Déjenme contarles un secreto escandaloso, señora y señor que marchan normales. En realidad, antes del permiso legal, México ya estaba repleto de matrimonios bien avenidos de padres homosexuales, los dos, o uno de ellos, protegidos en un modelo aceptado y apelando a la seguridad, las ventajas, las buenas costumbres o a las estrategias de la vida.  

Invisibles en las estadísticas y en las reuniones escolares de padres, dos amigos cercanos, lesbiana y gay, decidieron su matrimonio, emprendieron un proyecto compartido, tuvieron hijos y continuaron, “con discreción”, con sus respectivas parejas sexuales. Algunos recurrieron a la inseminación artificial, otros apelaron a la copa de vino, la amistad y la risa nerviosa para fecundar una expectativa de realización. Recuerdo la fantástica boda de Gabriel y Ana, los padres satisfechos, el sacerdote muy distraído, el velo, el ramo, la cargada en hombros, la pareja de Ana en una mesa hablando con el novio de Gabriel. ¿Los niños? Muy bien, gracias.

El otro tipo de matrimonio siempre me ha resultado un tanto triste: uno de los cónyuges no es heterosexual pero encuentra remanso en apelar a su comodidad como estereotipo aparente de este género: “porque no se me nota, estoy seguro”. Señora mía católica conservadora, déjeme contarle que su esposo consigue más que una ducha en las saunas, se arrodilla salivante en los cines porno, da vueltas y vueltas en el parque hasta subir a un adolescente en las glorias de la prostitución masculina.

Su esposo, con frecuencia homosexual homófobo machista, que es posible, suele buscar “hombres de verdad” en todos lados, porque si quisiera una mujer, pues usted ya está en casa para atenderlo. Posiblemente tenga cierto apetito por algunas mujeres, que por coincidencia empatan con un travesti que, no es raro, termina asumiendo un rol activo dentro de su querido y normal esposo. Luego, en la sobrecama y entre la culpa su marido termina explicando por qué se casó con usted y cuánto ama a sus hijos.

Entonces su esposo chulo y proveedor regresa a casa, los besa a todos, es atento con usted porque el remordimiento deviene en ganancia afectiva. Usted está tan perdida en su rol de madre perfecta que no lo nota, usted está tan interesada en el simulacro social de familia que finge no darse cuenta. Aunque le cumpla, señora mía, su marido es un imbécil, no por su putería, sino por darle atole con el dedo, por cobarde o miedoso, porque son sus circunstancias y fue su escape. Porque alguien le metió en la cabeza que eso era un buen hombre. Porque está atrapado en su decisión de no aceptar y asumir, porque adora a sus hijos, porque ama a SU familia, porque es el mejor de los padres: lo trágico como la imposibilidad de evitar el dolor. ¿Los niños? Algunos estarán marchando, junto a usted, señora orgullosa del brazo de su marido.


Pero, como signo de los tiempos, cada vez son más frecuentes los  hombres homosexuales que, después de los cuarenta, deciden “recuperar” su orientación erótica después de optar por una “preferencia” heteronormativa en un matrimonio gastado en el simulacro. Para algunos, vueltos “chavorrucos”, es una oportunidad penosa de recuperar el “tiempo perdido” en bares, sexo duro y drogas fuertes. Otros se obsesionan con transformarse en vampiros energéticos chupando, entre otras cosas, la energía de la carne joven que los prefiere añejos. Otros más reconocen la presencia del amigo cercano como la pareja de años. Unos protegen y otros resbalan. Unos sufren decepciones ya vaticinadas y otros duermen tranquilos finalmente. Tantos posibilidades después del divorcio, tantos escenarios después de la viudez.  

La crisis que experimenta el modelo patriarcal judeocristiano heteronormativo, en numerosos países, se debe en parte a su colisión con el clima intelectual y cultural después del desgaste de las narrativas tradicionales y modernas. Para qué el imaginario del infierno y el castigo cuando nos hemos encargado de replicarlo en formas caprichosas en esta versión de realidad que habitamos. Progreso y bienestar se disocian de la fe y la esperanza. ¿Qué significa la salvación prometida desde una institución que se escuda en un discurso-pastiche construido desde el poder y la conveniencia del hombre mismo?

