delicia.