LA PARANOIA DEL PRIMETIME │ Eduardo Pérez Ríos

A ratos sí soy internacionalista: veo teorías de conspiración dónde sólo deberían existir fórmulas de entretenimiento. Por más frustrante que resulte, desde la comodidad de un sofá me doy cuenta que la política es el punto de apoyo que mueve al mundo.
     La irreverencia se ha apoderado de la pantalla chica en los hogares norteamericanos. Hace un par de semanas, la primera temporada de Homeland (2011), producida por Showtime, arrasó con la última entrega de los premios Emmy. No se trata de una comedia sobre una familia moderna. Tampoco un melodrama sobre el complejo mundo publicitario neoyorquino. Se trata de una thriller que abre heridas y remueve cicatrices: una serie sobre la paranoia del terrorismo.
     Contraria a otras producciones multipremiadas como Boardwalk Empire de HBO, Homeland no sorprende por su estética: nos desconcierta por su trama. El Sargento Nicholas Brody (Damian Lewis) es un sobreviviente de la invasión estadounidense a Afganistán (2001). Un marine capturado en combate que después de ocho años de ser prisionero de Al-Qaeda regresa como héroe de guerra a su hogar. Lejos de exaltar el nacionalismo a través del papel del ejército, la serie evidencia sus fallas con espeluznantes cuestionamientos: ¿y qué si el Sargento Brody fue torturado hasta perder todo contacto con la realidad? ¿Es el enemigo lo suficientemente fuerte para lavarle el cerebro a un patriota? ¿Puede el estereotipo del súper-hombre americano convertirse en un traidor?



     Poco a poco, lo políticamente incorrecto invade las formas de entretenimiento y las redes sociales. Las series televisivas más exitosas en la actualidad no sólo están ideadas para hacernos soñar con mundos fantásticos, como ocurre con Game of Thrones (HBO, 2011), el público también demanda crudeza y realidad: queremos ser espectadores de nuestras peores pesadillas y de la sumatoria de nuestros miedos.
     La realidad golpea a través del televisor en horario estelar. La crítica alaba lo que en política no se puede controlar. Reflejado en una pantalla, el gobierno puede ser gestor de su propio destino, las agencias de inteligencia se pueden dar el lujo de dudar del héroe y los ciudadanos comunes y corrientes pueden soñar nuevamente con la seguridad en casa. Como espectadores, a través de las imágenes en un televisor, esperamos evitar que el 11 de septiembre de 2001 se repita todas las semanas en la noche de primetime

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