Si TODA la Biblia es “Palabra de Dios” y es igualmente importante una parte que otra, su ejercicio es un juego constante de anulación, selección y obsesiones que proyectan qué está compensando, señora, que me cuentan a qué y por qué  se aferra. ¿Cuál es su ganancia, señor mío, en alienarse y pelear por una parte mínima de Romanos (1:26, 27) y Levítico (18:22) como si fuera la totalidad de “La Palabra? ¿Qué les amenaza REALMENTE en el concepto de familias diversas? ¿Porque vuelve visible que ustedes forman parte de una, imperfecta y singular? ¿Por qué les CONVIENE empecinarse con un collage discursivo que los atrinchera en una esfera de sexualidad vainilla y parálisis perceptual?  

Y ya los vi en la marcha "por los niños": Madres-gente-bien que viven atrapadas en los juegos de casino y esperanzadas con las lecturas del Tarot; padres-gente-bien que sueñan con ser parte de una cofradía secreta de empresarios tenaces y juergas de infieles; señoritas-gente-bien que se la pasan enredadas por gusto en chismes de envidia y celos entre amigas; hombrecitos-gente-bien que suplican por un viernes de borrachera y desmanes lascivos: “En cuanto a estas cosas, les aviso de antemano, de la misma manera como ya les avisé, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios (Gálatas 5:19-21).

Yo no quiero salvarme bajo sus términos, señor y señora que marchan “por los niños”. Yo no quiero heredar “el Reino de Dios” prometido bajo las circunstancias hipócritas que hacen buena parte de sus seguidores. No quiero “ejerce[r] fe en él” (Juan 3:16) si eso se contrapone con la prioridad de la congruencia hacia los demás (Mateo 7:12) y el respeto por el prójimo (Pedro 2:17) que al final es parte de mí mismo. Me gustaría que dejaran su cólera atrás (Salmo 37:8) y que aprendieran de su amargura maliciosa y habla injuriosa (Efesios 4:31). Pero ya sabemos con qué parte se quedan de su literalidad selectiva. Ya sabemos que ustedes son jueces y que encuentran cierto placer lúbrico en ser los verdugos de aquellos que no reflejan su mundo pequeñito de mímica y acusaciones.  

Ya sabemos, señora que marcha normal, que a usted le conviene ejercer la etimología de familia relacionada con famulus (esclavo o sirviente). Usted es un famulus Dei, según entiendo, y supongo que a mucha honra, me lo deja claro caminando victimizada bajo el sol y la lluvia. A mí me gusta más, frívolo que soy, ya sabe usted, la posibilidad de que el origen parta de fames (hambre), y que MI familia es un conjunto de personas que se alimentan juntas en una casa. Es que me gusta cocinar para los que quiero. Me quedo con una idea de familia como un constructo social para la pertenencia y las identidades, cualesquiera que sean, alimentada por un imaginario y expectativas sabrosas que no suelen coincidir con nuestras circunstancias, deseos y vanidades.

No se esfuerce, respetable señor, muchas gracias pero no gracias, en luchar por mi alma, que me gusta pensar que es más confortable y divertida que la suya. Qué pena de fe miope y cuanta carga sobre sus dulces hombros. Imagine su decepción cuando nos encontremos en el cielo, o cuando nos guiñemos un ojo a punto de diluirnos en la nada. Le agradezco su conmiseración petulante por el sufrimiento posible que usted augura y posiblemente desea en mi futuro, pero no gracias. Su obediencia canónica a medias no se parece a mi conciencia humanista: creo que la suya no protege la integridad ni la autoestima del otro.

El dogma católico habla que la soberbia es arrogancia espiritual y amor excesivo de la propia excelencia, significa vanagloriarse de más méritos de los que detentamos, estimarse por encima de lo que es justo y válido: una trampa del amor propio donde la lucidez y la humildad se avergüenzan de ti. Marcha, pequeño católico normal, marcha.

Bajo sus condiciones, señora y señor que caminan soberbios, quiero ser un apóstata. ¿No saben acaso que es mi opción católica condenarme bajo su tierna mirada?